Reseña Cine: Clímax de Gaspar Noé
Clímax
“Un
filme francés y orgulloso de serlo” es la afirmación que abre Clímax, la más reciente cinta de Gaspar
Noé. No obstante el positivismo de tal frase, los seguidores del director saben
que tales nociones en su cine deben ser miradas de reojo, con sospecha. La
dureza y el desenfreno de su obra no han aflojado un ápice desde Solo contra Todos, su primer largo de
1998.
A pesar de la violencia extrema de
sus trabajos, siempre hay una suerte de creencia metafísica en sus películas,
aunque ésta sea de una naturaleza extraña y expresada de forma extraña, con
narraciones que se desarrollan de manera inversa o derechamente desde la
muerte. Es un cine inmensamente provocador y que pone en su centro el análisis
de los mecanismos que producen la tragedia, cómo ésta se gesta en los momentos
más impensados y de las formas más insospechadas. Más allá de la violencia,
éste es el tema que une cada una de sus obras.
En forma paralela, película tras
película, Noé ha refinado su estilo visual, no hacia el minimalismo o la
sutileza, sino en dirección contraria, al virtuosismo y la prolijidad de grandes
dimensiones que asemeja a una gran catedral más que a una pequeña parroquia.
Los planos continuos y el movimiento de la cámara se deslizan a través de unas
pocas salas de un edificio donde un grupo de jóvenes celebra el final de los
ensayos de un baile grupal creado por una antigua bailarina fracasada que ha
optado por la dirección. Tras varias introducciones, el primer plano se
extiende por 20 minutos de baile que desembocan en un segmento de varias
conversaciones entre dos o tres personas, un excelente ejercicio de montaje.
Ya en plena celebración, alguien –
nunca sabemos quién – mezcla uno de los tragos con LSD y sus efectos hacen
presa de los jóvenes. Este plano dura la friolera de 42 minutos, pero más allá
de su duración es la naturaleza sofocante, casi dolorosa, con la que la cámara
se mueve entre los adolescentes la que dicta el tono de su virtuosismo. Tal es el frenesí de este segmento que no
sabemos qué sucederá, si alguien sobrevivirá más allá de la violencia que se
desata entre algunos, el pavor que consume a otros y el abandono en el que
muchos se sumergen. La cinta se transforma en un largo derrotero por una noche
de terror.
La frase inicial de la película - un filme francés y orgulloso de serlo –
toma otros carices cuando la libertad se transforma en un espiral fatal para un
grupo de jóvenes que parecen entregarse voluntariamente al descontrol, a la
adicción y a la muerte. No deja ser una amarga crítica sobre el inminente
fracaso de la sociedad multirracial y multicultural de uno de los países que
más se ha preocupado de destacar sus virtudes. ¿Será una película conservadora
entonces? Muy difícil viniendo de uno de los cineastas más extremos de las
últimas dos décadas. Clímax se mueve más en el terreno de la observación
angustiosa, del comentario ácido y de la broma cósmica cuya carcajada está
mucho más cerca de la desesperación que del regocijo.
Cuesta asumir que Clímax es solamente el quinto largo de
Noé en 20 años, no por la engañosa escasez de su producción – ha sido autor de
más de una docena de cortos y algunos videos musicales – sino por su velada
grandeza y la magnitud de sus cintas. Sí, vuelve a ser provocador, pero más
importante, vuelve a serlo con un virtuosismo visual estupendo y con aquella
búsqueda incesante de ese momento en que la existencia de sus personajes da el
giro definitivo hacia el misterio.
Isaac Civilo B.
Climax
Gaspar Noé
Francia
2018
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