Marianne
Después de las citas al comienzo de cada episodio (Poe, Hawthorne,
Montaigne, Machen, Lovecraft) y de algunos minutos de metraje, lo primero que
cabe destacar es el conocimiento casi enciclopédico de Samuel Bodin, creador,
guionista y director de Marianne,
sobre las disciplinas artísticas que han tratado el género del terror. La
tendencia actual apunta al enriquecimiento de las series de televisión al extraer
material del mundo de la literatura – quizás uno de los ejemplos más notables
sea Love, Death & Robots –, lo
que vuelve a levantar el cuestionamiento sobre la razón de consumir tanta
televisión cuando hay siglos de literatura de mucha mayor calidad. En sus ocho
episodios, Bodin echa mano a las leyendas y al folclore europeo, al comienzo de
la literaruta gótica con Matthew G. Lewis, Horace Walpole, E. T. A. Hoffmann y
Thomas de Quincey; a los clásicos de mayor elegancia en Edgar Allan Poe,
Charles Dickens, Henry James y Nathaniel Hawthorne, a los autores del cambio de
siglo como M. R. James, Lord Dunsay, Arthur Machen, E. F. Benson, William Hope
Hodgson y Algernon Blackwood; pasando por H. P. Lovecraft, Robert E. Howard y
Clark Ashton Smith hasta llegar a Richard Matheson, Stephen King, Ramsey Campbell
y Clive Barker en un festín de ideas, conceptos y citas que parece no tener
fin.

En términos visuales, Bodin despliega el mismo conocimiento de los
clásicos del Expresionismo Alemán, el cine mudo, los albores del sonoro, las
legendarias producciones de la Hammer, el suspenso de Hitchcock y Polanski e
incluso propuestas más actuales como Babadook
y La Bruja. Incuso en el departamento
musical, Marianne destaca por su
amplia gama sonora desde las clásicas composiciones orquestales de los años 20
en Europa, las oscuras y rápidas piezas de cámara que abundaban en las décadas
siguientes y los sonidos electrónicos que Tangerine Dream poularizara en los
añós 80 y su imitación más de 40 años después por parte de Kyle Dixon y Michael
Stein para Stranger Things (específicamente
en el episodio seis).
Con tal material cabe preguntarse por qué Marianne entonces no se erige
como una obra definitoria del terror en la pantalla chica. Bueno, sus
creadores, en su canon, también se han tomado el tiempo de incluir propuestas
mucho menos elaboradas, cercanas al cine de terror comercial que dominó durante
largos años las salas y que recién ahora, gracias al streaming y a propuestas más maduras, afortunadamente ha comenzado
a ceder terreno. Bodin parece no querer dejar ninguna influencia fuera de su
creación.

La historia gira en torno a la joven novelista Emma (Victoire Du Bois)
quien a muy temprana edad ha alcanzado la fama gracias a una serie de novelas
de terror de corte juvenil. Emma es la clásica adolescente rebelde ya algo
pasada de edad y cuya postura ha comenzado a sentirse un poco añeja en medio
del glamour del ambiente en que vive. En una sesión de firmas del libro final
de la serie, una antigua amiga de colegio se acerca y le revela que su madre
enferma se comporta como la malvada bruja de sus novelas, Marianne. Tras esta
revelación y el suicidio de la chica, Emma vuelve a su pueblo natal para
visitar a la madre de ésta. No es un planteamiento muy original y es posible
encontrar muchas novelas y cintas que giran en torno al mismo concepto. Poco a
poco, no obstante, el drama familiar que obligó a Emma a alejarse de su pueblo
y su familia comienza a tomar forma. En términos narrativos, ésta puede ser la
mejor idea de la serie.

Se nota un calculado control en la presentación del conflicto y las
locaciones, y muchos de sus mejores momentos toman lugar durante los primeros
episodios. La cinematografía también es una de las mejores características de
la serie y contribuye a crear la necesaria atmósfera tanto en interiores como en
los exteriores del pueblo natal de la joven escritora. Los flashbacks ganan algo de preponderancia episodio a episodio a
medida que guían a la audiencia hacia el pasado de Emma. Su desarrollo es
correcto, de cierta profundidad, pero no totalmente acabado en su concepción.
Por supuesto, hay un trauma bastante oscuro que causa la separación de sus
padres y que se interna algo en el territorio de la demonología, pero también
está esbozado de manera rápida y algo torpe.

A medida que la serie avanza, comienzan a aparecer otros elementos menos
finos que le van quitando sutileza a Marianne.
Por pasajes, la edición se torna bastante rápida y equívoca, el montaje es errático,
y los movimientos de cámara y zooms
asumen un tratamiento más cercano al cine comercial que busca constantes golpes
de efecto en desmedro de la creación de tensión y ritmo que permitan respirar a
la historia y a sus personajes. Esto desemboca en un ejercicio narrativo y estilístico
bastante duro, de un constante tira y afloja entre diferentes registros que
parecen alternarse velozmente y que no acaban por convencer con una propuesta
que, muy en la vena francesa, parece más un pastiche
que toma un sinnúmero de influencias y las vomita sin separar lo esencial de lo
accesorio. Esto resiente la caracterización de sus protagonistas también. Entre
ellos, Emma es quien recibe un tratamiento más cuidado, pero poco es lo que se
puede decir sobre los personajes secundarios. Lo anterior es particularmente
evidente en la amiga de infancia de Emma, Aurore, y el sacerdote del pueblo,
Père Xavier. El manejo de sus conflictos se resume a una o dos escenas de
rápida edición en lugar de prodigarles más minutos de necesario desarrollo.

Hay sustancia en Marianne, no
poca, pero se ve diluida constantemente por el cambio de registro y tono que
sus creadores parecen desear imprimirle. Quizás, detrás de esto, exista una
razón comercial que permita alcanzar una mayor audiencia y acercarse a
propuestas emblemáticas de Netflix – aunque de capa bastante caída en términos
de calidad – como Stranger Things. El
sexto episodio es un claro ejemplo donde la estética e incluso la banda sonora
dan un giro para plantear una atmósfera similar a la creada por los Hermanos
Duffer. Sin embargo, no siempre es pertinente. La mezcla de aquella estética
más liviana no siempre se complementa bien con los planos amplios, casi
góticos, de algunos episodios y el notable desarrollo de algunas atmósferas al
comienzo y al final de la serie. Esta tensión entre los diferentes registros y
tratamientos es la que impide a Marianne
despegar en su totalidad. Por supuesto, ofrece algunos muy buenos momentos,
pero nunca llegar a concretar de manera contundente lo que dejó entrever en su
comienzo.
Isaac Civilo B.
Marianne
Netflix
8
episodios
360
mins.
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