Reseña: Criptonomicón de Neal Stephenson
Criptonomicón

En honor a la verdad, Criptonomicón marcó un punto de
inflexión en la carrera de Stephenson. Fue su primera novela cercana a las mil
páginas y desde entonces ninguno de sus trabajos ha sido menor a las 800. La
narración se desarrolla en dos líneas que a pesar de estar separadas por
décadas, se conectan a través de algunos de sus personajes y de diferentes
detalles que se revelan a medida que la historia se despliega. Por un lado,
ésta comienza en el año 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, no tanto en la
lucha descarnada del campo de batalla sino en otro tipo de guerra, la
criptográfica, y en los intentos de las fuerzas aliadas por romper los códigos
de la Alemania nazi a fin de obtener ventajas estratégicas y sabotear las
operaciones de las fuerzas del Eje en momentos clave. Por otro lado, la segunda
línea se desarrolla a finales de los 90 cuando un grupo de tecnócratas trata de
construir un santuario para datos digitales llamado La Cripta en el Sultanato
de Kinakuta, un reino imaginario que, en el mundo trazado por Stephenson, se encuentra
cerca de Filipinas. La mixtura de personajes, eventos y datos ficticios y
reales cruza toda la novela, y es prueba de los talentos narrativos del
escritor norteamericano quien es capaz de combinarlos y obliterar la línea que
divide lo verídico de lo imaginario.
En 1942, el criptógrafo de la armada
estadounidense Lawrence Pritchard Waterhouse, quien también resulta ser un
genio matemático, es asignado a Inglaterra, específicamente al destacamento
secreto 2702, a fin de descifrar los códigos generados por la máquina alemana
Enigma. Durante el mismo período, Waterhouse traba amistad con el matemático,
científico y filósofo inglés Alan Turing, inventor de la máquina de Turing, y
con el criptógrafo y matemático alemán Rudolf von Hacklheberg, amante del genio
inglés por un breve período de tiempo antes de que Turing y Waterhouse
comenzaran a trabajar en la sección naval Enigma del complejo Bletchley Park, donde
los códigos del Eje eran analizados.
Paralelamente a las peripecias que
Waterhouse experimenta a lo largo del relato (espionaje, descubrimientos,
enamoramiento de una joven oriunda del ducado ficticio de Qwghlm en el norte
del Reino Unido, una de las creaciones más jocosas del libro), Stephenson nos
presenta un amplio rango de personajes memorables. Bobby Shaftoe, Sargento
Marine, veterano de guerra, escritor de poemas Haiku, adicto a la morfina y
ejecutor de los planes que Waterhouse desarrolla en Bletchley Park.
Sobreviviente por naturaleza, Shaftoe mantiene una relación romántica con una
joven filipina cuya vida se verá constantemente amenazada por las fuerzas
niponas invasoras y con quién intenta reencontrarse a pesar de que los planes
del criptógrafo lo hacen recorrer gran parte de Europa. Junto a Shaftoe, se
encuentra el sacerdote católico y físico Enoch Root, un personaje cuya edad
real es uno de los misterios que el libro no responde y que parece moverse sin
dificultad entre el conflicto armado de los años 40 y el proyecto informático
de los 90, y como si fuera poco, también a finales del siglo XVIII en El Ciclo Barroco, la novela que
Stephenson escribió posteriormente. Igualmente fascinante es el teniente del
Ejército Imperial Japonés Goto Dengo, un gigante profundamente religioso,
amante de la poesía y aficionado al baseball quien literalmente regresa de la
muerte tras la derrota del ejército nipón para liderar una de las más grandes
empresas de ingeniería de las décadas siguientes.
El sobrino de Lawrence Pritchard
Waterhouse, Randy Waterhouse, es el hilo conductor del segundo relato, aquel
que se desarrolla alrededor de 1997 donde interviene otra amplia gama de
personajes no menos variopintos. Randy es lo que lisa y llanamente podemos
definir como un nerd. Desde su
infancia se ha sentido obsesionado por la tecnología de vanguardia, sus
ramificaciones y aplicaciones, y que en la más clásica tradición nerd se empareja, en una relación tensa,
con una deportista de inclinación humanista cuyos amigos y profesores
universitarios pertenecen a grupos que giran en torno a tertulias filosóficas
críticas de la tecnocracia y, básicamente, de cualquier rumbo que la sociedad
moderna, condenada de antemano, pueda tomar; momentos en que Stephenson
descarga sus mordaces críticas a un humanismo moderno pseudointelectual
ignorante, un progresismo de la peor calaña. Tempranamente en la novela, Randy
se separa de su novia y viaja al sultanato de Kinakuta con su amigo Avi, otro nerd obsesionado por la tecnología y el
holocausto, a fin de construir aquel santuario para datos llamado La Cripta. El
proyecto avanza sin problemas hasta que un descubrimiento submarino obliga a
replantearlo en su totalidad. La Cripta puede transformarse en el último
bastión de resistencia antigubernamental al servicio de los ciudadanos comunes
y el fin de la dependencia económica de las grandes multinacionales tras dichos
gobiernos. Esto pone en marcha otra guerra, pero al igual que la descrita en
los años 40, se juega en el campo de la información y la criptografía.
A pesar de las inmensas distancias
temporales y geográficas, Stephenson une todas las líneas narrativas con gran
maestría, encajando todas las partes de este gigantesco rompecabezas, no tan
solo a nivel de tramas sino a nivel de la amplia gama de personajes que sobreviven
a la Segunda Guerra Mundial y a sus décadas posteriores o cuyos descendientes
jugarán papeles fundamentales en un proyecto visionario. Pese a la complejidad
de las disciplinas a las que Stephenson hace referencia a lo largo de la
narración, Criptonomicón es un libro
de lectura rápida, ágil, gracias a la sencillez y la ligereza de su pluma y a
su mordaz sentido del humor. Hay innumerables digresiones sobre los temas más
disímiles: órganos de iglesia y Bach, las barbas y sus connotaciones
antropológicas, los enanos de Tolkien y su naturaleza, remolinos de polvo,
ruedas de bicicletas, reparticiones de bienes post funerales y eyaculaciones,
entre otros, todos enfocados desde la criptografía y la matemática, explicados
a través de complejas fórmulas, en una demostración humorística de gran agudeza.
De la misma manera, las innumerables relaciones familiares de los personajes y
sus árboles genealógicos, tópicos no menos importantes para el autor, son
diseccionados con escalpelo, revelando una notable cantidad de matices
extraños, psicóticos y cómicos, rayanos en lo surrealista. Incluso la mitología
griega y la Titanomaquia salen al ruedo en uno de los pasajes más originales e
ingeniosos del libro como punto de partida para explicar las raíces de la
tecnología, la conducta humana, su agresividad intrínseca, y cómo nuestra ansia
por derribar conceptos, principios y civilizaciones enteras en alardes
progresistas produce justamente el resultado contrario al deseado, es decir, el
regreso de los mismos modelos que se buscaba erradicar en primer lugar.
Si bien siempre se ha descrito esta
narración como un trabajo de culto para los hackers,
es necesario entender que Stephenson va mucho más allá de las ciencias
computacionales. Sus planteamientos se proyectan décadas hacia el futuro, pero
también regresan siglos hacia las raíces mismas de lo que se puede definir como
criptografía en un relato que a pesar de estar construido con el estilo y las
herramientas de la ciencia ficción, constituye una imponente novela histórica,
abrumadoramente entretenida y apasionante, que se proyecta hacia el pasado y
hacia la posteridad por igual.
Isaac Civilo B.
Criptonomicón
Neal Stephenson
Nova
2016
864 páginas
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