Reseña Cine: I Am Mother
I Am Mother

Una joven, la única humana en la base, es educada por el androide. Día
tras día, a través de variadas pruebas y clases, el robot evalúa el progreso de
su pupila en diferentes áreas. No hay ventanas en la base, no hay caminos al
exterior ni comunicación con otros seres humanos. Bajo el pretexto de una
contaminación letal, Mother mantiene
a la joven aislada al interior de la base. Por parte de ésta, no hay sospecha
ni duda. La extinción ha sido conocida durante décadas y no hay razón para
cuestionar la decisión de su superiora. Al menos hasta la aparición de un ratón
aparentemente no contaminado que despierta las dudas en la joven a pesar de que
el androide se deshace rápidamente de él incinerándolo ante una posible
contaminación.
No hay mucho más durante estos primeros minutos. Los diálogos son
mantenidos al mínimo aunque ocasionalmente intentan dar la impresión de
profundidad o el potencial desarrollo de ciertas ideas durante el resto del
metraje a través de algunas citas a filósofos o célebres humanistas de siglos
anteriores. En esto, I Am Mother
comparte las mismas características de otras cintas recientes como Ex Machina: cierta estética de espacios
sanitizados, casi antisépticos, pistas diseminadas, silencio salvo por los
ruidos provenientes de la maquinaria, vagas nociones humanistas sobre la
búsqueda de la identidad. Hay algo de sugerente en todo esto, pero al igual que
la cinta de Alex Garland, la profundidad es escasa.
La llegada de una mujer herida a la base y la relación que entabla con
la joven trastocan el vínculo de esta última con el androide. Al parecer, la
contaminación y la extinción no son tales, y en realidad existe vida humana que
sobrevive en el exterior. Por momentos, la interpretación de Hillary Swank como
la mujer herida parece capaz de dirigir la cinta en otra dirección, pero
desafortunadamente pronto tal oportunidad se diluye. No hay mucho más que decir
al respecto. Más allá de su puesta en escena prístina y algunos efectos
especiales bien logrados, lo que domina el resto de la cinta es una seguidilla
de clichés, secuencias de acción y la constante falta de ideas. Los conceptos
que fueron muy levemente esbozados durante el comienzo del metraje nunca llegan
a ser más que eso, esbozos. El conflicto humano/androide, las intenciones de
exterminación y dominio de la máquina, la rebelión humana – todos temas vistos
y explorados hasta el hartazgo en decenas de otras cintas de ciencia ficción,
en algunos casos de forma muy superior – nunca pasan más allá de un par de
líneas en un guion mediocre.
Lo que sí llama la atención es la forma en que esta nueva estética de
cintas de ciencia ficción se ha establecido como la estética dominante. En
realidad, básicamente todas las cintas que han optado por intentar recrear lo
que Stanley Kubrick logró con la sobriedad y la elegancia de Odisea Espacial han fracasado
estrepitosamente. Incluso en el ambiente diáfano adaptado de la novela de
Arthur C. Clarke, la cinematografía y la expresividad del trabajo del director
norteamericano no han encontrado parangón, y bajo ellas, siempre hubo un tono acechante.
Tanto es así, que las mejores cintas de ciencia ficción de las décadas
siguientes han tenido que adentrarse en ambientes lúgubres, amenazantes y que
no dejan espacio a la transparencia. Desde Dark
Star de John Carpenter, regresando a Kubrick con A Clockwork Orange, pasando por Alien
y Blade Runner de Ridley Scott,
desembocando en las cintas de David Cronenberg y George Romero e incluso en las
texturas geológicas y biológicas de Arrival
– por no hablar de las cintas europeas – los mejores esfuerzos de la ciencia
ficción se han movido lejos de la pulcritud de proyectos más recientes.
I Am Mother es un penoso ejemplo de cómo el énfasis en una
inmaculada puesta en escena es insuficiente al intentar subsanar carencias más
profundas. Ni siquiera posee en sus imágenes lo que el filósofo coreano
Byung-Chul Han destaca como el aspecto sublime de la belleza en su notable ensayo
La Salvación de lo Bello: lo sublime
en el sentido clásico, gigantesco, pavoroso, aterrador incluso, por sus
dimensiones que el ser humano es incapaz de abarcar y que dotaban a la belleza
de un filo, de un riesgo que era parte fundamental de sí. William Blake también
conocía ese aspecto amenazador de lo sublime: “El rugido de los leones, el aullido de los lobos, la cólera del mar
tempestuoso y la espada destructora son porciones de la eternidad demasiado
grandes para el ojo del hombre”.
En I Am Mother no hay ni uno
ni lo otro. No hay ideas y tampoco hay belleza, mucho menos el vislumbre de lo
sublime en su pobre imaginería. Lo que hay es aquella belleza que obedece al
mercado y al marketing, aquel ideal impoluto de las superficies lisas, de las
pantallas táctiles, de un ideal estético que no ofrece resistencia ni riesgo a
su audiencia. La falta de expresividad de la dirección, un guion banal, y la
carencia de ideas profundas no hacen sino ratificar todo lo anterior. Es una
estética geek, antiséptica, pulida,
sin extrañeza, sin negatividad. Una estética que se originó agotada y que, en
el mejor de los casos, es una muy pobre imitación de obras concebidas por
mentes superiores.
Isaac Civilo B.
I Am Mother
2019
Netflix
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