Reseña: Danza Macabra de Stephen King
Danza Macabra

En diez secciones, el autor de El Resplandor demuestra su enciclopédico
conocimiento literario y cinematográfico del terror, en este caso enfocado en
las obras que van desde 1950 a 1980. Lo primero que salta a la vista es su saludable
sentido del humor, muy necesario considerando la atmósfera sombría de la
temática de este volumen. Desde el comienzo, la vena autobiográfica, sus
experiencias infantiles y el contexto social y cultural al que King hace
referencia dan a entender al lector quién está al mando, pero también que tal
liderazgo es el de un amigo y un educador que está dispuesto a tener una
conversación afable con cualquiera que presente el más mínimo interés en un
tema que los apasiona. Es la conversación de dos personas iguales sentadas a la
mesa de un bar hablando de su amor por un tema específico.
Son muchas las ideas que el escritor
desarrolla a lo largo de las más de 600 páginas del ensayo. Entre ellas, una de
las más llamativas es la definición de los tres niveles de un cuento o una
novela de terror: el terror, la más depurada; el horror, algo menos sutil; y la
repulsión, cuando ya escasean los recursos técnicos y se recurre a herramientas
poco agudas, como la sangre, el gore
o el sensacionalismo. Por supuesto, los casos que usa para ejemplificar esta
división son vastos y muy bien documentados.
Asimismo, King recalca la futilidad
de los géneros, la inutilidad de sus límites, salvo para referenciar obras.
Incluso considera al terror, en una movida algo polémica para los más puristas,
como un subgénero de la fantasía, no como un género en sí mismo. El argumento
surge de la esencia de los monstruos y la naturaleza eminentemente simbólica,
alegórica, de las historias de horror, una herencia que, sin duda, le ha
llegado a través de la novela fantástica o aquellas narraciones de corte
fantástico provenientes de la antigua Mesopotamia y Grecia pasando por las
narraciones medievales, la escuela fantástica europea de Franz Kafka y Bruno
Schulz hasta nuestro días.

King realiza un certero y entretenido
análisis de estas tres obras y de la manera en que llegaron a convertirse,
películas mediante, en novelas de referencia indiscutida. La prosa de Mary
Shelley, sin embargo, no recibe los mejores comentarios del Rey del Terror.
Mejor apreciada es la prosa de Stoker e incluso más los conceptos del mal
externo y las corrientes sexuales que recorren los flujos subterráneos de Drácula, una de las posibles
explicaciones para la inmortalidad de la obra. Stevenson recibe grandes elogios
por la belleza de la construcción de su novela y por el trasfondo Freudiano
presente ya 30 años antes que el creador del Psicoanálisis planteara sus ideas.
Su influencia es tremenda y abarca las tres décadas en que se enfoca King,
desde las novelas de Robert Bloch hasta cintas como Psicosis de Alfred Hitchcock, Dementia
13 de Francis Ford Coppola y Repulsión
de Roman Polanski.
El recorrido de King continúa a
través de su biografía y muchas de las películas de ciencia ficción y terror de
los 60, y a través de la radio, su rol en la difusión de los relatos de dichos (sub)géneros
y su naturaleza perfecta para suspender
la incredulidad antes que la tiranía del entretenimiento visual llegara
para quedarse. Notable es el aire a nostalgia que impregna este pasaje. El
lector siente como si realmente hubiese estado sentado con el joven Stephen
King en un pequeño cine donde las cintas de clase B eran exhibidas o con el
oído pegado a una pequeña radio mientras sus programas eran transmitidos aquellas
frías noches de invierno.

Tras esto, hay un pequeño apartado
para aquellas películas que pueden calificarse como basura. King, sin embargo,
tiene un enfoque particular y hasta cariñoso para muchas de estas cintas de
bajo presupuesto y bajo ingenio por dos motivos: la risa que suelen provocar
por su falta de clase y su función como elementos de comparación para
identificar las buenas películas de terror, incluso aquellas buenas películas
de terror con bajos presupuestos como Dementia
13 y La Noche de los Muertos
Vivientes.
El paso lógico es la televisión y la
manera en que irrumpió en el mundo del terror haciéndose del terreno que
anteriormente ostentaban la radio y el cine. Thriller, Outer Limits, The Twilight Zone – no su favorita –, la fallida The Night Stalker y la desatada Dark
Shadows pasan bajo el lente de King quien expone correctamente sus virtudes
y sus carencias. Su conclusión no es muy alentadora, sin embargo, y va desde
las series realmente inanes de TV hasta las mencionadas, series con potencial,
pero que fueron limitadas y devoradas por la burocracia y la corrección
política tanto dentro como fuera de la TV.
Una de las secciones más interesantes
es aquella que se refiere a la ficción
de horror desde 1950 a 1980. Las novelas El
Bebé de Rosemary, El Exorcista y El Otro son su comienzo, uno muy exitoso
y que dio paso a una serie de novelas que consolidarían el (sub)género durante
estas décadas. Aquí King introduce al cuarto arquetipo, el fantasma,
especialmente con el trabajo Fantasmas
de Peter Straub. Este trabajo es una suerte de epítome de la tradición de
historias de fantasmas más clásica - Hawthorne, James, Wharton, Bierce - y la
corriente naciente. Fantasmas es
objeto de un lúcido análisis por parte del autor de Apocalipsis. En su visión, es una de las mejores obras sobre
fantasmas y casas embrujadas, y que pertenece a ese selecto grupo donde también
es posible encontrar Otra Vuelta de Tuerca
y La Maldición de Hill House, pero
con su propia personalidad. Desde ahí se desliza a un análisis sobre The House Next Door de Ann Rivers
Siddons como el ejemplo en que la novela sobre casas embrujadas ha mutado a su
estado actual. No perfecto, pero sí logrado y efectivo, este trabajo sirve a
King para conectar dichos tópicos con el Gótico Sureño y el Nuevo Gótico
Americano y sus planteamientos. Sigue un análisis de La Maldición de Hill House, no menos exhaustivo y penetrante, como
punto de referencia obligado para cualquier trabajo sobre casas embrujadas. En
opinión de King, se trata de una de las mejores obras producidas por el género
y el punto de inflexión sobre los principios de novelas y cuentos sobre esta
temática.
Después el autor analiza El Bebé de Rosemary - La Semilla del Diablo -, y de paso
menciona la soberbia adaptación cinematográfica de Roman Polanski como una de
las adaptaciones más fieles y mejor concebidas en Hollywood, tanto en forma
como en fondo, opinión que el autor Ira Levin compartía. King desmenuza la
novela para mostrarnos la maravilla de sus engranajes y cómo cada una de sus
piezas funciona de manera perfecta, al igual que en todas las novelas de Levin.
Paranoia pura. Y siguiendo con la paranoia, pero política y social, Los Ladrones de Cuerpos de Jack Finney,
emergida en el período álgido de los 60 en Estados Unidos, los cuentos de
Richard Matheson, La Feria de las
Tinieblas de Ray Bradbury y de vuelta a El
Hombre Menguante de Matheson y sus disquisiciones sobre el poder, son obras
que cualquier persona interesada en el terror debería conocer, en su opinión.
Agrega a los británicos Ramsey Campbell, James Herbert y Robert Aickman, y
finaliza con el hiperproductivo y furibundo Harlan Ellison, escritor de miles
de relatos, guiones y punta de la lanza del subgénero del horror para la década
de los 80, en ese momento, el futuro.
El final es un corto ensayo en
defensa del terror, el horror y la fantasía, su necesaria función en las vidas
de las personas, pero también como catalizador y filtro social de las emociones
humanas, especialmente de aquellas que llegan desde el lado más oscuro. King es
particularmente inflexible en este punto. De hecho, provee varios ejemplos de
asesinatos y accidentes de alguna forma oblicua inspirados o causados por
libros, películas o historias de terror, además de acusaciones en su contra y
en contra de otros artistas. Por supuesto el autor de El Resplandor realiza un sólido trabajo al desmontar tales nociones
y reafirmar la necesidad de lidiar y exponer la oscuridad inherente al ser
humano en diferentes niveles, trabajo logrado con muchos fundamentos, pero
también con humor y honestidad.
Vale la pena mencionar la larga lista
de películas y libros de terror, horror y fantasía entre 1950 y 1980 que
Stephen King considera esenciales para entender la literatura de esos treinta
años y que ha listado al final del volumen. En resumen, no solamente un libro
que funciona como un casi inabarcable compendio de terror y horror, Danza Macabra es un trabajo necesario
para sus seguidores, ágil, ameno, entretenido. No sería una mala idea contar
con un segundo volumen que retomara el hilo desde 1980 hasta nuestros días. Con
un éxito rotundo asegurado, no sería impensable que algún editor lo sugiriera a
King. Público parece haber hoy más que nunca.
Isaac Civilo B.
Danza
Macabra
Stephen
King
Valdemar
640
páginas
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