Reseña: Los Testamentos de Margaret Atwood


Los Testamentos

Las novelas no son lemas. Si quisiera decir una sola cosa, contrataría una valla publicitaria. Las novelas no son sólo mensajes políticos. No se trata de hombres contra mujeres y si eso está en el libro es porque creo que si fuera a imponerse una dictadura como la de Gilead en Estados Unidos, esa sería la forma que tomaría. Pero este libro es un estudio del poder, y cómo funciona y cómo deforma o da forma a las personas que viven dentro de ese tipo de régimen.”
Margaret Atwood sobre El Cuento de la Criada

Quizás nunca lleguemos a saber si la creación de Los Testamentos, secuela de El Cuento de la Criada, fue impulsada por la reacción de la audiencia a la serie de televisión o si Margaret Atwood realmente tenía guardada dicha carta bajo la manga. La escritora canadiense se ha referido muchas veces a 1984 de George Orwell, como la principal inspiración para la historia distópica que se alzó con el premio Arthur C. Clarke en 1985. El periodista y escritor inglés nunca explicó la caída de la dictadura comunista en su obra más allá del apéndice Los Principios de la Neolengua donde dejaba entrever el derrumbe rojo desde un futuro distante. Nunca la explicó, pero la historia se encargó de escribirla en las décadas siguientes a su muerte. Atwood, por otro lado, se ha dado el trabajo de escribir la caída de Gilead aunque cabe preguntarse si la historia hará su parte o, por el contrario, ya estando resuelto el desenlace en papel, ésta hará caso omiso.

En realidad, la escritora nunca abandonó la ciencia ficción de tono distópico: Oryx y Crake, El Año del Diluvio, MaddAddam – la trilogía de MaddAddam – y Por Último el Corazón son ejemplos demasiado sólidos para obviar su influencia en la creación de este nuevo volumen. Los Testamentos vuelve sobre ellos al igual que sobre El Cuento de la Criada. Desde las citas a Vasili Grossman y a Ursula K. Le Guin al comienzo de la novela, es claro que Atwood se decanta una vez más por un estudio sobre las formas que el poder asume y su influencia sobre aquellos que se encuentran dentro a su alcance, la manera en que personas comunes se rinden a él o resisten a pesar de los sufrimientos que esto pueda causar.

El relato se divide en tres voces, tres mujeres diferentes cuyas historias lentamente convergen. Una de las dos jóvenes del relato vive en Canadá. Nicole, de 16 años, se manifiesta contra el régimen de Gilead y sigue las noticias en la televisión. La otra joven, Agnes Jemima, hija mayor de Defred, vive al lado opuesto de la frontera, dentro de Gilead, donde es la hija ejemplar de un importante Comandante. Y en medio encontramos a Tía Lydia, una suerte de James Cromwell de esta época, una de las mujeres más poderosas dentro del régimen y por cuya mano pasan las decisiones más importantes respecto de las Criadas, las Tías y todas las mujeres que habitan el país.

Como es costumbre, Atwood construye un relato sin fisuras. Su característico humor negro, seco, está ahí. De la misma forma están algunas pinceladas de su mejor prosa, aquella que se acerca al territorio de la poesía en su belleza y economía. Su pluma no ha perdido nada de su elegancia, agilidad y potencia aunque deba mucho de ello a Charles Dickens y al alcance filosófico del autor inglés. Las tres protagonistas están dibujadas con la complejidad usual que encontramos en las narraciones de la escritora, pero en honor a la verdad, las dos protagonistas más jóvenes se ven algo disminuidas en contraste con la historia de Tía Lydia. Torpemente caracterizada en la adaptación televisiva de Hulu, la mandamás de Casa Ardua surge como una figura fascinante, plena de contradicciones, secretos, estrategias y una furia muy sutilmente controlada. Es la voz cantante de la novela y el eje sin el que ésta no podría sostenerse. Tía Lydia es una sobreviviente con todos los costos que ello implica.

Una de las herramientas más poderosas de Atwood es su sutileza, a estas alturas algo casi opuesto a la serie de televisión donde los guionistas recurren a imágenes cada vez más sádicas de las torturas al interior de Gilead. Esto no existe en la novela de Atwood. Se explica por sí solo. No le interesan los excesos sino la forma en que las personas son afectadas por conceptos como esclavitud y libertad, cómo se relacionan con ellos, cómo lidian con la primera y cómo asumen la segunda. La revolución rimbombante está fuera de los márgenes de Los Testamentos. Y hay gran criterio en ello. La Defred de El Cuento de la Criada nunca fue ni estuvo cerca de ser la feroz guerrera que los guionistas de la serie de televisión han intentado desarrollar temporada tras temporada. Por el contrario, Defred era una mujer de tal pasividad que facilitaba la identificación del lector con su sufrimiento. De la misma forma, los relatos de Nicole y Agnes no se centran en un infierno al interior de Gilead. Su normalidad gira en torno a sus familias adoptivas, a su educación, al descubrimiento de su identidad y en el insospechado giro que las pone al centro de la historia. Más prosa inteligente que antorchas.

Quizás la herramienta más contundente de la novela, no obstante, sea el registro mismo ya claro en su título: Los Testamentos o testimonios. Desde El Diario de Ana Frank, pasando por las obras de Vasili Grossman y las crónicas de Primo Levi hasta los estremecedores relatos de Svetlana Aleksiévich, Atwood recalca la fortaleza que reside en la resistencia, pasiva a veces, y en la veracidad más allá de la agresividad. Esto ya ha llevado a algunas críticas por parte de sectores que consideran la novela como blanda, quizás basadas en que la escritora no hace arder a todos los hombres en una hoguera durante el desenlace o a una aceptación bastante reflexiva de los aspectos positivos del sentimiento religioso. Los lectores de Atwood saben, sin embargo, que no son suyos aquellos arrebatos juveniles expurgadores que enmascaran la venganza tras consignas multitudinarias.

Extrañamente, o quizás no tanto, por varios pasajes Los Testamentos se siente como un colofón a la muy inquietante Sumisión con la que, hace algunos años, Michael Houellebecq sacudiera Francia al describir también una distopía donde el islamismo avanzaba sobre la cultura secular sometiendo a hombres a un nuevo orden jerárquico y a mujeres, incluso más abajo en dicha jerarquía, al deseo de éstos. Ambas obras marcan pautas desde distintas perspectivas aunque por el momento la del escritor francés se siente mucho más plausible.

Isaac Civilo B.

Los Testamentos
Margaret Atwood
Salamandra
2019
512 páginas

Comentarios

Entradas populares