Reseña: El Ascenso de Endymion de Dan Simmons


El Ascenso de Endymion

Si en Endymion, tercer volumen de los Cantos de Hyperion, Dan Simmons se tomó más de 700 páginas para reconfigurar el inmenso universo que presentó en los dos primeros volúmenes de la saga, en El Ascenso de Endymion, el escritor norteamericano no escatima en recursos literarios ni en la extensión de la novela – el volumen de más largo aliento – para proyectar un final soberbio de un ciclo que rivaliza con lo mejor del género. Ya Endymion planteaba una serie de premisas que se distanciaban del mundo eminentemente mitológico de Hyperion y La Caída de Hyperion, trasladando sus fundamentos a la esfera humana, y la última novela de la saga profundiza aún más en ello. En Endymion se sucedían viajes a través de los teleyectores, se descubrían mundos y sociedades completas, existía una persecución constante, el ritmo se aceleraba continuamente y el tono del relato era mucho más terrenal; pero desde las primeras páginas de El Ascenso de Endymion, y con todos los elementos nombrados ya establecidos, la narración toma un ritmo más calmo, dando más espacio a los personajes, a la historia y sus matices, resolviendo las líneas argumentales y respondiendo sus incógnitas restantes: la esencia del Tecnonúcleo y su evolución, el destino de Vieja Tierra, quiénes son los Otros y por qué el Tecnonúcleo les teme, el origen del Alcaudón y su destino.

Dan Simmons dedica largas páginas a los conflictos de poder al interior de la Iglesia Católica. A la par de su expansión a través de los sistemas planetarios, su influencia es cada vez más asfixiante y gracias al cruciforme – el crucifijo tecnológico que asegura infinitas reencarnaciones – su poder se ha enraizado en las almas de sus seguidores. Como resultado, las relaciones de sus autoridades máximas comienzan a resquebrajarse y diferentes facciones complotan para erigirse con el poder. Por un lado, el cardenal Simón Augustino Lourdusamy emerge como una fuerza dominante y una peligrosa influencia sobre el Papa. En una posición antagónica, el cardenal John Domenico Mustafa, gran inquisidor del Sagrado Oficio, busca equilibrar la lucha de poder con Lourdusamy supervisando personalmente la búsqueda de Aenea. Y Entre ambos, Kenzo Isozaki, presidente de Pax Mercantilus, aquella fuerza cuasimilitar eclesiástica que ahora  ha tomado carices corporativos, confabula contra la iglesia misma y busca establecer conexiones con el Tecnonúcleo a fin de ganar poder contra Lourdusamy y socavar su influencia sobre el Papa Lenar Hoyt. Lo que Isozaki desconoce es que el poderoso cardenal ha tejido su telaraña en el centro mismo del poder eclesiástico y durante siglos ha recurrido a pérfidos mecanismos de manipulación que constituyen el más oscuro secreto de la iglesia. El influjo de Lourdusamy sobre las autoridades religiosas fuerza una nueva inquisición contra los Éxters. Simmons demuestra su gran capacidad para hilvanar esta línea narrativa a lo largo de la novela, desarrollando, a través de una amplia gama de estilos, aquellas ideas que sembró en el volumen anterior y dejando entrever el posible regreso del Tecnonúcleo.

Las intrigas eclesiásticas, no obstante, no son el argumento principal de la obra. Éste se centra en la misión de Aenea. Después de escapar de sus perseguidores gracias a la inesperada ayuda del padre capitán Federico de Soya, destituido de su cargo por traición; Atenea, Raúl y el androide A. Bettik, ya han pasado cuatro años en Vieja Tierra donde la joven intentará extrapolar los principios arquitectónicos aprendidos bajo la guía del Viejo Arquitecto – un cíbrido de Frank Lloyd Weber, conocido arquitecto, educador y escritor estadounidense – a su misión como diseñadora de un nuevo orden universal, opuesto al que sus perseguidores desean implantar. Sin embargo, la pubertad y sus exigencias físicas comienzan a hacer mella en su personalidad obligándola a sopesar cuidadosamente cada paso en el largo camino que la llevará al centro mismo de la red tejida por el Tecnonúcleo. El punto de convergencia para Aenea, Raúl, sus seguidores e incluso el Capitán Padre De Soya, ahora convertido a la nueva religión, es el planeta T’ien Shan. Este mundo, hogar del joven Dalai Lama, y donde todas las edificaciones han sido construidas en las montañas, muy por sobre el mar ácido, sirve como punto de descanso para que Aenea y sus seguidores ideen las últimas etapas de su proyecto y la forma en que esperan dar un golpe definitivo a la iglesia gobernante. Simmons se vale de irregularidades cuánticas para traer de vuelta a algunos de los personajes de Hyperion y dar un sentido cíclico a una narración que ya se ha prolongado por siglos.


Hay en esta segunda parte del relato una inclinación filosófica oriental que Simmons usa como contrapunto a la decadencia barroca de la iglesia católica. El proceso de Comunión que Aenea realiza a través de un sinnúmero de mundos representa el rescate de la espiritualidad que las religiones han perdido a lo largo de los siglos, recuperando también la dimensión filosófica y poética del díptico original. En esto, el autor se revela como un crítico del materialismo en que no sólo la iglesia sino gran parte de nuestra civilización ha caído. A lo largo de la segunda parte de estos Cantos, Simmons ha desarrollado una serie de cuestionamientos que, de cierta manera, se emparentan con algunos de los planteamientos que Frank Herbert desarrollara en Dune respecto del poder del mesianismo y su influencia sobre sociedades aunque, a diferencia del creador del planeta Arrakis, Simmons toma una posición más predecible, con menos matices, lo que resta un poco de ambigüedad, de profundidad a sus reflexiones. A pesar de esto, su calidad narrativa por sí sola es capaz de sostener el último tercio del relato donde, con un ritmo ágil, comienza a enlazar los cabos que intencionalmente dejó sueltos en los tres volúmenes anteriores hacia un final con un par de giros que harán mella en el lector.

Cuando el segundo díptico de los Cantos de Hyperion fue publicado, Simmons se propuso, en sus palabras, expresar algo sobre el amor y lo sagrado como fuerzas reales tan palpables como la gravedad, y que forman parte de la urdimbre del universo. De la misma forma que John Keats, quien siglos antes usara diversas herramientas narrativas y estilísticas para plasmar su visión de estos temas, Simmons ha recurrido a similar cantidad de recursos con un propósito no menos definido. Los elementos literarios, filosóficos, teológicos, poéticos y científicos a los que echó mano para construir su cosmos son innumerables y reflejan sólo parte de su inmensa capacidad como narrador en una obra con innegables visos de virtuosismo.

No es fácil resumir los conceptos de Los Cantos de Hyperion y su esplendor cuando se llega a la consumación de un universo al que Simmons ha asegurado no volver, pero la cita de las Meditaciones de Marco Aurelio a la que el autor alude antes de comenzar su volumen final sintetiza muy bien la esencia de su propio pensamiento: La naturaleza universal, usando la sustancia universal como si fuera cera, modela la efigie de un caballo, y al romperla utiliza el material para un árbol, luego para un hombre, luego para otra cosa. Cada una de estas cosas subsiste por muy poco tiempo, mas no hay crueldad en la destrucción de la vasija, así como no la hubo en su creación.

Isaac Civilo B.

El Ascenso de Endymion (Los Cantos de Hyperion IV)
Dan Simmons
Ediciones B
2016
864 páginas

Comentarios

Entradas populares