Reseña: Muerte de la Luz de George R. R. Martin


Muerte de la Luz

Para muchos seguidores de Juego de Tronos, 1977 no tiene mayor relevancia, pero ese año George R. R. Martin irrumpió en el ambiente de la ciencia ficción con su primera novela, Muerte de la Luz, una obra que durante décadas quedó relegada a la sombra de Canción de Hielo y Fuego y otros proyectos del escritor estadounidense. Gracias al éxito alcanzado por el universo de Poniente y las familias Stark, Lannister y Targaryen, desde hace algunos años hemos podido ver las reediciones constantes de otros de sus trabajos. Así, miles de lectores han podido descubrir novelas tan notables como Los Viajes de Tuf, Refugio del Viento o ésta, Muerte de la Luz, una primera novela que ubicó a Martin entre lo más selecto de la ciencia ficción de finales de los 70.


Muerte de la Luz se desarrolla en el Universo de los Mil Mundos, un intrincado cosmos donde también se narran otras novelas y gran cantidad de historias cortas nacidas de la pluma de Martin. Y es que una de las principales fortalezas del autor de Nueva Jersey es su gran habilidad para imaginar mundos con un nivel de detalle y realismo tal que resultan desconcertantes para el lector, pero que difícilmente pueden ser olvidados tras la última página. Worlorn es un planeta solitario, un planeta sin vínculo gravitacional a una estrella, a la deriva, que ha existido al abrigo de siete soles diferentes durante siglos, pero cuya órbita lo aleja inexorablemente de la luz y la vida que estos astros le han entregado. Es un planeta que hace siglos llegó a ser una de las joyas del universo, hogar de innumerables culturas y ricas civilizaciones hace ya largos decenios desaparecidas, pero cuyas obras arquitectónicas han sobrevivido para ser admiradas por los pocos habitantes que aún viven en él. Los animales y la vegetación ahora se erigen como los verdaderos dueños de este mundo condenado a hundirse en la oscuridad.

Desde este planeta llega una invitación para Dirk t’Larien enviada por su antigua pareja Gwen Delvano pidiéndole que vuelva con ella. A pesar de los años de separación, Dirk viaja a Worlorn para descubrir cuáles son las intenciones de Gwen. Ahí la encuentra unida a Jaan Vikary y Garse Janacek, su Teyn en el jade-y-plata, en una relación que asemeja un triángulo amoroso, donde un particular tipo de amor, el odio y las necesidades de sobrevivencia se imponen sobre los sentimientos de sus integrantes. Es una relación extraña, que desafía incluso las estructuras románticas menos convencionales y que llegará a ser mucho más compleja que las emociones que alberga. Ambos hombres pertenecen a Kavalar, una cultura moribunda que contempla cómo sus mejores días han quedado en el pasado. Eminentemente masculina, durante siglos ha sobrevivido a un sinnúmero de ataques en guerras planetarias y, como consecuencia, ha concebido instituciones y un estricto código moral para lidiar con sus efectos. Ahora, tras decenios de paz, esta cultura se debate entre un impulso revisionista que busca actualizar la tradición de acuerdo a las necesidades presentes y la férrea creencia en que cualquier cambio significaría la desaparición de sus costumbres.

Gran parte de la novela gira en torno a la cultura de Kavalar, extraña para el protagonista y para el lector por igual, pero progresivamente cercana. A medida que la obra avanza, el sentido de extrañeza da paso a un sentido de admiración y maravilla ante la intrincada pátina histórica y las detalladas descripciones de las ruinas y las restantes culturas esparcidas por Worlorn. Existe también un muy interesante análisis del condicionamiento cultural – lejano a las nocivas nociones con las que se le asocia generalmente – y una veta lingüística que por momentos recuerda a Tolkien aunque Martin es mucho más político y reconoce la inherente ambigüedad de las palabras, ya herramientas maravillosas, ya armas afiladas prestas a torcer las más nobles intenciones.  Además, hay una reivindicación de valores olvidados como la lealtad, el honor y la palabra empeñada. Todo lo anterior es prueba que Muerte de la Luz es una novela de vocación romántica, idealista, donde el materialismo acaba sucumbiendo a sentimientos profundos que parecían enterrados para sus personajes. Y es que todos ellos esconden mucho más de lo que demuestran inicialmente, página tras página ganando en dinamismo, profundidad y ambigüedad. El amor mismo acaba siendo muy diferente a lo esperado, incluso más hermoso.



















A pesar de los 41 largos años desde su publicación, Muerte de la Luz sigue siendo no sólo una de las mejores novelas de George R. R. Martin sino uno de los relatos más hermosos que la ciencia ficción nos ha entregado. Su comparación con otras grandes obras del género no la desmerece y quizás su única falencia es no haber sido descubierta por tantos lectores como merece.

Isaac Civilo B.

Muerte de la Luz
George R. R. Martin
Gigamesh
2016
304 páginas

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