Reseña: El Hombre Vacío de Dan Simmons
El Hombre Vacío

La historia gira alrededor de Jeremy
Bremen, profesor de matemáticas, casado, sin hijos. Un hombre normal que se
desenvuelve en un mundo normal salvo por un gran secreto: es capaz de leer los
pensamientos de las personas, o mejor dicho de escucharlos. Un gran don si no fuera porque la intensidad y la
inmensidad de lo que Simmons define como la neurocháchara
del mundo ha amenazado su sanidad mental durante toda la vida. En este aspecto,
El Hombre Vacío se acerca bastante a
algunas novelas de ciencia ficción que han tratado el tema de la telepatía como
La Mujer del Viajero en el Tiempo de
Audrey Niffenegger y la excelente Muero
por Dentro de Robert Silverberg. Pero a diferencia del atormentado
protagonista de esta última, Bremen ha encontrado un escudo para mantener el
ruido mundano alejado, su esposa Gail, también telépata; un alma sensible,
profunda y carismática que resulta ser la compañera perfecta para un profesor
de matemáticas obsesionado con sus investigaciones y especulaciones
científicas. Gail no solamente es el pilar fundamental de su vida en pareja
sino también el contrapeso perfecto para la mente analítica de Jeremy.
La muerte de Gail abre el libro. Lo
que otros escritores podrían haber utilizado convencionalmente como el clímax
de su narración, Simmons lo usa como el punto de partida. Desde ahí la novela
avanza en dos líneas paralelas. Por un lado, Bremen relata su vida desde el
momento en que Gail le abandona, dejando su hogar e internándose en el Estados
Unidos profundo en un intento por dejar atrás aquellos recuerdos que tanto lo
atormentan y protegerse de los pensamientos de millones de seres humanos que
amenazan con engullirlo. A medida que los capítulos se suceden, el viaje de
Bremen se convierte en una caída en picada hacia lo peor que el ser humano
puede ofrecer: desconfianza, avaricia, codicia, violencia, asesinatos,
pedofilia y vicio rampante. En este sentido, el viaje del protagonista adquiere
tintes existencialistas cercanos a lo que podrían ofrecer escritores como Michel
Houellebecq, Kazuo Ishiguro o Kenzaburō Ōe aunque su principal influencia se remonta
siglos. El descenso de Bremen se estructura respecto de las líneas del Inferno de Dante. En él, el matemático
conscientemente elige descender a los círculos más profundos del infierno
después de la muerte de su Beatriz y en el trayecto encuentra a Virgilios
ocasionales que le ayudan a sobrellevar el peso de tan desolador paisaje.
El segundo segmento narrativo es un
relato que se combina perfectamente con el primero. Varios capítulos
intercalados titulados simplemente Ojos
– inspirados en el poema El hombre Vano
de T. S. Eliot – dan cuenta de la vida de Bremen antes de la muerte de su
esposa. El contraste no podría ser más abismante respecto de lo que Bremen
experimenta posteriormente. La descripción de su relación con Gail está llena
de matices y nos permite comprender por qué el vacío que ella deja en su vida
es tan profundo, prácticamente insondable. Contrario a lo que se podría pensar
en primera instancia, su relación está llena de pequeñas fricciones y grandes
discusiones al ser personas que se complementan de forma perfecta en muchos
ámbitos fundamentales, pero que también desavienen en tantas otras áreas
críticas. No hay sentimentalismo barato en la descripción de esta relación. El
estilo está más cercano al minimalismo que a las florituras emocionales, a la
contención que a la emocionalidad desbordada. Es un relato que en muchos
momentos puede sentirse árido, pero no por ello carente de belleza.
En esta línea también se narra la
incipiente investigación que Bremen desarrolla respecto del funcionamiento
cerebral, la memoria, la conciencia y la forma en que percibimos la realidad, y
cómo dicho proyecto lo lleva a trabar amistad con el anciano investigador
alemán Jacob Goldmann quien ha desarrollado una investigación paralela que
complementa y supera la del matemático, derivando hacia la teoría de la
dualidad onda-corpúsculo en mecánica cuántica. De cierta manera, la
investigación científica y la teoría cuántica describen la trayectoria de la
propia historia de Bremen y su don-maldición, y en definitiva dejan entrever
una lejana posibilidad en el futuro, un lugar en el que su sanidad mental no
colapse en un vórtice de locura y oscuridad. Goldmann también esconde un
terrible secreto que lo llevará, inesperadamente, a cruzar peligrosas fronteras
a fin de descubrir lo plausible de su proyecto. Lo más enigmático de este
segmento, sin embargo, es el narrador quien se revela como un ente externo que
ha observado las vidas de Gail y Jeremy desde hace años, y es capaz de detallar
los dolores y las alegrías de su relación. Su identidad se mantiene en secreto
durante gran parte de la novela aunque resulta ser la llave que abrirá las
puertas por las que la angustia existencial de Bremen se desbordará hacia otra
realidad.

Al respecto, lo más adecuado sería
retroceder a los agradecimientos que se encuentran al comienzo de la novela, a
aquellas evocadoras líneas “deambular
entre dos mundos, uno muerto, el otro incapaz de nacer” del poeta inglés
Matthew Arnold, para comprender la dualidad y la angustia contenida en el
libro. El lugar de Jeremy Bremen se encuentra justamente entre ambos estados,
aquel mundo muerto, lóbrego más allá de la salvación y aquel mundo que aún no
puede ver la luz y que solamente nacerá después del sacrificio definitivo, al
menos para alcanzar una pequeña victoria.
Quizás esa sea la gran virtud de El Hombre Vacío, la forma en que Simmons
es capaz de incorporar la esperanza de una realidad más digna, más luminosa en el
complejo entramado de perversiones y pecado de un inferno contemporáneo. Para un escritor que nos tiene acostumbrado
a narraciones de larguísimo aliento, lograr una obra de tales resonancias en un
relato mucho más breve es, de hecho, dar forma a una pequeña joya.
Isaac Civilo B.
El
hombre Vacío
Dan
Simmons
Nova
288
Páginas
2016
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