Reseña Cine: Ad Astra


Ad Astra

Ya con su anterior cinta, la muy estimable Z, La Ciudad Perdida, el director James Gray había dado el paso definitivo más allá de las historias de mafiosos y corruptos de sus primeras obras, como La Otra Cara del Crimen y la excelente Los Dueños de la Noche, que giraban en torno a conflictos familiares que transitaban el mismo territorio de El Padrino de Francis Ford Coppola y más de alguna de las películas de Martin Scorsese. Sin embargo, este aparente cambio de género cinematográfico quizás no sea tan profundo como lo parece ya que tras su más reciente obra, Ad Astra, se encuentran las raíces del cine estadounidense de los años 70, de 2001: Odisea Espacial de Stanley Kubrick y más aún de Apocalipsis Now, del mismo Coppola.

Muchas son en realidad las fuentes desde donde bebe esta gran obra de ciencia ficción. Además de las mencionadas cintas, El Corazón de las Tinieblas de Joseph Conrad quizás sea la más notable, aunque también hay bastante de La Odisea. E incluso algún tímido acercamiento a Solaris de Andrey Tarkovsky. Gray, no obstante, sabe que compararse con una de las mejores cintas del maestro ruso es un desafío insalvable y sus aproximaciones a esa mitológica obra mantienen una saludable distancia.


La historia es mínima. El astronauta Roy McBride (Brad Pitt) lleva a cabo una misión a través del sistema solar en busca de su padre (Tommy Lee Jones), también astronauta, desaparecido 30 años antes, pero cuyas huellas apuntan a Saturno. Hay un misterio que envuelve la relación padre e hijo, y uno aún mayor que rodea la misión donde el padre abandonó el contacto con la Tierra. El primogénito inicia el periplo desde nuestro planeta a la Luna y desde ésta a Marte. Una vez en el planeta rojo, la misión comienza a mostrar lo que sus velos han escondido. El salto hacia Saturno es largo y solitario.


No es la intención del director detenerse en el satélite y los planetas, describir sus sociedades, sus costumbres. Los comentarios se deslizan sutilmente, pero nunca ocupan el centro de la narrativa. La cinta se desarrolla en clave menor, sin aspavientos. Lo que ocupa los largos minutos de su travesía es el silencio universal, la oscuridad y el retrato psicológico del espíritu herido del astronauta en busca de aquella figura paternal. El viaje al espacio exterior no es tan importante como el viaje a través del espacio interior. Gray lo sabe y su forma de filmar brilla por su minimalismo. Las herramientas que ocupa son las propias del cine: la luz, el ángulo, el corte. Las actuaciones, el guion, el ritmo, todo el resto asume un papel secundario ante las exigencias del lenguaje cinematográfico más puro que el director imprime escena tras escena.


La musicalización a cargo de Max Richter – y la ocasional composición de Nils Frahm – se acopla perfectamente al retrato dañado del astronauta en espacios confinados y también en los planos amplios. Tampoco acá hay destellos innecesarios, algo que se agradece, especialmente cuando hablamos de ciencia ficción, un género que ha llegado a identificarse hasta la náusea con el bullicio y el frenesí. Visualmente Ad Astra es exquisita, de una finura que pocas veces es posible ver hoy en día en la pantalla grande o en la pantalla chica. Sus planos están virtuosamente construidos a través de un montaje que siempre privilegia la pausa y la discreción en el tratamiento de las emociones de su protagonista, muchas de las cuales llegan a través de flashbacks bien dosificados y que lejos de llegar a ser repetitivos, forman parte esencial del delicado entramado de la cinta. Pocas son las obras actuales que han podido establecer tan hermosa conexión entre el vacío del universo y su velada belleza, por un lado, y la oscura noche del alma y el dolor, por otro.


Incluso ya hacia el final, Gray es capaz de mantener un notable control del pulso narrativo en un sobresaliente ejercicio de contención. El ruido inherente de las películas de Christopher Nolan por fortuna no tiene cabida aquí. Incluso la resolución y el secreto que con ella se descubre queda en un segundo plano en el contexto de este viaje íntimo a través de las estrellas. No es un cine de masas. De hecho, es casi su opuesto. No obstante, y a pesar de la incomprensión de la audiencia, Ad Astra apunta hacia las más elevadas alturas usando los materiales más sutiles, los de un minimalismo sensorial que es un placer presenciar. Es un cine de gran madurez y profunda reflexión. Incluso si las cifras no la acompañan, no hay motivo de preocupación. Le está reservada un destino superior, la posteridad.

Isaac Civilo B.

Ad Astra
James Gray
2019
123 minutos

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