Reseña: La Ciudad de los Espejos
La Ciudad de los Espejos
Después de la intensa conclusión de la segunda novela de la trilogía, Los Doce, donde Justin Cronin hacía gala
de uno de sus mejores momentos narrativos a través de la aniquilación de los
doce virales originales y sus millones de seguidores, y la desaparición de La Patria, aquella ciudadela cuyos
habitantes buscaban la inmortalidad literalmente en un pacto de sangre, el
último volumen, La Ciudad de los Espejos,
nos interna de lleno en el trabajo de reconstrucción de la civilización humana
y en el rescate paulatino de los valores y las creencias sepultadas bajo
toneladas de destrucción. Lo que queda de Norteamérica ha comenzado a
reestructurarse. Cientos de sobrevivientes empiezan a poblar un puñado de
asentamientos. Diversas instituciones sociales reemergen formando la columna
vertebral de un futuro ya no tan sombrío. Y los protagonistas de las dos novelas
anteriores pueden, al fin, mirar hacia adelante, hacia algún momento en que las
tenues esperanzas del pasado puedan tomar forma reconocible.
Pronto seremos conscientes de cómo el virus traspasó el bloqueo sobre
Estados Unidos expandiéndose al mundo entero, diezmando la población mundial
casi hasta el punto de extinción. Los habitantes de los asentamientos en Texas,
no obstante, continúan sus vidas, ignorantes del hecho que podrían ser los
únicos sobrevivientes en el planeta. A pesar de ser un acontecimiento
inusitado, en dicho desconocimiento radica el tono más optimista de la novela.
Al menos durante algunos pasajes, la narración se percibe con un aire más
luminoso, más liviano que las 2.000 páginas de las primeras dos partes donde se
respiraba una atmósfera opresiva prácticamente incansable. Peter Jaxon,
retirado del ejército y ahora presidente de la República de Texas, y sus amigos
se abocan a la lenta reconstrucción del mundo que recibirá a una generación de
infantes y recién nacidos, herederos de una tierra desierta tras un siglo de
devastación. El énfasis del autor sobre la necesidad de un cuidadoso equilibrio
en éste, el momento más delicado, es palpable. A pesar de que millones de
virales han desaparecido, la tarea recién comienza y Cronin recalca una
narración multigeneracional y la importancia de la perseverancia en un proyecto
que tomará siglos.
Amy, la pequeña heroína, y Alicia Donadio, soldado que fuera encarcelada
y abusada brutalmente en La Patria, y
que arrastra heridas más allá de toda sanación, han desaparecido después del
desenlace de la novela anterior. Ambas han dejado un vacío en las nuevas
colonias y en las vidas de sus amigos. El virus del que son portadoras las
empuja hacia la comprensión de que el peligro sigue siendo real y las hordas de
depredadores pueden volver en cualquier momento como una sombra que se yergue
sobre la esperanza que recién ha comenzado a nacer. Tim Fanning, el científico
que conocimos brevemente al comienzo de El
Pasaje se revela como el Paciente
Zero, el primer ser humano infectado y que aún se mantiene vivo a cientos
de kilómetros de Texas. A pesar de que Zero
virtualmente no fue parte de los volúmenes anteriores, Cronin se da la libertad
de insertar una suerte de novela corta en medio de La Ciudad de los Espejos para darnos a conocer a quien ha sido la
raíz de la devastación. Esta narración se revela como uno de los mejores
pasajes de la trilogía, un cuidado relato de corte realista donde se nos
muestra a un tímido estudiante norteamericano, su historia de éxito científico
y su posterior distanciamiento de todo lo que anhelaba. El ascenso y la caída
de un Ícaro moderno. En este sentido, el autor se mantiene fiel a la prolija
caracterización de sus personajes incluso cuando esto pueda significar detener el flujo de la historia principal y dedicar centenares de
páginas a delinearlos. Peter Jaxon, Tim Fanning, Amy, Alicia, Michael Fisher y el
resto de los protagonistas no pierden una pizca de profundidad en las casi 800
páginas del libro. El afecto de Justin Cronin por sus personajes, el realismo
que imprime en cada uno de ellos, es uno de los puntos fuertes de su obra y un
factor determinante que ubica a la trilogía por sobre las decenas de sucedáneos
que se publican hoy en día.
El escritor estadounidense también recupera la lectura religiosa
presente en El Pasaje, relegada a segundo plano en Los Doce. Hay profetas,
sacrificios, un diluvio, un puñado de sobrevivientes tras la plaga, un
enfrentamiento final e incluso un arca de Noé para la travesía de escape cuando
el mundo ya es sobrepasado. Es la forma correcta de recalcar las dimensiones
casi bíblicas de un relato extenso, de aliento casi épico, cuyo resultado
solamente puede inclinarse hacia la salvación o la perdición absoluta, prueba
de la encumbrada aspiración del joven autor y sus deseos de dejar una obra que
perdure a través de las décadas en la literatura mainstream estadounidense, a las que el lector pueda volver una y
otra vez, de la misma forma que regresa a los más graneado de Stephen King,
Richard Matheson o Neil Gaiman.
Quizás algunos lectores puedan
sentirse un poco confusos por la distancia que Cronin toma del terror en este
último volumen. Por supuesto, hay horror, sangre y legiones de criaturas que
acechan en la oscuridad, pero está lejos de ser lo único que contiene el
relato. La Ciudad de los Espejos es
el volumen más acabado de los tres que forman esta crónica. Puede escapar de
las convenciones del relato de terror estándar, pero siempre en pos de sus
personajes, de su estructura y de su ritmo narrativo. Es un logro no menor para
una trilogía que termina en una nota alta y a la que Stephen King calificara
como un trabajo destinado a convertirse en uno de los grandes logros de la
ficción fantástica norteamericana. Sea o no un poco temprano para tal juicio,
es indudable que es una obra de lo mejor que puede dar el género, robusta, de
gran ambición, incluso arriesgada. Y, como el mismo Cronin desea, difícil de
olvidar.
Isaac Civilo B.
La Ciudad de los Espejos
(Trilogía El Pasaje 3)
Justin Cronin
Umbriel
2017
768 páginas
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