Reseña: Desayuno de Campeones de Kurt Vonnegut
Desayuno de Campeones

Hay un escritor, Philboyd Studge –
alterego de Vonnegut, creador del universo, titiritero macabro – que se propone
narrar una gran historia, pero ya no sobre hechos, ni sobre héroes ni heroínas,
sino una historia donde todos los protagonistas sean importantes, todos tengan
algo que decir. Studge trae de vuelta a uno de los personajes más queridos de
la obra de Vonnegut, Kilgore Trout, aquel escritor ficticio de ciencia ficción,
prolijo, con ciento diecisiete novelas y dos mil cuentos que se pasea por
varias de las obras del autor de Matadero
Cinco. Aquí Trout juega un papel esencial aunque desgraciado. Es el
responsable de empujar a la locura a Dwayne Hoover, un rico vendedor de autos
Pontiac. Pero lo hace sin saberlo, indirectamente a través de una de sus ciento
diecisiete obras ficticias.

La temporalidad de la historia es
alterada. El autor mismo, Studge o Vonnegut, entra en cada relato para dar
lógica a los acontecimientos, a veces se incluye a sí mismo en el relato, como
voyerista, como creador, como dios imperfecto y agobiado, como narrador o como
simple espectador. En cualquiera de los casos, sus lentes negros son el
perfecto prisma para aproximarse a la misantropía, a las bromas más amargas, a
la risa desesperada y al sinsentido humano. Y también a esa pequeña esperanza,
titilante como una vela a punto de extinguirse.
Como creador de todo, el autor decide
mejorar el universo y a las personas que viven en él, pero su propia vida se lo
impide. El suicidio de su madre, la muerte de su hermana, sus experiencias en
la guerra, la mentalidad comercial que infecta todo y convierte a las personas
en máquinas, la ignorancia, el egoísmo, la crueldad intrínseca, las matanzas…en
fin, en el siglo XX y en la historia hay motivos de sobra para que el mismo
creador no se atreva a realizar grandes acciones. En contraste, emprende una
labor mucho más honesta y humilde. Decide sanar a los personajes de sus libros
– comenzando por Kilgore Trout – a aquellos a quienes concedió vidas llenas de
dolor como si fueran recipientes del suyo propio. Una pequeña labor, la única
posible, para el gran creador de todo, un escritor que nunca se acobardó ante
las cartas que el destino le deparó, el padre de una invención nunca vista. Un
maestro.
Isaac Civilo B.
Desayuno
de Campeones
Kurt
Vonnegut
La
Bestia Equilátera
304
páginas
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