Reseña: Mindhunter de John Douglas y Mark Olshaker


Mindhunter
Cazadores de Mentes

Uno de los efectos secundarios de las series de televisión exitosas es la reedición del material literario en que se han basado. La recuperación de novelas, antologías y textos de no ficción se ha visto beneficiada durante los últimos años a pesar de que las series no siempre sean fieles o incluso gocen de una calidad acorde a la propuesta original de escritores e investigadores. Por suerte, Mindhunter se encuentra en lo más alto de la actual producción televisiva. Dos temporadas de lo mejor que se ha visto en el servicio de streaming durante años la han puesto en un lugar de privilegio para la crítica y su audiencia. Es notoria la mano de David Fincher, a quien las oscuras atmósferas de este volumen, los asesinos en serie que pueblan sus páginas y la exploración del lado oscuro de la mente humana le vienen como anillo al dedo. Desde hace más de dos décadas, Fincher ya había comenzado a dar sus primeros pasos en el mismo territorio a través de excelentes películas.

Lo primero que debe ser dicho es que Mindhunter: Cazadores de Mentes es una revisión de la publicación anterior de 1995. John E. Douglas, el creador de la unidad del FBI y de la naciente ciencia de los perfiles criminológicos se ha tomado el tiempo de actualizar varios contenidos de la primera edición, ampliar la dimensión en el estudio de los asesinos en serie y agregar casos importantes que se han desarrollado en los años siguientes. El comienzo del libro es literario en naturaleza: el relato del ataque de pánico y la siguiente encefalitis que casi tomaron su vida en medio de una gira de conferencias en diferentes ciudades de Estados Unidos debido a la inmensa carga de trabajo que por entonces Douglas llevaba sobre sus hombros. Al ser el creador de esta unidad casi por sí solo, tenía que hacerse cargo de la gran mayoría de los casos además de administrar la unidad y hacerla conocida dentro y fuera de la institución. Es posible entrever algo de su decepción con el FBI, tanto profesional como emocional, debido a la burocracia que tuvo que superar en repetidas ocasiones aunque en el momento del ataque de pánico, lo mejor de la institución se hizo presente para ayudarlo en términos personales y profesionales. Por entonces, John Douglas intentaba establecer por sí solo el departamento que estudiaría a los asesinos seriales además de colaborar en más de 150 casos, dar conferencias y viajar cerca de 125 días al año. Esta carga casi lo sepultó.

Al entrar de lleno al territorio de la mente del asesino, el dato es revelador: desde los años 60, la tasa de resolución de asesinatos había estado disminuyendo constantemente. La mente del asesino había cambiado. Los crímenes ya no se producían en grupos pequeños de personas conocidas. Los perpetradores habían mutado, ampliado su territorio, su alcance. Pero aun más importante, su psicología no era la misma. En muchos casos, las nuevas formas y los nuevos medios estaban más allá de la lógica que las fuerzas del orden habían desarrollado. Esta nueva amenaza fue un golpe de shock para los departamentos de policía y los servicios especiales. La situación asemejaba a enfrentarse con un enemigo desconocido salido de algún lugar remoto que la evolución parecía haber dejado en el pasado. Éste portaba nuevas armas o armas que hace siglos habían sido olvidadas. El autor relata con detalle la dura lucha que debió dar ante parte del personal del FBI y los departamentos de policía para hacerles entender la naturaleza de aquello a lo que se enfrentaban. Con algo de humor, relata cómo muchas de las técnicas nacientes eran catalogadas como brujería por los menos inclinados a aceptar un estudio más profundo de las mentes de los asesinos.

Douglas deja claro desde el comienzo que no elaborará una guía rápida para atrapar asesinos en el libro. Por el contrario, relata cómo desarrolló, junto a sus colaboradores, el enfoque conductual aplicado a los perfiles de la personalidad criminal, el análisis de los crímenes mismos y la estrategia de acusación legal. El autor narra con gran cuidado su niñez, la escuela, la universidad, las juergas y el enlistamiento en el ejército y cómo a través de cada una de estas etapas, descubría cuáles eran sus propias inquietudes y hacia donde deseaba encausarlas. Esta veta autobiográfica es entrelazada sutilmente con entrevistas a asesinos en serie una vez que Douglas había construido su carrera al interior del FBI. Ésta es, sin duda, una de las características más interesantes del volumen: la descripción de las actividades del día a día de Douglas y cómo a través de ellas, y a veces con motivo de ellas, descubre paulatinamente los aspectos que le ayudarán a analizar las personalidades de los asesinos en serie. Ahí están las descripciones de aquellos criminales que hemos visto en la serie de Netflix, las entrevistas y personalidades de Ed Kemper, Charles Manson, Richard Speck, Monte Rissell y David Berkowitz, entre otros. Su análisis es claro y explica, más allá de diferencias en la gestación de las fantasías de los asesinos, los rasgos que se repiten en su psicología y su modus operandi. Hay algunas interesantes referencias literarias aquí como a C. Auguste Dupin, el detective creado por Edgar Allan Poe, Charles Dickens y Wilkie Collins, el maestro del suspenso en el relato corto. Incluso Thomas Harris, autor de El Silencio de los Inocentes, asistió a muchas sesiones a fin de interiorizarse en el trabajo de Douglas.


Capítulo tras capítulo, Douglas disecta las metodologías del FBI en la creación de los diversos perfiles de los criminales y la resolución de los casos. Las motivaciones son analizadas con lupa al igual que los errores cometidos por los asesinos y los aciertos de las víctimas sobrevivientes. Ya en el área psiquiátrica y legal, Douglas construye un caso solidísimo en favor de la pena de muerte. Su postura no debe confundirse con la del fanático, sin embargo. Al contrario, la apabullante cantidad de información, la experiencia de primera mano, la incontestabilidad de su postura, su amplio conocimiento del tema y el profundo cuestionamiento al concepto de 'locura' - concepto legal, pero no psiquiátrico o psicológico - deja en evidencia las posturas más ingenuas de jóvenes salidos de la universidad, de políticos y periodistas progresistas, y doctores bienintencionados que carecen de la experiencia de Douglas. Es increíble que muchos de los psiquiatras y trabajadores sociales que laboran en cárceles y que pueden decidir la libertad parcial de los criminales ni siquiera den una mirada a los expedientes de los asesinos, o incluso se niegen a verlos para no 'influir injustamente' en su relación con los reclusos, otorgándoles una salida y condenando a futuras víctimas durante meses o incluso semanas siguientes. Desgraciadamente, los psiquiatras, especialistas en análisis y manipulación, no comprenden que tratan con asesinos que son incluso más hábiles cuando se trata de manipular la percepción que se tiene de ellos. No se debe confundir a un psicópata con un psicótico. Como indica uno de los tantos consultores de Douglas: no es tanto un tema de enfermedad mental como un defecto de carácter. El buen comportamiento dentro de prisión no es necesariamente predictivo de una conducta aceptable fuera de la cárcel. Es muy representativo el caso de Scott Glenn, el actor que interpretara al director Jack Crawford en El Silencio de los Inocentes. Liberal y bienintencionado, llegó a la oficina de Douglas con la intención de construir su personaje con miras a la filmación y con un convencimiento algo ingenuo sobre la posibilidad de rehabilitación y el bien inherente en todos. Tras pocos minutos escuchando los gritos y los ruidos de escenas reales de crímenes de algunos de los asesinos seriales investigados por Douglas, entre lágrimas, el actor cambió su parecer de por vida. La confianza en la propia rectitud muchas veces actúa como un poderoso efecto de negación frente a realidades que no deseamos aceptar y, por ende, llegan a ser muy dañinas.

Hacia el final del libro, Douglas gira hacia otro tipo de peligro, aquel que él mismo y sus colegas enfrentan en sus hogares y familias, el evitar que la naturaleza del trabajo que realizan interfiera con sus vidas, que los consuma. Esto es particularmente difícil ya que su labor les exige sumergirse en un área que hace muy pocos años comenzó a ser explorada y donde hay mucho trabajo por hacer. Zambullirse en los rincones más oscuros de la mente humana ciertamente es un trabajo de por vida. Después de su retiro, Douglas continúa colaborando con el FBI, dando charlas y prestando asesoría. Como indica al final del volumen, esta ciencia siempre llegará tarde ya que siempre habrá gente asesinada. En el caso de Jack el Destripador, considerado el primer asesino en serie de la historia, llegó un siglo tarde. Es una suerte de lucha pírrica que no puede abandonarse ya que el mal nunca desaparecerá y, sea antes o después de los hechos, la única opción es lidiar con él incluso si la victoria ya se ha perdido, el máximo esfuerzo para lograr el mínimo beneficio, si es que puede lograrse. Pero sin dicho esfuerzo, las consecuencias serían aún más horrendas.


¿Y sobre la adaptación televisiva? Es justo decir que el guionista y creador de la serie, Joe Penhall – guionista de La Carretera –, realizó un trabajo soberbio al novelizar este volumen, alcanzar el corazón de estos personajes, muchas veces considerados fríos y distantes por representar autoridad, y revelar las pesadas cruces que cargan en su viaje hacia la zona más oscura que el ser humano puede ofrecer. Hay abundante documentación en la adaptación, más allá de este volumen. Los criminales parecen plasmados directamente desde sus páginas como si Penhall hubiese tomado una fotografía instantánea. El ritmo que le ha impreso al guion es de un valor incalculable y las temáticas que Douglas ha investigado durante toda su vida están retratadas en la serie de una manera fiel a la forma en que él las vertió en sus páginas. Por supuesto, éste es un libro bastante duro. A menudo agarra al lector por sus entrañas y aprieta con una mano de hierro, a menudo desafía sus preconcepciones sobre el bien en los seres humanos, a menudo cuestiona los cimientos donde establecemos lo más rutinario de nuestras vidas. No hay otra posibilidad. Y se agradece que ni Douglas ni Penhall ni Fincher hayan elegido simplificar y edulcorar la realidad, especialmente en los tiempos que corren. Aunque quizás esta sombría realidad nunca permita ser dulcificada y minimizada por su misma naturaleza. Esta ahí cada día, filtrándose en las millones de pantallas que nos rodean, la oscuridad observándonos de vuelta, fijamente.

Isaac Civilo B.

Mindhunter: Cazadores de Mentes
John E. Douglas, Mark Olshaker
Crítica
424 páginas

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