Reseña Cine: La Casa que Jack Construyó de Lars Von Trier
La Casa que Jack Construyó
El regreso de Lars Von Trier por
supuesto viene acompañado de gran agitación por parte de la crítica y el
público. Tras el bullado estreno de su más reciente cinta en el festival de
Cannes, vuelven todos los clichés que suelen adherirse a sus producciones:
difícil de ver, controvertido, inaguantable. Nada de esto es, obviamente, lo
medular. Durante toda su filmografía, el director danés, para muchos el más
grande en su país desde los días del titán Carl Theodor Dreyer, ha forzado los
límites de lo digerible con arriesgadas obras que versan sobre la naturaleza
del arte y su conexión con la violencia y el mal, la erosión de los conceptos
sobre los que se funda la cultura y la convivencia, su rechazo a la corrección
política y a todo aquello que tomamos por sentado, entre otras.
La
Casa que Jack Construyó vuelve sobre uno de sus temas predilectos, la
intersección entre el arte y la belleza, por un lado, y la crueldad y la
violencia, por el otro. La cinta se estructura, como es común en las más
recientes cintas del director, en capítulos conectados por pequeños interludios
y un sobresaliente epílogo. Los narradores son el protagonista Jack,
interpretado por Matt Dillon, asesino en serie, y Verge, un anciano, quien
desde el comienzo guía a Jack en un viaje que, pronto comprenderemos, replica
el descenso al Inferno en la Divina Comedia de Dante. Los diálogos
están dispersos a través de las más de dos horas y media de duración, son
ilustrados, profundos, corrosivos por momentos, a ratos retazos de la filosofía
tras los asesinatos de Jack, a ratos análisis precisos sobre la naturaleza del
arte. Glenn Gould, la arquitectura gótica, William Blake, Goethe, el Inferno, las referencias se suceden una
tras otra en un afán deconstructivo que Von Trier ya había exhibido en Ninfómana, la cinta a la que más se
asemeja esta nueva obra en términos de formato, tono, iluminación y movimiento
de cámara. Las digresiones filosóficas interfieren constantemente con la narrativa,
sean éstas sobre las estructuras de los arcos en las catedrales góticas, el
proceso de descomposición de las uvas o el simbolismo tras el tigre y el
cordero en las Canciones de Inocencia
y Canciones de Experiencia de Blake. Oscuras
y complejas quizás sean, pero no dejan de ser las digresiones de un pensador
brillante.
Es evidente que una cinta como ésta
funciona en varios niveles tanto dentro como fuera de la pantalla. Después de
las polémicas que lo han envuelto durante los últimos años, La Casa que Jack Construyó es una suerte
de venganza contra las acusaciones de supuesta misoginia y el ambiente de
corrección política, más cercano a una caza de brujas, imperante en gran parte
del mundo occidental. En ésta, quizás más que en cualquier otra de sus
películas, el danés da rienda suelta a la explicitud en la violencia extrema a
través de los cinco capítulos que describen asesinatos elegidos al azar. En una
reciente entrevista, el director describía cómo su madre, una feminista
acérrima, lo había hecho sentir culpable toda su vida, junto a su hermano, de
ser hombres y que recién ahora puede lidiar con las consecuencias de tales
acciones. Sería simplista aludir a ésta como la única explicación tras la
violencia hacia las víctimas femeninas, pero tampoco sería correcto descartarla
justamente debido al evidente contenido de los diálogos. Cosechar lo que se
siembra, de hecho. Y también está ahí la arquitectura nazi y su figura principal,
Albert Speer, un guiño a sus comentarios sobre Hitler en Cannes hace algunos
años y que le valieron algo más que la crítica generalizada. En la misma línea,
la película también funciona como una provocación que ya es parte integral del
esfuerzo del director por incomodar e incluso infligir dolor en su audiencia,
ya no sólo desde detrás de la cámara sino en la pantalla misma a través de los
actos de Jack. Los casi inexistentes términos medios de sus cintas previas aquí
desaparecen por completo magnificando el impacto ante las audiencias cada vez
menos preparadas de los tiempos que corren.
Muy destacadas fueron las carcajadas
del director Gaspar Noé (Irreversible,
Solo contra Todos, Enter the Void) en el estreno de la
cinta y recalcan el carácter cómico dominante de la película. La veta de Von
Trier se encuentra muy lejos del thriller psicológico a la David Fincher aunque eso no le impide subvertir sus supuestos
y transformar la historia de un asesino en serie en una comedia del humor más
negro, sembrando los 150 minutos de duración de bromas cáusticas, por momentos
cercanas al absurdo, pero sin nunca perder su mordiente. En esto, también
podemos identificar una veta biográfica. Ninfómana
y La Casa que Jack Construyó son las
únicas dos películas que el director ha filmado, según él mismo ha revelado,
tras abandonar el alcohol y las drogas, y es interesante que su sobriedad haya
producido sus dos obras más extremas en varios aspectos, reflejos de su estado
mental más calmo y su forma de ver el mundo sin la intervención de sustancias
externas. Ambas cintas pueden ser vistas como las manifestaciones más honestas
de su filosofía.
Por último, también hay un énfasis
sintético en La Casa que Jack Construyó.
Hace poco más de un año, el director danés indicó que ésta sería su última
película y el segmento sobre la creación de los íconos sirve como una
plataforma perfecta para sintetizar gran parte de su esfuerzo en la creación de
momentos cinematográficos emblemáticos de su filmografía y del cine mismo
durante las últimas décadas. Se suceden en la pantalla fragmentos de Medea, Ninfómana, Anticristo, Melancolía, Dogville, Rompiendo las Olas,
El Elemento del Crimen y El Reino, una condensación muy ajustada
de su obra, quizás una suerte de homenaje a sí mismo, quizás el rescate de sus
propias cintas para la posteridad.
¿Fue ésta su última película?
Esperemos que no. Más allá de todo lo que se pueda decir sobre las polémicas y
la controversia, La Casa que Jack Construyó
se erige como una gran obra, de aquellas tan difíciles de encontrar en estos
días de películas de producción en masa como Aquaman o Bohemian Rhapsody,
un ejercicio narrativo que bordea el virtuosismo, de gran pulcritud, de una
fotografía que es capaz de descender al infierno de las manos de los
protagonistas y encontrar belleza, de un montaje que debería ser objeto de
estudio, tan inmenso como las catedrales góticas referenciadas en la película
misma, de actuaciones que impactan por su precisión y que Von Trier siempre
logra arrancar de sus actores, y de un aliento épico que no desmerece las
alusiones a Dante y a Virgilio aunque esta vez la salida hacia el Purgatorio y el Paraíso casi no se vislumbre.
Isaac Civilo B.
Lars Von Trier
Dinamarca
2018
152 minutos
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