Reseña TV: Black Mirror Quinta Temporada
Black Mirror
Quinta Temporada
Desde que emergiera el año 2011 como uno de los fenómenos televisivos
más llamativos de la última década, el proyecto principal de Charlie Brooker ha
luchado por lograr cierta continuidad en el mercado de la pantalla chica sobre
la base de una tecnología amenazante, desbocada por varios momentos, y las
relaciones que los seres humanos establecen con ella. Durante las dos primeras
temporadas, cuando Black Mirror aún
era un proyecto inglés, de mayor independencia, la serie prodigó sus mejores
episodios, trayendo de vuelta memorias de La
Dimensión Desconocida y otras famosas series de antaño, pero actualizadas a
la paranoia de nuestro mundo cada vez más dependiente de las tecnologías.
Netflix adquirió la serie tras algunos años e inmediatamente algo cambió.
La tercera temporada comenzó a mostrar las primeras grietas que rápidamente se
transformaron en agujeros. La corrección política, elemento inexistente en sus
dos primeras temporadas, comenzó a ser cada vez más presente, como un moho que
ganaba terreno poco a poco, arrastrándose y erosionando los pilares que habían
sostenido tan sólidamente sus episodios tempranos. Por supuesto, este giro
hacia una sanitización sospechosa la hizo acreedora de premios televisivos y el reconocimiento
de la prensa, todo a expensas de su filo y originalidad. Los guiones comenzaban
a ser más largos, exigiendo duraciones que se acercaban más a películas que a
episodios televisivos a fin de redondear la visión de sus creadores y el
relleno que incluían a lo largo de sus minutos.
Todo lo anterior tocó fondo en la cuarta temporada, hasta ese momento la
peor de todas – algo que ya anticipaban episodios de la temporada anterior tan
planos como San Junipero o Men Against Fire, aunque Nosedive y Hated in the Nation aún eran capaces de entregar buenos momentos –. Los seis episodios de la temporada cuatro demostraban que la tecnología, su
pilar central, importaba cada vez menos. Estaba ahí, pero ya era un accesorio
que había perdido toda capacidad de inquietar a los espectadores. Solamente
retenía la cualidad de la sorpresa vacua. En esto, las diferentes variaciones
de la corrección política ya eran el centro de sus capítulos. Los clichés eran
el motor de su narrativa. Una serie que antes no temía sumergir a sus
personajes en abismos existenciales, extraños y desoladores, había perdido el
coraje de hacerlo.
Quizás Brooker y sus colaboradores acusaron el golpe y en esta
quinta temporada decidieron concentrar sus ideas en tres episodios de larga
duración – todos sobre una hora – y volver a introducir elementos tecnológicos
más inquietantes. El resultado es algo mejor que su temporada anterior, aquel
sentido de extrañeza y las atmósferas opresivas han regresado hasta cierto
punto, los personajes vuelven a gozar de una caracterización más cuidadosa y su
narrativa se toma más tiempo para respirar, sin apurar el tranco hacia finales
predecibles. Sin embargo, Black Mirror
vuelve a chocar con el mismo muro: Netflix. A esta altura, el espectador se
pregunta si sus editores y supervisores, sus equipos creativos y sus políticas,
han pasado de sugerir a imponer ciertas temáticas que parecen repetirse hasta
el cansancio en la inmensa mayoría de sus series como si aquello que las
caracterizaba debiese ser dejado de lado a fin de volver sobre los mismos temas
una y otra vez, ya casi una agenda. Curiosamente, es el mismo síndrome que ha
afectado a la más reciente temporada de La
Dimensión Desconocida.
Hay una clara fricción entre la tendencia a regresar a lo mejor de
antaño, por una lado, y los elementos de corrección política que parecen
haberse arraigado tanto a la coraza de la serie, como una enfermedad que su
organismo no puede sacudirse. Striking
Vipers es una clara demostración de lo anterior, donde la tecnología pasa de una
potencial amenaza a ser el puente hacia un resultado predecible de acuerdo al
discurso imperante. Smithereens es
quizás el episodio que más se acerca a lo que Black Mirror solía ser, el relato de un conductor de taxi, víctima
de una gran pérdida, quien se rebela contra la estructura tecnológica
responsable de su tragedia. Sus primera mitad es lo mejor de la presente
temporada, pero rápidamente la narración comienza a mostrar cuánta grasa hay en
ella, prolongando un desenlace que parece depender de alguna sorpresa que
nunca llega a materializarse más que en la fortaleza de sus ideas. Es un claro
ejemplo de cómo hoy en día Charlie Brooker debe recurrir a más de una hora de
metraje para cerrar una idea que hace poco más de un lustro le habría tomado la
mitad de ese tiempo, y de manera más efectiva.
Rachel, Jack and Ashley Too es el más claro ejemplo de cómo la tecnología
ha perdido el papel central que Brooker ideó como el pilar de la serie y de
cómo conceptos con potencial se diluyen frente a las exigencias más ideológicas
de Netflix. Por momentos infantil, por momentos algo más oscuro, el episodio
final se debate entre el conflicto de una famosa estrella juvenil con su
manager y el conflicto de dos jóvenes que han perdido a su madre, por un lado,
y la irrupción de una nueva tecnología de entretención en la vida de la menor
de las jóvenes. La búsqueda de la identidad y los temores de crecer son temas
que podrían haber sido tratados de manera tal de desarrollar una narrativa
inquietante e interesante, pero, ante la patente falta de cualquier tipo de existencialismo,
desemboca en una aventura juvenil de rescate, intrascendente y con un final tan
edulcorado que no solamente es uno de los peores momentos de estas cinco
temporadas, sino que confirma los miedos sobre la dirección de las próximas
entregas y la influencia nefasta del gigante del streaming en su desarrollo.
A esta altura, ya es claro que temporada tras temporada Black Mirror pierde algo. El
extrañamiento de sus primeros episodios, aquella profunda angustia existencial
y la amenaza de la tecnología como su gatillador hace mucho fueron reemplazados
por elementos más digeribles, oscuros en apariencia, pero faltos de aquella
honda extrañeza que ubicaba a sus personajes en un mundo que ya no les
pertenecía, en un paisaje donde ya no eran capaces de reconocer a nadie ni a sí
mismos. Su filo ha sido redondeado por la corrección política
reinante y se ha perdido, pero desde hace poco se ha sumado incluso otra
pérdida, su independencia ante una patente ideologización.
Isaac
Civilo B.
Black Mirror
2019
Netflix
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