Reseña: Los Testamentos de Margaret Atwood
Los Testamentos
“Las novelas no son lemas. Si
quisiera decir una sola cosa, contrataría una valla publicitaria. Las novelas
no son sólo mensajes políticos. No se trata de hombres contra mujeres y si eso
está en el libro es porque creo que si fuera a imponerse una dictadura como la
de Gilead en Estados Unidos, esa sería la forma que tomaría. Pero este libro es
un estudio del poder, y cómo funciona y cómo deforma o da forma a las personas
que viven dentro de ese tipo de régimen.”
Margaret Atwood sobre El Cuento de la Criada

En realidad, la escritora nunca abandonó
la ciencia ficción de tono distópico: Oryx
y Crake, El Año del Diluvio, MaddAddam – la trilogía de MaddAddam – y
Por Último el Corazón son ejemplos
demasiado sólidos para obviar su influencia en la creación de este nuevo
volumen. Los Testamentos vuelve sobre
ellos al igual que sobre El Cuento de la
Criada. Desde las citas a Vasili Grossman y a Ursula K. Le Guin al comienzo
de la novela, es claro que Atwood se decanta una vez más por un estudio sobre
las formas que el poder asume y su influencia sobre aquellos que se encuentran
dentro a su alcance, la manera en que personas comunes se rinden a él o
resisten a pesar de los sufrimientos que esto pueda causar.
El relato se divide en tres voces,
tres mujeres diferentes cuyas historias lentamente convergen. Una de las dos
jóvenes del relato vive en Canadá. Nicole, de 16 años, se manifiesta contra el
régimen de Gilead y sigue las noticias en la televisión. La otra joven, Agnes
Jemima, hija mayor de Defred, vive al lado opuesto de la frontera, dentro de
Gilead, donde es la hija ejemplar de un importante Comandante. Y en medio
encontramos a Tía Lydia, una suerte de James Cromwell de esta época, una de las
mujeres más poderosas dentro del régimen y por cuya mano pasan las decisiones
más importantes respecto de las Criadas, las Tías y todas las mujeres que
habitan el país.

Una de las herramientas más poderosas
de Atwood es su sutileza, a estas alturas algo casi opuesto a la serie de
televisión donde los guionistas recurren a imágenes cada vez más sádicas de las
torturas al interior de Gilead. Esto no existe en la novela de Atwood. Se
explica por sí solo. No le interesan los excesos sino la forma en que las
personas son afectadas por conceptos como esclavitud y libertad, cómo se
relacionan con ellos, cómo lidian con la primera y cómo asumen la segunda. La
revolución rimbombante está fuera de los márgenes de Los Testamentos. Y hay gran criterio en ello. La Defred de El Cuento de la Criada nunca fue ni
estuvo cerca de ser la feroz guerrera que los guionistas de la serie de
televisión han intentado desarrollar temporada tras temporada. Por el
contrario, Defred era una mujer de tal pasividad que facilitaba la
identificación del lector con su sufrimiento. De la misma forma, los relatos de
Nicole y Agnes no se centran en un infierno al interior de Gilead. Su
normalidad gira en torno a sus familias adoptivas, a su educación, al
descubrimiento de su identidad y en el insospechado giro que las pone al centro
de la historia. Más prosa inteligente que antorchas.

Extrañamente, o quizás no tanto, por
varios pasajes Los Testamentos se
siente como un colofón a la muy inquietante Sumisión
con la que, hace algunos años, Michael Houellebecq sacudiera Francia al
describir también una distopía donde el islamismo avanzaba sobre la cultura
secular sometiendo a hombres a un nuevo orden jerárquico y a mujeres, incluso
más abajo en dicha jerarquía, al deseo de éstos. Ambas obras marcan pautas
desde distintas perspectivas aunque por el momento la del escritor francés se
siente mucho más plausible.
Isaac Civilo B.
Los
Testamentos
Margaret
Atwood
Salamandra
2019
512
páginas
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