Reseña: Mindhunter de John Douglas y Mark Olshaker
Mindhunter
Cazadores de
Mentes

Lo primero que debe ser dicho es que Mindhunter: Cazadores de Mentes es una revisión
de la publicación anterior de 1995. John E. Douglas, el creador de la unidad
del FBI y de la naciente ciencia de los perfiles criminológicos se ha tomado el
tiempo de actualizar varios contenidos de la primera edición, ampliar la
dimensión en el estudio de los asesinos en serie y agregar casos importantes
que se han desarrollado en los años siguientes. El comienzo del libro es
literario en naturaleza: el relato del ataque de pánico y la siguiente
encefalitis que casi tomaron su vida en medio de una gira de conferencias en
diferentes ciudades de Estados Unidos debido a la inmensa carga de trabajo que
por entonces Douglas llevaba sobre sus hombros. Al ser el creador de esta
unidad casi por sí solo, tenía que hacerse cargo de la gran mayoría de los
casos además de administrar la unidad y hacerla conocida dentro y fuera de la
institución. Es posible entrever algo de su decepción con el FBI, tanto
profesional como emocional, debido a la burocracia que tuvo que superar en
repetidas ocasiones aunque en el momento del ataque de pánico, lo mejor de la
institución se hizo presente para ayudarlo en términos personales y
profesionales. Por entonces, John Douglas intentaba establecer por sí solo el
departamento que estudiaría a los asesinos seriales además de colaborar en más
de 150 casos, dar conferencias y viajar cerca de 125 días al año. Esta carga
casi lo sepultó.
Al entrar de lleno al territorio de
la mente del asesino, el dato es revelador: desde los años 60, la tasa de resolución
de asesinatos había estado disminuyendo constantemente. La mente del asesino
había cambiado. Los crímenes ya no se producían en grupos pequeños de personas
conocidas. Los perpetradores habían mutado, ampliado su territorio, su alcance.
Pero aun más importante, su psicología no era la misma. En muchos casos, las
nuevas formas y los nuevos medios estaban más allá de la lógica que las fuerzas
del orden habían desarrollado. Esta nueva amenaza fue un golpe de shock para
los departamentos de policía y los servicios especiales. La situación asemejaba
a enfrentarse con un enemigo desconocido salido de algún lugar remoto que la
evolución parecía haber dejado en el pasado. Éste portaba nuevas armas o armas
que hace siglos habían sido olvidadas. El autor relata con detalle la dura
lucha que debió dar ante parte del personal del FBI y los departamentos de
policía para hacerles entender la naturaleza de aquello a lo que se
enfrentaban. Con algo de humor, relata cómo muchas de las técnicas nacientes
eran catalogadas como brujería por los menos inclinados a aceptar un estudio
más profundo de las mentes de los asesinos.
Douglas deja claro desde el comienzo
que no elaborará una guía rápida para atrapar asesinos en el libro. Por el
contrario, relata cómo desarrolló, junto a sus colaboradores, el enfoque
conductual aplicado a los perfiles de la personalidad criminal, el análisis de
los crímenes mismos y la estrategia de acusación legal. El autor narra con gran
cuidado su niñez, la escuela, la universidad, las juergas y el enlistamiento en
el ejército y cómo a través de cada una de estas etapas, descubría cuáles eran
sus propias inquietudes y hacia donde deseaba encausarlas. Esta veta
autobiográfica es entrelazada sutilmente con entrevistas a asesinos en serie
una vez que Douglas había construido su carrera al interior del FBI. Ésta es,
sin duda, una de las características más interesantes del volumen: la
descripción de las actividades del día a día de Douglas y cómo a través de
ellas, y a veces con motivo de ellas, descubre paulatinamente los aspectos que
le ayudarán a analizar las personalidades de los asesinos en serie. Ahí están
las descripciones de aquellos criminales que hemos visto en la serie de
Netflix, las entrevistas y personalidades de Ed Kemper, Charles Manson, Richard
Speck, Monte Rissell y David Berkowitz, entre otros. Su análisis es claro y
explica, más allá de diferencias en la gestación de las fantasías de los
asesinos, los rasgos que se repiten en su psicología y su modus operandi. Hay
algunas interesantes referencias literarias aquí como a C. Auguste Dupin, el
detective creado por Edgar Allan Poe, Charles Dickens y Wilkie Collins, el
maestro del suspenso en el relato corto. Incluso Thomas Harris, autor de El Silencio de los Inocentes, asistió a
muchas sesiones a fin de interiorizarse en el trabajo de Douglas.
Capítulo tras capítulo, Douglas
disecta las metodologías del FBI en la creación de los diversos perfiles de los
criminales y la resolución de los casos. Las motivaciones son analizadas con lupa
al igual que los errores cometidos por los asesinos y los aciertos de las
víctimas sobrevivientes. Ya en el área psiquiátrica y legal, Douglas construye
un caso solidísimo en favor de la pena de muerte. Su postura no debe confundirse
con la del fanático, sin embargo. Al contrario, la apabullante cantidad de
información, la experiencia de primera mano, la incontestabilidad de su postura,
su amplio conocimiento del tema y el profundo cuestionamiento al concepto de
'locura' - concepto legal, pero no psiquiátrico o psicológico - deja en
evidencia las posturas más ingenuas de jóvenes salidos de la universidad, de
políticos y periodistas progresistas, y doctores bienintencionados que carecen
de la experiencia de Douglas. Es increíble que muchos de los psiquiatras y
trabajadores sociales que laboran en cárceles y que pueden decidir la libertad
parcial de los criminales ni siquiera den una mirada a los expedientes de los
asesinos, o incluso se niegen a verlos para no 'influir injustamente' en
su relación con los reclusos, otorgándoles una salida y condenando a futuras víctimas
durante meses o incluso semanas siguientes. Desgraciadamente, los psiquiatras,
especialistas en análisis y manipulación, no comprenden que tratan con asesinos
que son incluso más hábiles cuando se trata de manipular la percepción que se
tiene de ellos. No se debe confundir a un psicópata con un psicótico. Como indica
uno de los tantos consultores de Douglas: no es tanto un tema de enfermedad
mental como un defecto de carácter. El buen comportamiento dentro de prisión no
es necesariamente predictivo de una conducta aceptable fuera de la cárcel. Es
muy representativo el caso de Scott Glenn, el actor que interpretara al
director Jack Crawford en El Silencio de
los Inocentes. Liberal y bienintencionado, llegó a la oficina de Douglas
con la intención de construir su personaje con miras a la filmación y con un
convencimiento algo ingenuo sobre la posibilidad de rehabilitación y el bien
inherente en todos. Tras pocos minutos escuchando los gritos y los ruidos de
escenas reales de crímenes de algunos de los asesinos seriales investigados por
Douglas, entre lágrimas, el actor cambió su parecer de por vida. La confianza
en la propia rectitud muchas veces actúa como un poderoso efecto de negación
frente a realidades que no deseamos aceptar y, por ende, llegan a ser muy
dañinas.
Hacia el final del libro, Douglas gira
hacia otro tipo de peligro, aquel que él mismo y sus colegas enfrentan en sus hogares
y familias, el evitar que la naturaleza del trabajo que realizan interfiera con
sus vidas, que los consuma. Esto es particularmente difícil ya que su labor les
exige sumergirse en un área que hace muy pocos años comenzó a ser explorada y
donde hay mucho trabajo por hacer. Zambullirse en los rincones más oscuros de
la mente humana ciertamente es un trabajo de por vida. Después de su retiro, Douglas
continúa colaborando con el FBI, dando charlas y prestando asesoría. Como
indica al final del volumen, esta ciencia siempre llegará tarde ya que siempre
habrá gente asesinada. En el caso de Jack el Destripador, considerado el primer
asesino en serie de la historia, llegó un siglo tarde. Es una suerte de lucha
pírrica que no puede abandonarse ya que el mal nunca desaparecerá y, sea antes
o después de los hechos, la única opción es lidiar con él incluso si la
victoria ya se ha perdido, el máximo esfuerzo para lograr el mínimo beneficio, si
es que puede lograrse. Pero sin dicho esfuerzo, las consecuencias serían aún
más horrendas.
¿Y sobre la adaptación televisiva? Es
justo decir que el guionista y creador de la serie, Joe Penhall – guionista de La Carretera –, realizó un trabajo
soberbio al novelizar este volumen, alcanzar el corazón de estos personajes,
muchas veces considerados fríos y distantes por representar autoridad, y
revelar las pesadas cruces que cargan en su viaje hacia la zona más oscura que
el ser humano puede ofrecer. Hay abundante documentación en la adaptación, más
allá de este volumen. Los criminales parecen plasmados directamente desde sus
páginas como si Penhall hubiese tomado una fotografía instantánea. El ritmo que
le ha impreso al guion es de un valor incalculable y las temáticas que Douglas
ha investigado durante toda su vida están retratadas en la serie de una manera
fiel a la forma en que él las vertió en sus páginas. Por supuesto, éste es un
libro bastante duro. A menudo agarra al lector por sus entrañas y aprieta con
una mano de hierro, a menudo desafía sus preconcepciones sobre el bien en los
seres humanos, a menudo cuestiona los cimientos donde establecemos lo más
rutinario de nuestras vidas. No hay otra posibilidad. Y se agradece que ni
Douglas ni Penhall ni Fincher hayan elegido simplificar y edulcorar la
realidad, especialmente en los tiempos que corren. Aunque quizás esta sombría
realidad nunca permita ser dulcificada y minimizada por su misma naturaleza.
Esta ahí cada día, filtrándose en las millones de pantallas que nos rodean, la
oscuridad observándonos de vuelta, fijamente.
Isaac Civilo
B.
Mindhunter: Cazadores de Mentes
John E. Douglas, Mark Olshaker
Crítica
424
páginas
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