Reseña TV: Chernobyl
Chernobyl
Mientras los ojos de millones de espectadores estaban en el final de Game of Thrones, HBO deslizaba
sutilmente, casi con timidez, su más reciente propuesta en términos de
miniseries. A decir verdad, en este formato, el éxito de HBO ha sido irregular.
En algunos casos sus miniseries se han alzado con los mayores premios
televisivos, en otros han sido canceladas al poco andar. Chernobyl parecía una
propuesta atípica: basada en uno de los eventos más catastróficos del planeta,
y que incluso podría haberlo sido mucho más, sus trailers y comerciales distaban mucho de la adrenalina que solemos ver
en la pantalla chica. Tensión, una luz tenue, casi otoñal, ambientes oscuros,
mucho diálogo y un peligro creciente se dejaban entrever en esos primeros
atisbos.
Sin embargo, después de un par de capítulos, el fenómeno había
explotado. Todo parte en el accidente mismo de la planta nuclear en Ucrania en
abril de 1986. Desde la misma génesis del desastre es posible apreciar uno de
los temas recurrentes de la serie: la ineptitud de los técnicos y de los más
altos políticos de la Unión Soviética. Tanto en la planta misma como en los
pasillos y las salas de reuniones la desconexión de los altos mandos con las
realidades diarias de los ciudadanos se alza como una pared insalvable, algo
bastante irónico considerando que década tras década a estos últimos se les inculcaba, armas en
mano, la igualdad y la confraternidad.
Ante la desidia y la falta de rigor reinante, el científico Valery
Legasov y el político Boris Shcherbina – notables Jared Harris y Stellan
Skarsgård – se convierten en aliados dispares. Shcherbina ha estado anquilosado
en la burocracia de la izquierda por décadas y Legasov es quien se encarga de
sacudirlo durante su llegada a la planta nuclear. A pesar de su enfoque
eminentemente científico, Legasov se transforma en el núcleo emocional, en los
ojos del espectador, en toda su ira, frustración e incomprensión ante la
ineptitud de sus superiores. El político poco a poco emerge a la realidad,
apoyando al científico y tomando el control de las operaciones, enfrentando a
sus superiores y deshaciéndose de quienes solamente han barrido el desastre
bajo la alfombra. Ambos personajes y su interacción prodigan los mejores
momentos de la serie a través de intensas discusiones, inteligentes diálogos y
la constatación de que los peligros crecen sin parar como si inmensas piezas de
dominó amenazaran con engullir Ucrania, al imperio soviético, al resto de
Europa y al mundo mismo. Las dimensiones del desastre son inexpresables.
En paralelo a Legasov y a Scherbina, la científica Ulana Khomyuk –
personaje ficticio – interpretada por Emily Watson, realiza su propia
investigación científica además de indagar entre los heridos y culpables a fin
de descubrir cuáles son las razones de la catástrofe y los responsables de la
negligencia. Dicha investigación la lleva a seguir a los primeros voluntarios
que ingresaron a la planta nuclear sin disponer de mayor información al
respecto y a su rápida muerte bajo el dolor de la radiación que destruye sus
organismos poco a poco. Khomuyk debe enfrentarse al encubrimiento y
la burocracia comunista, y eventualmente a ser detenida por la KGB a fin de
resguardar la versión oficial soviética: ningún accidente nuclear puede suceder
en sus tierras bajo su gobierno. Como indica Mijaíl Gorbachov a sus
subalternos, el poder de la Unión Soviética proviene de la percepción que sus
enemigos tienen de ella, incluso si significa esconder datos cuando se solicita
la fabricación de equipo al extranjero, equipo construido bajo especificaciones
erróneas y que acabará siendo inútil.
Cuesta encontrar razones para comprender cómo la dictadura comunista fue
capaz de sobrevivir durante décadas bajo el mando de dirigentes de una
inteligencia mediocre, de gran ignorancia, encerrados tras las puertas de sus
oficinas con vasos de vodka en sus manos, felicitándose con palmadas en las
espaldas, pronunciando añejas expresiones como “por
el bien del partido”, “camarada”,
“compañero” mientras su imperio se
desmoronaba en la desidia. Quizás la única respuesta sea la constante y
creciente represión comunista, la más monstruosa, y que llevó a millones de
muertes tanto dentro de sus fronteras como en tantos otros países tras la
Cortina de Hierro. El lienzo de un centro político de izquierda que reza “Nuestra Misión es la Felicidad de toda la
Humanidad” se convierte en una amarga ironía.
En contraparte, los verdaderos héroes son los ciudadanos comunes, el
pueblo ruso tan admirado por sus propios artistas, capaces de los mayores
sacrificios imaginables. Científicos, doctores, secretarias, enfermeras,
bomberos, mineros y voluntarios civiles dieron sus vidas ante una amenaza que
no alcanzaban a dimensionar. Ellos fueron los verdaderos pilares bajo el que el
pueblo ruso sobrevivió. Como indica Boris Shcherbina al envalentonar a los
mineros que ingresaran a la planta nuclear a través del subsuelo, están
llamados a hacer sacrificios tan grandes como su historia siempre se los ha
pedido. En esto la serie lleva a cabo un trabajo bastante sutil. Lejos de
sacudir al espectador a través de escenas de impactante dolor, la dirección
contiene a sus personajes y sus emociones con gran habilidad, sugiriendo más
que mostrando: una anciana estoica ordeñando una vaca ante la evacuación total
de su pueblo, la evacuación de la cercana ciudad de Pripyat, la confusión en
los hospitales, las enfermeras realizando sus labores. Nunca sentimos que la
serie nos enrostra el dolor del desastre, aunque el dolor está ahí, por
supuesto.
En esto, los guionistas recurrieron al material de Voces de Chernóbil, aquel colosal libro de corte documental de la
gran periodista y escritora bielorrusa Svetlana Alexiévich. Publicado en
español gracias a su premio nobel 2015, rápidamente este volumen y su sinfín de
historias desgarradoras, narradas con una pluma de la mejor cepa rusa, se
convirtió en un libro de referencia, esencial, y sin el cual es difícil hablar
sobre Chernóbil y su impacto en cada una de las esferas de la vida eslava de
los últimos cincuenta años. Sin ir más lejos, el primer relato del libro, la devastadora historia de la esposa de uno de los bomberos, fue incluido en la serie
de TV. Sin alcanzar la intensidad emocional y la tragedia suprema de las
páginas de Alexiévich, aun así fue un acierto que ayuda a no perder de vista
las consecuencias del desastre en las vidas de los más desprotegidos, otro de
los temas sobre los que los episodios vuelven una y otra vez.
Sin duda, Chernobyl figurará
como una de las mejores series en los recuentos de final de año. No forma parte
de la gran tradición cinematográfica rusa, sino que es un producto televisivo
occidental y que responde a los cánones más populares de la televisión. Más
allá de la discusión sobre su lugar entre las mejores series de la historia, es
claramente una de las mejores producciones en llegar a la pantalla chica
durante los últimos años, de lo mejor que el medio televisivo puede ofrecer. Y
doble es su mérito al no entregarse a los algo consabidos golpes de efecto, a
los giros sorpresivos de la narrativa, a las inesperadas muertes de sus
personajes y a la velocidad de erráticos montajes. Chernobyl confía en el poder de su material, en sus personajes, en
su inteligente guion, en la construcción paulatina de la tensión, en una
dirección sobria y la historia de personas que debieron enfrentarse a algo
nunca visto en la historia del planeta, a héroes que resultaron victoriosos
aunque perdieron todo en el camino.
Isaac Civilo B.
Chernobyl
HBO
2019






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