Reseña: La Fiebre del Heno de Stanislaw Lem
La Fiebre del Heno

Un ex astronauta cubre en auto el
camino de Napolés a Roma. En una parada del viaje ve a una mujer bajar de un
auto y, después de pocos pasos, caer desmayada en plena acera. Inicia la persecución
de dicho vehículo, pero pierde su pista. Llega a un hotel, se hospeda y en
medio del sueño sufre un ataque alérgico al heno. Es un periplo raro, limítrofe
con la novela negra, pero mucho más impreciso, como suelen ser la novelas de
Lem, donde las fuerzas inadvertidas del cosmos le juegan malas pasadas al
hombre. Tras un fallido intento de abordar el avión desde Roma a París debido a
un ataque terrorista del que el hombre pudo salvarse, es ya claro que la misión
que lo lleva a Francia es de una importancia y un secretismo tal que puede ser
rescatado fácilmente de las circunstancias post atentado por las autoridades
que están al tanto no de su misión en sí, sino de cuán esencial será.
Ya en la Ciudad de las Luces, el
astronauta conoce a un matemático que está desarrollando un método de
investigación poco ortodoxo que debería ser de ayuda para resolver la larga
lista de hombres que han muerto en condiciones muy diferentes, de escabrosos
detalles y que tienen muy poco entre sí salvo sus muertes antinaturales y su
paso por algún balneario de Nápoles. Lo que sigue es una muy minuciosa
exposición sobre las circunstancias en que las muertes han tomado lugar.
Abundan los detalles, inconexos en su mayoría, algo oscuros y, por sobre todo,
sin apuntar hacia ningún asesino potencial. Desde este momento, Lem, como es
costumbre, empieza a forzar los límites del género. Si bien, formalmente La Fiebre del Heno se atiene a cada uno
de los parámetros de la novela detectivesca, bajo sus palabras comienzan a
tomar forma ideas que terminarán por explotar y destruir sus estructuras.
Muchas de las novelas del escritor
polaco recorren esa delgada línea entre narrativa y ensayo, y esta obra no es
la excepción. El último tercio es una amplia disertación sobre la naturaleza de
la casualidad, el azar, la forma en que se filtra en nuestra existencia y acaba
rebasando nuestras expectativas, nuestras creencias y nuestro intrínseco anhelo
de un universo lógico. También aquí se filtra aquello que podríamos llamar
ciencia ficción, pero esa ciencia ficción que apelaba a encarar al ser humano
con su insignificancia en el orden de las cosas, con su inutilidad en el
devenir del cosmos y cuya comprensión de los fenómenos universales es tan engañosa
como el agua que deseamos sostener en nuestras manos, pero que se escapa entre
nuestros dedos. Es ciencia ficción en las antípodas de aquella creada en
Estados Unidos, que Lem despreciaba casi totalmente.
El ex astronauta, ante la comprensión
final, equipara la pequeñez del entendimiento humano con aquel momento en que
pudo contemplar la Tierra desde aquel infinito espacio exterior. El azar se
alza como el verdadero protagonista, la verdadera fuerza impulsora que se
encuentra en las semillas de toda creación, sea ésta planetas, galaxias o la
humanidad misma. Quizás, tras una primera lectura, la inmensidad y desolación
de Solaris o La Voz del Amo no sea tan patente, pero el fondo es el mismo:
nuestro entendimiento de la realidad es una elucubración insuficiente, tanto si
miramos hacia afuera como hacia adentro, la comprensión de nuestras
limitaciones es desoladora.
Isaac Civilo B.
La
Fiebre del Heno
Stanislaw
Lem
Impedimenta
2018
224
páginas
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