Reseña: Sueño del Fevre de George R. R. Martin


Sueño del Fevre

El entorno es cautivador; el ritmo, endiablado; los personajes, arrebatadores.
Harlan Ellison

Después del éxito fulminante que George R. R. Martin saboreó tras su primera novela, Muerte de la Luz, y las novelas cortas en cooperación con Lisa Tuttle, agrupadas bajo el nombre Refugio del Viento, a comienzos de los años 80, el escritor de Nueva Jersey decidió apartarse levemente de la senda de la ciencia ficción y la fantasía para internarse en las profundidades del río Mississippi e insuflar nueva vida a la novela de terror, más específicamente a la novela de vampiros. De esta manera, Martin revitalizaba un género que en dicho momento estaba un poco a mal traer. De hecho, ésta es una de las características de su trayectoria, recuperar géneros algo desgastados, renovarlos, cruzarlos con otros géneros y alcanzar un resultado fresco, de gran factura.

La historia comienza en 1857, con el capitán Abner Marsh en un estado cercano a la banca rota y en búsqueda desesperada de algún inversionista que le permita volver a navegar por el Mississippi al que ha entregado su vida. Marsh es la quintaesencia del protagonista antiheroico que abunda en las novelas de George R. R. Martin: obeso, solitario, poco empático, con algún defecto físico, malencarado, pero aun así entrañable y noble, en la senda de un Tyrion Lannister o un Haviland Tuf. Una noche, el extraño Joshua York le ofrece invertir en un navío para que pueda regresar a navegar a cambio de algunas pocas condiciones extravagantes. De tal negociación emerge el Sueño del Fevre como la nave más grande y rápida en surcar el río inmortalizado por Mark Twain.

La amistad que nace entre estos personajes no podría ser más extraña. Marsh, mundado, iletrado y hosco, es de un contraste casi antológico al refinado y acaudalado York, amante de la poesía y de la alta cultura. Ambos comienzan sus andanzas por el Mississippi, pero a medida que las páginas se suceden, Marsh desconfía crecientemente de los secretos de York, de los pálidos pasajeros que éste acepta en el navío y de su extraño comportamiento.

La ambientación que Martin ha logrado en el Sueño del Fevre es de primerísima clase. Los detalles con los que, página tras página, Martin recrea esta turbulenta época son interminables. Sean los frondosos bosques que se extienden a ambos lados del río, las descripciones de los barcos que lo surcan, los pueblos que se encuentran a lo largo del mismo y sus toscos habitantes o los años próximos a la Guerra de Secesión, la pluma de Martin es capaz de transmitir de manera evocadora la pasión del capitán Marsh por la vida fluvial como también los conflictos internos de York respecto de su condición de vampiro, con una fuerte carga existencial que se remonta a la Europa más clásica en la vena de Bram Stoker. De la misma manera, la plantación de Garoux, hogar del antagonista de York, Damon Julian, es una de las cumbres del terror literario, verdadera imagen del salvajismo animal y de la crueldad inhumana. En ella, Julian, el bebedor de sangre por excelencia, y su secuaz, el retorcido Billy Vinagre, proveen a la novela de algunos de sus pasajes más escalofriantes.


Los vampiros que el autor esboza tienen, sin dudas, raíces que se hunden en el arquetipo clásico del habitante de la noche aunque su desarrollo durante varios pasajes transita por derroteros poco explorados, quizás incluso cercanos a la ciencia ficción. Aquí, los hijos de la noche son seres sufrientes, solitarios, que se erigen como depredadores despiadados en algunos casos, pero también arrepentidos y confusos en otros. Sin embargo, Martin se desvía del canon del vampirismo en su énfasis en el proceso de vampirización. El autor no se muestra tan interesado en la cotidianeidad del vampiro, su soledad y sus paseos nocturnos, como en el motivo que empuja al vampiro a convertirse en vampiro, aquel estímulo que lo hace decantarse por dicha existencia. Ese es el giro que Martin desarrolla en esta obra y que lo distingue de los innumerables sucedáneos que pueblan los anaqueles de las librerías. Eso, y la forma en que es capaz de hilvanar la historia de vampiros en uno de los períodos más turbulentos de la historia estadounidense y entrelazarla con el esclavismo, la manera en que las castas vampíricas y su relación con los humanos replica la relación de estos últimos con los esclavos en un proceso que parece girar sin fin.

Solo en el último tramo, el ritmo de la obra decrece un poco, como si el ritmo endemoniado durante 300 páginas se diluyera en las últimas 50 donde irrumpen saltos temporales y flashbacks. Esto, sin embargo, no llega a empañar la solidez de la obra. Su lenguaje casi cinematográfico, fluido y perfectamente graduado explican por qué Sueño del Fevre es un trabajo de referencia para los amantes del género, además de ser un hermoso relato de la amistad entre seres tan disímiles y un logrado compendio de fuentes tales como los escritos de Bram Stoker, El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad, el aire de Richard Matheson y su Soy Leyenda, Mark Twain e incluso de leyendas populares como El Holandés Errante. Para los seguidores de Martin, una narración que merece estar al lado de sus mayores trabajos.

Isaac Civilo B.

Sueño del Fevre
George R. R. Martin
Gigamesh
2012
360 Páginas

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