Reseña Cine: El Irlandés de Martin Scorsese


El Irlandés

Cuando se anunció que Robert de Niro, Joe Pesci y Harvey Keitel se unirían a Al Pacino en una nueva cinta de Martin Scorsese sobre la mafia, las comparaciones con Casino y Buenos Muchachos no se hicieron esperar. Las tres horas y media de duración no hacían sino reafirmar la ambición de El Irlandés, ambición que parece crecer con cada cinta de Scorsese – Silencio ya tenía un metraje cercano –.  Y tras sus 210 minutos, esta nueva obra no solamente se mantiene en comparación con sus cintas hermanas sino que incluso puede alzarse sobre ellas.

Basada en la novela I Heard You Paint Houses de Charles Brandt, esta adaptación narra la historia de Frank Sheeran (Robert de Niro), un camionero exsoldado quien, por golpe de suerte, se encuentra con Russell Bufalino (Joe Pesci) en una gasolinera al borde de la carretera. Este encuentro aparentemente mundano, pero fatídico, es el punto de entrada de Sheeran al mundo de la mafia. Se suceden encuentros con el mismo Russell y su superior, Angelo Bruno (Harvey Keitel), una especie de reclutamiento implícito tras el que Sheeran comienza a realizar trabajos de poca monta para la mafia. Su familia crece al igual que la necesidad de dinero y de trabajos mayores. Desde entonces acompañará al líder del sindicato camionero de Estados Unidos, Jimmy Hoffa (Al Pacino), alguien “tan grande como Elvis” en dicha época. Ambos estrechan lazos personales y familiares. Hoffa lo toma como brazo derecho e incluso le entrega la presidencia de uno de los sindicatos más importantes del país. Esto traerá repercusiones insospechadas.


La estructura se divide en un par de racontos de muy largo aliento que cubren 50 años de historia, la segunda mitad del siglo XX. Por las pantallas televisivas desfilan La Bahía de los Cochinos, Castro y Cuba, la crisis de los misiles, el asesinato de Kennedy, Nixon, Watergate, la Guerra de Kosovo y otros muchos eventos para reafirmar la dimensión del relato. Como suelen ser las grandes cintas de Scorsese, es una obra barroca, más grande que la vida, y que frecuentemente está cerca de desbordar sus propios límites y los del cine. Aquí están todos los grandes temas del cineasta, aquellos que recorren toda su filmografía. El pecado y la traición permean, virtualmente, cada movimiento de Sheeran y sus jefes, el juramento y la traición del mismo que adquieren proporciones monumentales en la hora final, la redención y la imposibilidad de alcanzarla y, por supuesto, el ascenso y la caída digna de Ícaro del irlandés y poco a poco de los peces gordos de la mafia. Tampoco falta la siempre omnipresente atmósfera testamentaria, teológica, que Scorsese imprime a sus obras mayores. Hay vírgenes, cruces y santos por doquier como sutiles recordatorios de una salvación que parece cercana, pero que nadie alcanzará.


A lo anterior, el director agrega otra capa que nunca antes había desarrollado con tanta profundidad. La juventud y energía desbordante de Casino, Buenos Muchachos, Taxi Driver, Toro Salvaje y otras de sus películas parece haber sido reemplaza en El Irlandés por un aire de renuncia y debilitamiento vital que se traduce en una atmósfera de nostalgia que se filtra en las reuniones de la mafia, los lujosos restaurantes, las celebraciones, las bodas y los hogares. Hay humor negro, por supuesto, tanto como siempre lo ha habido en Scorsese, pero no pasa de ser un elemento secundario que siempre deja paso a un aire algo triste, reflexivo. El hecho de que los rostros icónicos de su cine – de Niro, Pesci, Keitel, Pacino – sean quienes encarnen a estos personajes es un elemento casi metafílmico que pone en perspectiva sus carreras y la filmografía de Scorsese mismo.


Para captar cada detalle de este inmenso fresco, el director echa mano a su inmenso arsenal fílmico: su clásico montaje vigoroso intercalado con extensos travellings, la voz en off, los saltos temporales, contraplanos en escorzo, ralentís, la cámara-personaje. En fin, todo lo que puede esperarse de un maestro para mantener el ritmo preciso, por momentos presuroso, por momentos paquidérmico, de una cinta de tres horas y media a la que nada sobra y nada falta. No es de extrañar que Scorsese pidiera a Netflix una distribución mucho más amplia para los cines. Claramente El Irlandés es cine con letras mayúsculas, filmada para ser exhibida en pantalla grande. Se agradece el financiamiento del servicio de streaming para llevar a cabo este proyecto, pero conlleva la banalización de una obra de estas proporciones a la pantalla chica, perdiendo algo más que su encanto.

Después de tres horas y media es evidente que El Irlandés pasará a la historia por ser una de las mayores obras de un artista que a esta altura ya puede medirse con los más grandes directores de la historia. Muchos han declinado en sus años postreros, pero como el legendario Akira Kurosawa indicara en una carta dirigida a Ingmar Bergman para felicitarlo por su cumpleaños 77, y con una referencia al pinto Tessai Tomioka, “un ser humano no es capaz de crear trabajos realmente sobresalientes hasta alcanzar los 80 años…un humano es capaz de producir obras puras, sin ninguna restricción en los días en que está próximo a cerrar su vida, en su segunda niñez.”. Scorsese, ya con 77 años, parece seguir esta dirección. Lejos de decaer con el paso del tiempo, refina más su grandioso estilo cinematográfico. La última hora debe ser de lo mejor que ha filmado, equilibrando la tranquilidad y la brutalidad con un pulso soberbio. Continúa produciendo obras de un calibre superior a un ritmo impensable para muchos artistas de la misma edad o incluso más jóvenes. El Irlandés es una muestra profunda de esto, una cinta inmensa, descomunal, que puede medirse sin problemas con El Padrino. Un tipo de obra que es casi inconcebible para los tiempos que corren.

Isaac Civilo B.

El Irlandés (The Irishman)
Martin Scorsese
Estados Unidos
210 minutos

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