Reseña TV: La Maldición de Hill House

Tras dos adaptaciones cinematográficas - una estupenda de 1963, otra horrenda en 1999 - el gigante del streaming, Netflix, se embarcó en un nuevo proyecto de adaptación, una suerte de actualización de la novela original, en un momento que no puede ser más preciso. Después de décadas en que las cintas de horror comercial parecían haber drenado a este género cinematográfico de sus ideas y su inteligencia, durante los últimos años ha surgido una nueva ola de películas de terror que rescatan el legado de compañías como Hammer Productions e incluso propuestas más modernas como las cintas de David Cronenberg, George Romero o John Carpenter, por nombrar unos pocos directores que han entregado algunas de las mejores obras de este estilo.
En la cresta de esta ola, la adaptación de Netflix, a manos de Mike Flanagan, da cuenta de buena manera de la esencia de la obra de Jackson. Si bien la historia original fue escrita en 1959 y se acerca al gótico sureño, Flanagan y su equipo han trasladado las atmósferas opresivas, los miedos infantiles y los fantasmas a comienzos del siglo XXI. Ya no existe el doctor en filosofía y antropólogo John Montague obsesionado por las perturbaciones psíquicas y sus ansías por realizar un experimento en la mansión Hill House. Lo que existe, y es aterrador, es la deconstrucción familiar que hace presa los protagonistas. El director se toma su tiempo para estructurar la debacle del padre de familia y sus cinco retoños dedicando cinco episodios a contar la historia de los cada uno de los hermanos.
El relato se mueve entre la niñez de estos y su adultez, una vez que los traumas han enraizado en sus vidas. El proceso, en algunos casos, es particularmente descarnado, penoso. La transformación de un tierno infante en un adulto drogadicto o el descenso a la locura por parte de la madre son ejemplos de la oscuridad y la tragedia que han acechado a la familia por años, otorgando períodos de descanso a sus víctimas, pero nunca desapareciendo completamente. La tragedia familiar, la pérdida de la inocencia y los demonios y fantasmas como representaciones de los miedos, traumas y deseos de los protagonistas son los elementos centrales del relato, mucho más que los golpes en las paredes, las apariciones sobrenaturales o las habitaciones a las que no se puede entrar. Las transiciones entre el pasado y el presente son constantes, pero nunca se sienten fuera de lugar, al contrario, están logradas con la sutileza del terror clásico, aquel que evoca la mejor época de Hammer Productions en sus antiguas cintas o en las que ha producido desde su regreso hace algunos años como La Dama de Negro.
Hay mucho buen hacer en la serie: el diseño de arte, la fotografía, la dirección, el guión, los actores y el ocasional momento en que el terror se desata, recurso que, afortunadamente, jamás es usado en exceso. Si bien todos los episodios no mantienen el mismo nivel, sí hay que hacer mención especial al quinto capítulo, donde la tristeza y el horror se mezclan con fuerza inusitada, y el sexto, donde los planos secuencia se suceden gracias a un montaje muy inspirado. Ambos episodios ya son suficientes para dar a entender que éste es un terror maduro y un buen estandarte para que las grandes compañías cinematográficas o de streaming asuman que el buen terror no es sólo cosa del pasado, y que el futuro de este género puede ser incluso más brillante (y a la vez aterradoramente oscuro).
Isaac Civilo B.
Netflix
Estados Unidos
2018
10 Episodios
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