Reseña: El Ascenso de Endymion de Dan Simmons
El Ascenso de Endymion

Dan Simmons dedica largas páginas a los conflictos de poder al interior
de la Iglesia Católica. A la par de su expansión a través de los sistemas
planetarios, su influencia es cada vez más asfixiante y gracias al cruciforme –
el crucifijo tecnológico que asegura infinitas reencarnaciones – su poder se ha
enraizado en las almas de sus seguidores. Como resultado, las relaciones de sus
autoridades máximas comienzan a resquebrajarse y diferentes facciones complotan
para erigirse con el poder. Por un lado, el cardenal Simón Augustino Lourdusamy
emerge como una fuerza dominante y una peligrosa influencia sobre el Papa. En
una posición antagónica, el cardenal John Domenico Mustafa, gran inquisidor del
Sagrado Oficio, busca equilibrar la lucha de poder con Lourdusamy supervisando
personalmente la búsqueda de Aenea. Y Entre ambos, Kenzo Isozaki, presidente de
Pax Mercantilus, aquella fuerza cuasimilitar eclesiástica que ahora ha tomado carices corporativos, confabula
contra la iglesia misma y busca establecer conexiones con el Tecnonúcleo a fin
de ganar poder contra Lourdusamy y socavar su influencia sobre el Papa Lenar
Hoyt. Lo que Isozaki desconoce es que el poderoso cardenal ha tejido su
telaraña en el centro mismo del poder eclesiástico y durante siglos ha recurrido
a pérfidos mecanismos de manipulación que constituyen el más oscuro secreto de
la iglesia. El influjo de Lourdusamy sobre las autoridades religiosas fuerza
una nueva inquisición contra los Éxters. Simmons demuestra su gran capacidad
para hilvanar esta línea narrativa a lo largo de la novela, desarrollando, a
través de una amplia gama de estilos, aquellas ideas que sembró en el volumen
anterior y dejando entrever el posible regreso del Tecnonúcleo.
Las intrigas eclesiásticas, no obstante, no son el argumento principal
de la obra. Éste se centra en la misión de Aenea. Después de escapar de sus
perseguidores gracias a la inesperada ayuda del padre capitán Federico de Soya,
destituido de su cargo por traición; Atenea, Raúl y el androide A. Bettik, ya han
pasado cuatro años en Vieja Tierra donde la joven intentará extrapolar los
principios arquitectónicos aprendidos bajo la guía del Viejo Arquitecto – un
cíbrido de Frank Lloyd Weber, conocido arquitecto, educador y escritor
estadounidense – a su misión como diseñadora de un nuevo orden universal, opuesto
al que sus perseguidores desean implantar. Sin embargo, la pubertad y sus
exigencias físicas comienzan a hacer mella en su personalidad obligándola a sopesar
cuidadosamente cada paso en el largo camino que la llevará al centro mismo de
la red tejida por el Tecnonúcleo. El punto de convergencia para Aenea, Raúl,
sus seguidores e incluso el Capitán Padre De Soya, ahora convertido a la nueva
religión, es el planeta T’ien Shan. Este mundo, hogar del joven Dalai Lama, y
donde todas las edificaciones han sido construidas en las montañas, muy por
sobre el mar ácido, sirve como punto de descanso para que Aenea y sus
seguidores ideen las últimas etapas de su proyecto y la forma en que esperan
dar un golpe definitivo a la iglesia gobernante. Simmons se vale de
irregularidades cuánticas para traer de vuelta a algunos de los personajes de Hyperion y dar un sentido cíclico a una
narración que ya se ha prolongado por siglos.
Hay en esta segunda parte del relato una inclinación filosófica oriental
que Simmons usa como contrapunto a la decadencia barroca de la iglesia católica.
El proceso de Comunión que Aenea realiza a través de un sinnúmero de mundos
representa el rescate de la espiritualidad que las religiones han perdido a lo
largo de los siglos, recuperando también la dimensión filosófica y poética del
díptico original. En esto, el autor se revela como un crítico del materialismo
en que no sólo la iglesia sino gran parte de nuestra civilización ha caído. A
lo largo de la segunda parte de estos Cantos,
Simmons ha desarrollado una serie de cuestionamientos que, de cierta manera, se
emparentan con algunos de los planteamientos que Frank Herbert desarrollara en Dune respecto del poder del mesianismo y
su influencia sobre sociedades aunque, a diferencia del creador del planeta Arrakis, Simmons toma una posición más
predecible, con menos matices, lo que resta un poco de ambigüedad, de
profundidad a sus reflexiones. A pesar de esto, su calidad narrativa por sí
sola es capaz de sostener el último tercio del relato donde, con un ritmo ágil,
comienza a enlazar los cabos que intencionalmente dejó sueltos en los tres
volúmenes anteriores hacia un final con un par de giros que harán mella en el
lector.
Cuando el segundo díptico de los Cantos
de Hyperion fue publicado, Simmons se propuso, en sus palabras, expresar algo
sobre el amor y lo sagrado como fuerzas reales tan palpables como la gravedad, y
que forman parte de la urdimbre del universo. De la misma forma que John Keats,
quien siglos antes usara diversas herramientas narrativas y estilísticas para
plasmar su visión de estos temas, Simmons ha recurrido a similar cantidad de
recursos con un propósito no menos definido. Los elementos literarios,
filosóficos, teológicos, poéticos y científicos a los que echó mano para
construir su cosmos son innumerables y reflejan sólo parte de su inmensa
capacidad como narrador en una obra con innegables visos de virtuosismo.
No es fácil resumir los conceptos de Los
Cantos de Hyperion y su esplendor cuando se llega a la consumación de un
universo al que Simmons ha asegurado no volver, pero la cita de las Meditaciones de Marco Aurelio a la que el
autor alude antes de comenzar su volumen final sintetiza muy bien la esencia de
su propio pensamiento: La naturaleza
universal, usando la sustancia universal como si fuera cera, modela la efigie
de un caballo, y al romperla utiliza el material para un árbol, luego para un
hombre, luego para otra cosa. Cada una de estas cosas subsiste por muy poco
tiempo, mas no hay crueldad en la destrucción de la vasija, así como no la hubo
en su creación.
Isaac Civilo B.
El Ascenso de Endymion (Los
Cantos de Hyperion IV)
Dan Simmons
Ediciones B
2016
864 páginas
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