Reseña TV: Black Mirror Quinta Temporada
Black Mirror
Quinta Temporada

Netflix adquirió la serie tras algunos años e inmediatamente algo cambió.
La tercera temporada comenzó a mostrar las primeras grietas que rápidamente se
transformaron en agujeros. La corrección política, elemento inexistente en sus
dos primeras temporadas, comenzó a ser cada vez más presente, como un moho que
ganaba terreno poco a poco, arrastrándose y erosionando los pilares que habían
sostenido tan sólidamente sus episodios tempranos. Por supuesto, este giro
hacia una sanitización sospechosa la hizo acreedora de premios televisivos y el reconocimiento
de la prensa, todo a expensas de su filo y originalidad. Los guiones comenzaban
a ser más largos, exigiendo duraciones que se acercaban más a películas que a
episodios televisivos a fin de redondear la visión de sus creadores y el
relleno que incluían a lo largo de sus minutos.
Todo lo anterior tocó fondo en la cuarta temporada, hasta ese momento la
peor de todas – algo que ya anticipaban episodios de la temporada anterior tan
planos como San Junipero o Men Against Fire, aunque Nosedive y Hated in the Nation aún eran capaces de entregar buenos momentos –. Los seis episodios de la temporada cuatro demostraban que la tecnología, su
pilar central, importaba cada vez menos. Estaba ahí, pero ya era un accesorio
que había perdido toda capacidad de inquietar a los espectadores. Solamente
retenía la cualidad de la sorpresa vacua. En esto, las diferentes variaciones
de la corrección política ya eran el centro de sus capítulos. Los clichés eran
el motor de su narrativa. Una serie que antes no temía sumergir a sus
personajes en abismos existenciales, extraños y desoladores, había perdido el
coraje de hacerlo.
Quizás Brooker y sus colaboradores acusaron el golpe y en esta
quinta temporada decidieron concentrar sus ideas en tres episodios de larga
duración – todos sobre una hora – y volver a introducir elementos tecnológicos
más inquietantes. El resultado es algo mejor que su temporada anterior, aquel
sentido de extrañeza y las atmósferas opresivas han regresado hasta cierto
punto, los personajes vuelven a gozar de una caracterización más cuidadosa y su
narrativa se toma más tiempo para respirar, sin apurar el tranco hacia finales
predecibles. Sin embargo, Black Mirror
vuelve a chocar con el mismo muro: Netflix. A esta altura, el espectador se
pregunta si sus editores y supervisores, sus equipos creativos y sus políticas,
han pasado de sugerir a imponer ciertas temáticas que parecen repetirse hasta
el cansancio en la inmensa mayoría de sus series como si aquello que las
caracterizaba debiese ser dejado de lado a fin de volver sobre los mismos temas
una y otra vez, ya casi una agenda. Curiosamente, es el mismo síndrome que ha
afectado a la más reciente temporada de La
Dimensión Desconocida.


A esta altura, ya es claro que temporada tras temporada Black Mirror pierde algo. El
extrañamiento de sus primeros episodios, aquella profunda angustia existencial
y la amenaza de la tecnología como su gatillador hace mucho fueron reemplazados
por elementos más digeribles, oscuros en apariencia, pero faltos de aquella
honda extrañeza que ubicaba a sus personajes en un mundo que ya no les
pertenecía, en un paisaje donde ya no eran capaces de reconocer a nadie ni a sí
mismos. Su filo ha sido redondeado por la corrección política
reinante y se ha perdido, pero desde hace poco se ha sumado incluso otra
pérdida, su independencia ante una patente ideologización.
Isaac
Civilo B.
Black Mirror
2019
Netflix
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