Reseña: El Bebé de Rosemary de Ira Levin
El Bebé de Rosemary

El
Bebé de Rosemary – burdamente traducida en ocasiones como La Semilla del Diablo – es el más famoso
ejemplo de la prolijidad alcanzada por Levin. La historia de ésta, su segunda
novela, es conocida. El matrimonio de Guy y Rosemary Woodhouse se muda al
edificio Bramford, una antigua construcción neogótica en pleno Nueva York. A
pesar de las advertencias de un amigo cercano, la pareja está feliz de llegar a
tan distinguido sector y comenzar su vida matrimonial en un nuevo ambiente.
La verdad es que la historia de
Bramford está plagada de sucesos raros. Hutch, su amigo, les cuenta sobre
suicidios, asesinatos, desapariciones e incluso casos de brujería que han
ocurrido décadas antes, pero Guy y Rosemary insisten en mudarse. Su percepción
es ratificada por los amables vecinos que moran en el edificio, especialmente de
la pareja de ancianos que vive en el departamento contiguo. Minnie y Roman
Castavet los reciben con brazos abiertos, ofrecen su ayuda en todo lo posible,
los invitan a fiestas y cuidan de su comodidad día tras día. A pesar de
considerarlos algo entrometidos, Guy comienza a visitarlos más a menudo. Su
carrera de actor no puede consolidarse, pero un colega sorpresivamente pierde
la vista y Guy asume el papel estelar en una obra teatral, lo que significa el
paso necesario para que su carrera despegue y lo lleve a Hollywood.
Rosemary, ya embarazada, se siente
intranquila, pero sus sospechas son infundadas hasta el encuentro fortuito
entre Hutch, el amigo de la familia, y Roman Castavet en el departamento de los
Woodhouse. Si bien, el encuentro gatilla la desconfianza de Rosemary hacia sus
vecinos y su esposo, Levin maneja la situación con una pluma superlativa,
solamente recurriendo a detalles como las miradas, el ritmo de la respiración o
el lento movimiento de los dedos para trazar la pesadilla que se avecina. Es un
ejemplo perfecto de lo que realmente brilla en El Bebé de Rosemary. El terror, por supuesto, siempre está ahí,
soterrado, pero las herramientas narrativas que Levin usa son las que propulsan
la narración más allá de los límites de la historia de suspense hacia la esfera de literatura de primera clase.
Capítulo tras capítulo, el autor
desarrolla una atmósfera claustrofóbica sin recurrir a ningún aspaviento o a
golpes de efecto. Al contrario, el lector difícilmente puede identificar los
recursos y los elementos a los que Levin echa mano para graduar la tensión del
relato hasta que ésta ha aumentado de tal manera que es imposible escapar de
ella. Los personajes son dibujados con pocos trazos y nunca expresan nada más
de lo necesario. La austeridad de su prosa es uno de sus mejores rasgos. El
ritmo mismo de la novela está graduado como si fuera cortado con bisturí y
refuerza el imperceptible crescendo de una tensión que no afloja hasta las
páginas finales, pero que nunca corre desbocado a pesar de la oscuridad y la
paranoia inherente al relato.

Pocas son las obras de terror que son
capaces de trascender el género y llegar a un público masivo que las aprecie
como buena literatura a secas. Y muchas menos son las obras que establecen
cánones que un sinfín de novelas seguirán durante décadas tanto dentro del
terror y el suspenso como fuera de él. El
Bebé de Rosemary es una de esas extrañas joyas.
Isaac Civilo B.
El
Bebé de Rosemary
Ira
Levin
Ediciones
B
304
páginas
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