Reseña: Consumidos de David Cronenberg
Consumidos

Hace un par de años, el director
irrumpió en el mundo literario con su primera novela, Consumidos. Y fiel a su legado, Cronenberg vuelve a entregar una
obra con su sello, pletórica de todas aquellas extrañas ideas, atrayentes y
repulsivas a partes iguales. Su carrera tras las cámaras también ha dejado su
huella en los episodios de su primera obra escrita cuya trama se nos presenta
como una compleja investigación periodística llena de giros imprevistos,
personajes monstruosos – en su interior y en su exterior –, obsesiones tecnológicas
y extrañas patologías, de la misma manera en que las explorara en cintas como Videodrome, El Festín Desnudo o M.
Butterfly. Naomi y Nathan, una joven pareja de periodistas investigan la
extraña muerte de Célestine Arosteguy, filósofa francesa, presuntamente a manos
de su esposo, el también filósofo Aristide Arosteguy. Tras las sospechas de que
éste ha asesinado, mutilado y comido a su esposa, ambos periodistas realizan
investigaciones paralelas en Europa, Canadá y Tokio a fin de descubrir si
realmente tal ha sido el destino de Célestine o si existe una conspiración que
va mucho más allá del canibalismo y se extiende hasta los niveles más altos de
la política oriental. Hay aquí un aire a Roman Polanski y a algunas de sus
mejores obras, y también, por supuesto, a Hitchcock, de quien Cronenberg podría
considerarse un discípulo aunque con un toque personalísimo, inescrutable,
quizás hasta una modernización radical del genio inglés.
El director canadiense escribe de la
misma forma que filma, con un notable sentido de la extrañeza. Sus personajes parecen moverse en
una zona equívoca, profieren frases oscuras, algunas al borde del absurdo y sus
intenciones nunca son las que pueden percibirse en su prosa. Esto desestabiliza
al lector al mismo tiempo que lo succiona poco a poco hacia la segunda parte de
la historia cuando las revelaciones se suceden una tras otra, aunque Cronenberg
siempre deja abierta más de una puerta que nos obliga a cuestionar si dichas
revelaciones son tales o si son simplemente señuelos que guían a los
protagonistas a medida que se adentran en juegos políticos que nunca
antevieron. Aquí la ambigüedad establece los parámetros de la prosa. Es latente
la sensación de que tras cada una de sus palabras existe mucho más que queda
oculto. Tras el humor negro y el sarcasmo, siempre parece haber una amenaza
mayor o al menos un misterio que éstos guardan para sí.
A medida que la investigación de los
periodistas avanza, los temas clásicos de Cronenberg comienzan a revelarse. La
filósofa Célestine ha estado obsesionada por la posibilidad de que su pecho
derecho esté lleno de insectos que modifican su cuerpo y cambian la forma en
que percibe la realidad. Ambos filósofos saben que sus cuerpos cambian por la
vejez, conectados por un vínculo biológico que los obliga a modificar las percepciones
mutuas en un esfuerzo por adaptarse al cuerpo del ser amado, de desarrollar una
nueva estética acorde a lo que el cuerpo desea – biología sobre psicología,
eminente como siempre en Cronenberg –, al igual que en Mortalmente Parecidos, aquella obra maestra sobre los hermanos
Mantle los ginecólogos gemelos cuyo vínculo originado en la primera célula es
indisoluble.

El autor presenta un festín de
dispositivos en los contextos más disímiles, omnipresentes siempre, como si
éste fuera la membrana que separa a los personajes del resto de los seres
humanos – como el tejido de la pantalla del televisor en Videodrome – encerrándolos en una realidad extraña, no paralela o
psicológica, sino una realidad donde la biología anarquiza sus cuerpos
forzándolos a atravesar nuevas fronteras incluso cuando ésta exige tecnología
para continuar su evolución. Este avance también se ve reflejado en la
ubicuidad de las comunicaciones. De alguna u otra manera, las vidas de los
personajes son penetradas por las redes sociales, las noticias a través de la
red, las imágenes vertiginosas como filamentos inalámbricos que atraviesan sus
cuerpos, voluntariamente en el caso de Naomi – un caso endémico de la joven
cuya existencia transcurre en línea – o a regañadientes como sucede con el filósofo
francés, ya en un país extraño, quién ha debido abandonar su pasado ya que ha
sido invadido por la velocidad de la
información. La lingüística misma es presa de la biología como ejemplifica la
joven canadiense, ex-alumna y ex-amante del matrimonio francés, cuyo trauma
engendrado por dicha relación la ha forzado a desterrar el francés de su cerebro, una transformación de aires Lacanianos.
Todo esto en el contexto consumismo-política-economía-cultura
desde el que se estructura la narración. Los viajes de Naomi y Nathan se
vuelven cada vez más extraños. Las relaciones comienzan a encajar. Los antiguos
alumnos y amantes de los Arosteguy se revelan como nexos inesperados con la
obsesión de Célestine sobre los insectos. Entra en juego un misterioso cineasta
refugiado o secuestrado en Corea del Norte que conecta la obsesión insectoide
de Célestine con sus cintas, metáforas político-culturales sobre el nuevo orden
social proveniente de la izquierda coreana. La escenificación del canibalismo
del filósofo francés por su esposa es expuesta en una grabación aunque
simplemente podría ser eso, una puesta en escena y la perfecta vía de escape
del matrimonio hacia un nuevo estilo de vida sin dejar huella alguna, hacia una
cultura más fascinante que la decadencia capitalista occidental. En fin, una
trama compleja, pero que puede resultar ficticia en una atmósfera donde
predomina la extrañeza y la alienación. Siempre hay otra vuelta de tuerca, más
rebuscada que la anterior aunque más plausible también. Incluso en la última
línea de la narración se abren dimensiones insospechadas a un relato que parece
inagotable. Las pistas siempre estuvieron diseminadas. El drama siempre fue
mucho mayor. Los personajes siempre jugaron un papel engañoso, víctimas de su
propia pretensión, de sus propios deseos. Todos consumidos: los personajes, su
sociedad, su cultura. Todo es consumido por sus cuerpos, sus patologías, sus
secreciones; todas proyecciones físicas de la insaciable ansia consumista del
capitalismo que tiene como contrapartida un consumismo de un signo incluso más
extraño, el oriental, filtrado a través de una cultura más extraña. Es un
relato angustioso, pero de fronteras imprecisas, casi inexpresable salvo a
través de una forma laberíntica, desconcertante, pero de una progresión
puramente cerebral.
En tiempos donde la irreverencia se
ha transformado en un cliché insustancial, David Cronenberg requiere de un
puñado de páginas para plasmar uno de los relatos más oscuros, aterradores y
fascinantes de las últimas décadas, un relato que no tiene nada que envidiar a
sus ya casi legendarias cintas. Los temas a los que ha vuelto una y otra vez –
el origen de la violencia, la maquinización de la conciencia, el nexo entre el
cuerpo y la tecnología, la relación entre biología y poder – pueden no sólo
haberlo convertido en uno de los cineastas más innovadores sino que también
podrían convertirlo rápidamente en un escritor de culto. Después de medio
siglo, la Larga Vida a la Nueva Carne
no solamente mantiene su vigencia sino que adquiere matices casi proféticos.
Isaac Civilo B.
Consumidos
David
Cornenberg
Anagrama
2016
360
páginas
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