Reseña: Miyazaki en Europa de Pau Serracant
Miyazaki en Europa
Dentro del campo de la animación, no
es necesario decir que la obra de Hayao Miyazaki, y por extensión de Studio Ghibli,
tiene un lugar fundamental. Incluso fuera del espectro de la animación, Ghibli
ha logrado traspasar diversas barreras y penetrar en diferentes áreas de la
cultura popular. Nikki, Totoro, Nausicaa, Mononoke, Porco Rosso y tantos otros
personajes entrañables tienen un lugar asegurado en el imaginario cultural de
los últimos 50 años y seguramente lo seguirán teniendo mucho después de que
Miyazaki nos deje. Las razones para este fenómeno son muchas, pero una de las
más notorias es la forma en que diferentes influencias se dan cita en las
películas de Miyazaki y Studio Ghibli. Por supuesto, éstas pueden ser
disfrutadas como cintas para niños, de manera inocente y liviana, pero si el
seguidor de estas obras desea sumergirse en el universo de Miyazaki, encontrará
tal cantidad de referentes a obras de diferentes épocas y disciplinas, tal influjo
de diversas mitologías y tal número de experiencias personales que las fantásticas
vistas que el capitán Nemo podía ver desde el Nautilus se sentirían algo empequeñecidas en comparación.
El volumen El Mundo Invisible de Hayao Miyazaki de Laura Montero devela una
impresionante cantidad de estos aspectos, tanto narrativos como estilísticos,
elementos que sirven para entender cómo el director japonés ha hecho de su vida
su arte. En sus casi 300 páginas, el lector puede disfrutar de una verdadero
festín de revelaciones en un viaje donde la maravilla es constante. Es un
volumen esencial para cualquier amante de la obra de Miyazaki. Y la editorial
Dolmen ha hecho otro esfuerzo para acercar la obra del japonés en todos sus
niveles a sus seguidores con la publicación de Miyazaki en Europa, monografía escrita por Pau Serracant y que se
concentra específicamente en la relación de Miyazaki y Europa y la forma en que
ésta ha ejercido una vasta influencia no solamente en la obra del director sino
en su vida.
Serracant divide el volumen en cinco
capítulos que se proyectan desde la relación cultural e histórica entre Japón y
Europa, y la vida del niño japonés, hasta su descubrimiento de la literatura,
el cine, la pintura y la música europea, su influencia perdurable y el posterior,
lento regreso a su raíces, logrando una amalgamación hermosa de ambas culturas.
En esto el autor distingue entre dos tipos de influencia, la anecdótica y la profunda
que marcan la relación de Miyazaki con Europa. El primer capítulo se centra en
la influencia cultural de Europa sobre Japón y viceversa. Se analizan las
pinturas, las artes gráficas, la literatura, el cine, el cómic y la animación
en ambos lados del mapa, la forma en que el comercio del siglo XVII fue la
puerta de entrada – con holandeses y portugueses - para el influjo europeo y, durante
los siglos posteriores, la admiración de algunos artistas occidentales -
Baudelaire, Van Gogh, Klimt, Monet - por el arte japonés, incorporándolo a su
obra. Este mismo proceso de exportación y retroalimentación también se dio en el
ámbito literario con Mawabata y Mishima y en el cine con los tres maestros del
séptimo arte: Ozu, Mizoguchi y especialmente Kurosawa, quien fue muy impactado
por el cine europeo, pero que a su vez fue una gran influencia sobre gigantes
como John Ford, Federico Fellini, Michelangelo Antonioni, Martin Scorsese, Francis
Ford Coppola y Stanley Kubrick. Todo debido al proceso de industrialización
acelerada de Japón impulsada siglos antes por el gobierno Meiji y continuada y
estimulada por el período de entre guerras que obligó a dicho país a avanzar a
un ritmo frenético para no ser absorbido por las potencias dominantes.
El segundo capítulo hace hincapié en
la biografía de Miyazaki, las etapas que debió enfrentar en su niñez, adolescencia
y adultez, el profundo conflicto que provocó en él el hecho de que su familia
lucrara con una pequeña empresa de piezas para aviones de guerra y tuviese un
buen pasar durante la Segunda Guerra Mundial. Esto lo llevó a refugiarse en la
literatura fantástica e infantil europea, especialmente en la literatura
infantil del Reino Unido, que considera un tesoro único. Posteriormente, con el
correr de las décadas, la reconciliación llega a su vida en varios aspectos:
con su cinismo juvenil, con su familia y con el pasado de su Japón natal.
Estos, junto a la consolidación de Studio Ghibli para dar una salida a sus
sueños más allá de la producción mercantilista, explican la universalidad de su
obra, cómo sus experiencias personales se han convertido en arquetipos
globales. En el análisis de su filmografía hay motivos recurrentes: La nostalgia
del futuro y el tiempo circular, cómo, en sus películas, se mezclan elementos
de épocas disimiles en un anhelo por recuperar un pasado que nunca volverá, los
personajes y sus relaciones, descritas en detalle en el excelente El Mundo Invisible de Hayao Miyazaki de
Laura Montero, el humanismo y el ecologismo que el director arrastra consigo
desde su juventud, y un énfasis claro en ofrecer su arte para cultivar la
infancia, rescatarla y protegerla de aquel mundo adulto tan calculador, entregando
modelos positivos a niños y niñas por igual.
El capítulo tres entra de lleno en la
relación de Miyazaki con Europa, ofreciendo muchas claves sobre la influencia
de las obras del Viejo Continente en su filmografía. Durante su juventud y sus
inicios profesionales el director japonés se empapó de esta cultura, y el
volumen ofrece innumerables ejemplos sobre homenajes y alcances en sus cintas a
obras literarias, musicales, pictóricas y arquitectónicas. Hay una larga lista
de artistas entre los que se incluyen al animador ruso Lev Atamanov cuyas La Leyenda de la Serpiente Blanca y La Reina de las Nieves jugaron un papel
esencial en diferentes momentos de la carrera de Miyazaki; el director de
animación francés Paul Grimault cuya influencia en el diseño de la arquitectura
y cuyo pensamiento humanista continúan siendo uno de los pilares en la obra del
director japonés; Antoine de Saint-Exupèry y su obra entre la que Miyazaki
destaca su amor por el vuelo, su defensa de la belleza y la poesía de la vida,
y El Principito como el libro número
uno en su lista de lecturas recomendadas; Lewis Carroll y su imaginación en Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del Espejo, influencias
claves en toda su obra como puede apreciarse en El Viaje de Chihiro y Mi
Vecino Totoro, Ponyo en el Acantilado,
La Princesa Mononoke y El Castillo Ambulante; Hans Christian
Andersen, sus cuentos cortos para niños y su particular paralelo entre La Sirenita y Ponyo; George Orwell, su rechazo a los autoritarismos y su
decepción del Socialismo y el Comunismo, proceso que Miyazaki vivió en carne
propia; Julio Verne, sus visiones futuristas y sus océanos definidos por el
director japonés como el más grande océano de la mente humana; el escritor e
ilustrador francés Albert Robida, sus aeronaves retrofuturistas que influyeron
en el steampunk y en El Castillo en el Cielo y Nausicaa del Valle del Viento; el
escritor y poeta francés Paul Valéry, referente cultural, intelectual y moral
para generaciones y cuya obra ha aportado tanto a las cintas del director
japonés al punto de basar El Viento se
Levanta en aquella hermosa línea de El
Cementerio Marino: “Le vent se
lève!...il faut tenter de vivre!”; Jonathan Swift cuyos Viajes de Gulliver refuerzan la
concepción tecnológica algo pesimista de Miyazaki personificada en el Castillo
de Laputa, mismo nombre que la isla
creada por Swift; el escritor alemán Thomas Mann cuya La Montaña Mágica recibe cuatro homenajes en El Viento se Levanta; Homero y La
Odisea desde donde el japonés obtiene el nombre para Nausicaa; la escritora
inglesa Dianna Wynne Jones autora de los libros El Castillo en el Aire y El
Castillo Ambulante; Ovidio y su metamorfosis; Roald Dahl, su cuento para
adultos They Shall not Grow Old y su
influencia en el cementerio de aviones en Porco
Rosso; William Shakespeare, su bosque andante y la idea sobre la naturaleza
rebelándose contra el ser humano; el pintor inglés John Everett Millais de
quien Miyazaki dice “hago lo mismo que
él, pero peor”; John Tenniel, el ilustrador cuyas obras para Alicia en el País de las Maravillas y Alicia a través del Espejo han dado pie
a muchas ideas visuales para el director japonés; Richard Wagner, cuya La Valquiria y Tristán e Isolda suenan constantemente en Studio Ghibli, inspirando
no solamente a Miyazaki sino a todo su equipo.
En el capítulo cuarto, el volumen se
centra en la relación de amor-odio entre Miyazaki y la cultura norteamericana.
De una influencia muy menor en comparación a la cultura europea, el influjo de
algunas obras y autores ha tocado la obra del japonés. Las primeras películas
de Disney y las primeras películas hollywoodenses son las que el director rescata,
aquellas que fueron creadas en pequeños estudios o por estudios pequeños antes
de convertirse en gigantes mediáticos que, a través de una rápida
transformación, privilegiaron la producción en masa por sobre la calidad de sus
primeras propuestas artísticas, un proceso que el mismo Miyazaki vivió al
comienzo de su carrera. Ursula K. Le Guin, Frank Herbert y Richard Corben son
algunos de los muy pocos escritores y dibujantes que dejaron su marca en la
filmografía del director. Todos aportaron diferentes elementos que Miyazaki
incorporó en Nausicaa del Valle del
Viento, en el caso de los dos últimos; y en el caso de la escritora, de
manera transversal en las películas del creador de Totoro. A pesar de lo anterior, no obstante, Miyazaki ha recalcado
una y otra vez que son muchos más los elementos de la cultura estadounidense
que le desagradan que los que considera atrayentes, a diferencia de su amor por
Europa y su vasta cultura.
En el capítulo cinco, Pau Serracant
analiza el proceso de la influencia en dirección opuesta: cómo la obra de
Miyazaki ha tocado a artistas occidentales. Es notable que, a pesar del inmenso
reconocimiento de un sinnúmero de creadores en distintas disciplinas, no sean
tantos los homenajes específicos. Por supuesto los hay, y no son pocos: Los Simpsons, Toy Story, Cómo Entrenar a tu
Dragón, Up y muchos más en el
mundo de la animación; Moebius, Neil Gaiman, Quentin Tarantino, Nick Park, Dean
de Blois y otros en variadas disciplinas. John Lasseter y Pixar comparten una
relación prácticamente simbiótica a pesar de su enfoque casi opuesto sobre el
uso de la tecnología, una relación de amistad y confraternidad donde Miyazaki se
proyecta como una suerte de abuelo sabio para los animadores de Pixar. Aun así,
la influencia del director japonés parece presentarse de una manera más subterránea
– su mentalidad, su enfoque, su espíritu – más que de una forma concreta. Hay
elementos particulares que artistas occidentales han tomado de Miyazaki, pero
es su esencia, su manera de crear sus obras la que se proyecta sobre otros
artistas.
Esta monografía cierra con un epílogo
que analiza el dilema de la identidad japonesa y a Miyazaki en relación con
ella, la occidentalización que Japón atravesó desde la llegada de los primeros
barcos portugueses y holandeses, su reluctancia a sucumbir a ésta como sucedió
con China, los diferentes tratados con países occidentales a fin de evitar la
derrota económica. La trayectoria de la carrera del director ejemplifica a la
perfección la trayectoria de muchos otros artistas japoneses que comenzaron sus
vidas creativas apegados a cánones occidentales, pero que con el correr de las
décadas han redescubierto sus propias tradiciones y su cultura, regresando a ella
como peregrinos tras un largo viaje. Lo anterior desemboca en un arte híbrido
donde Miyazaki ha tomado muchísimo de la cultura europea y ha sabido yuxtaponerlo
con las tradiciones propias de su Japón y sus experiencias como individuo,
construyendo así un inmenso inconsciente colectivo universal.
A pesar de que Miyazaki en Europa es algo menos extenso y no tan profundo como El Mundo Invisible de Hayao Miyazaki de
Laura Montero, sigue siendo un volumen inmensamente disfrutable, de lectura
rápida y que contribuye a seguir descubriendo los entresijos de una obra que parece
crecer con el paso del tiempo, que parece ampliar aquellos recovecos oscuros y
cuyos detalles, lejos de desaparecer cuando nuestra mirada regresa a ellos,
crecen de manera insospechada, revelando nuevas dimensiones, conexiones que se
remontan siglos y que ofrecen nuevas perspectivas sobre la filmografía de uno
de los artistas más destacados de las últimas décadas.
Isaac Civilo B.
Miyazaki en Europa
Pau Serracant
Dolmen
184 Páginas






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