Reseña: El Alienista de Caleb Carr
El Alienista
El Alienista es una de
esas novelas algo olvidadas con el paso de los años, pero que de vez en cuando resurgen
por el interés de los lectores. Su autor, Caleb Carr, no es un escritor que se
destaque por ser productivo. Tienden a pasar años entre cada uno de sus libros
y su carácter poco accesible no contribuye a los esfuerzos de las editoriales
para mantener su obra en constante rotación en las librerías. Afortunadamente,
la adaptación de Netflix ha permitido a un nuevo público conocer una de las
mejores novelas norteamericanas de las últimas décadas.
El Alienista se ubica
en Nueva York a finales del siglo XIX, cuando la metrópolis vivía algunos de
sus años dorados, las élites desfilaban entre lujosas casas, caros restaurantes
y salones de juegos mientras las clases bajas se debatían entre la inmundicia,
la enfermedad, el hacinamiento y la muerte. El relato, narrado desde el punto
de vista del periodista John Moore, gira en torno a la figura de su amigo, el
alienista Laszlo Kreizler, afamado doctor que se especializa en las
enfermedades mentales y los traumas de los llamados alienados, rechazados y desechados por la sociedad completa.
Kreizler es astuto, analítico y cubre sus acciones y su vida misma con un manto
de misterio que, sin embargo, en la tradición de la mejor novela negra, deja
entrever a un hombre profundamente dañado, tanto física como mentalmente. Aquí
se adivina la vena autobiográfica que Carr ha impreso en su creación. Su padre,
Lucien Carr, fue miembro y uno de los fundadores de la generación beat que, entre otros contaba en sus
filas a ilustres escritores malditos
como William S. Burroughs, Jack Kerouac y Allan Ginsberg a quienes el pequeño
Caleb conoció desde niño y sobre quienes no tenía muy buena impresión,
considerándolos borrachos ruidosos que invadían su hogar para maratónicas
juergas con su padre.
Uno de los temas centrales de El
Alienista gira en torno al abuso – especialmente de menores – y a la forma en
que la sociedad construye los propios monstruos que la atormentan. Tal fue la
historia del padre de Caleb Carr, Lucien, abusado a los 13 años por uno de los
instructores en el campamento boy-scout que frecuentaba. Tal abuso se extendió
por años, incluso hasta cuando Lucien Carr llegó a la Universidad de Columbia. El
hostigamiento fue tal que éste asesinó a su acosador con la complicidad de Jack
Kerouac y el dudoso papel de William Burroughs. Los tres pasaron entre seis
meses y dos años en prisión. Lucien, a su vez, resultó ser un padre violento y
el pequeño Caleb, junto a su madre y hermanos, sufrió los embates de su furia durante
años.
Ante tales antecedentes no es de
extrañar la atmósfera sofocante que permea los escenarios de la novela. Carr
recrea esta época con lujo de detalles gracias a una documentación exhaustiva,
pero siempre se decanta por la humedad, la monotonía y la falta de higiene de
los barrios pobres atiborrados de inmigrantes, indigentes y demás integrantes
de una fauna tan lastimera como peligrosa. Incluso cuando el autor enfoca su
vista en los pulcros salones de la alta sociedad, en sus hogares y jardines, lo
hace con la mirada fría de un especialista con bisturí en mano, presto a
descubrir la podredumbre y la corrupción que acecha bajo aquellas prístinas
capas de pintura blanca o los más costosos tapices. En esto Carr construye una
galería de personajes difíciles de olvidar: políticos corruptos, familias
adineradas con hijos pervertidos, policías sin escrúpulos, proxenetas crueles,
asiduos visitantes a burdeles transexuales, asesinos testamentarios. Una amplia
gama de seres que bordean lo monstruoso y que siempre están dispuestos a dar el
paso necesario para cruzar dicha línea. El contraste con Kreizler y sus
intenciones es casi de antología.
Hay una veta científica notoria
que Carr ha impreso en esta obra. Además de la amplia documentación histórica,
es posible adivinar abundante material sobre asesinatos en serie, psicología,
literatura, grafología, criminología y medicina forense. A pesar de los
numerosos pasajes técnicos de la novela, el ritmo fluye con asombrosa facilidad
y el escritor es capaz de esbozar en los variopintos acompañantes de Kreizler a
especialistas innovadores que dosifican acertadamente cada una de las
disciplinas a las que el autor debió recurrir durante la escritura de la obra.
Entre ellos, los hermanos Isaacson, sargentos detectives que se encuentran a la
vanguardia respecto de los métodos de investigación forense; Sarah Howard, una
de las primeras mujeres en trabajar en el departamento de policía y cuya
ambición en convertirse en la primera mujer detective la llevará a ser parte
fundamental de la investigación; y el periodista amigo de Kreizler, John Moore,
una suerte de John Watson auxiliando a Sherlock Holmes. Incluso Theodore
Roosevelt, futuro presidente de Estados Unidos, toma cartas en la investigación
para descubrir al asesino que azota Nueva York.
A través de las páginas de la
novela, Carr intercala amplias reflexiones sobre diversos temas como la
esclavitud, la religión, la política, la psicología y la historia a través de
diálogos inteligentes, vivaces, que dotan a la obra de una profunda dimensión
humanista aunque ésta sea casi necesariamente descreída, sombría durante largos
pasajes, y desesperanzada por momentos. La investigación misma se desarrolla en
una atmósfera lúgubre, donde los investigadores deben replantearse de forma
constante qué buscan y, más importante, qué esperan encontrar. El asesino toma
forma en sus mentes poco a poco aunque finalmente la razón de su existencia
llega a ser inalcanzable para Kreizler y su equipo. Carr plantea con claridad
que su novela va mucho más allá de simplemente develar un misterio. Por el
contrario, su visión nos sumerge en aquel misterio en el que nos desenvolvemos,
pero que es imposible desentrañar a pesar de que moremos en su mismo corazón.
Isaac Civilo B.
El Alienista
Caleb Carr
Ediciones B
2017
688 páginas
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