Reseña Cine: A Hidden Life de Terrence Malick


A Hidden Life

“¿Qué dice la historia de la mujer en los arrozales tirando de su carabao y su arado mientras su esposo está ahí afuera en algún lugar, probablemente reclutado contra su voluntad, llevando un arma?…sus hijos en casa necesitan comida. Su hombre está afuera arrastrado por esa perenne locura. Alguien tiene que arar. Esa es la auténtica imagen de la persistencia humana.
Frank Herbert,
Casa Capitular Dune

Desde sus míticas cintas de los años 70 hasta su regreso a la gran pantalla con una seguidilla de películas plagadas de grandes nombres, la trayectoria de Terrence Malick debe ser una de las más inusuales en Hollywood. Bad Lands (1973) y Days of Heaven (1978) catapultaron al director a un lugar de privilegio dentro del séptimo arte, pero lejos de sacar provecho de tal posición, Malick se retiró durante 20 años a fin de realizar estudios personales. Su estatus pasó de culto a leyenda y su regreso con The Thin Red Line (1998) fue el punto de partida para una serie de cintas como The New World (2005), la revolucionaria The Tree of Life (2011), las muy personales To the Wonder (2012) y Knight of Cups (2015) e incluso aquel documental para IMAX Voyage of Time (2016), una suerte de expansión de la sección de 17 minutos incluida en The Tree of Life con la que se planteó el más espectacular flashback de la historia del cine. Tal ritmo parecía mucho para un director que es casi un recluso, que se tomaba años entre cinta y cinta, y que llegó a experimentar con la creación de una película – Song to Song (2017) – sin guion alguno, lo que marcó un punto tan bajo en su excelsa filmografía que decidió nunca más realizar una apuesta similar y volver a trabajar con base en el guion más convencional.


Este regreso lo marca su más reciente película, A Hidden Life (Una Vida Oculta), que Malick filmara en Alemania con actores locales. La historia es casi minimalista en su simpleza. El granjero austriaco Franz Jägerstätter (August Diehl) vive felizmente junto a su esposa Fani (Valerie Pachner) y sus tres pequeñas hijas en la aldea de Sankt Radegund, casi en el límite con la Bavaria alemana. Después de participar en una de las primeras campañas como soldado, vuelve a casa seguro de que la guerra no continuará. Sin embargo, con el pasar de los meses, el ejército nazi comienza la conquista de diversos territorios y muchos de los aldeanos son llamados al frente. Jägerstätter rechaza los beneficios del gobierno alemán como también donar para sus campañas. Las tensiones en la aldea crecen y su familia se transforma en objeto de diversos ataques por parte de quienes fueran amigos y vecinos. A Franz se le dan todas las posibilidades para que pueda formar parte del ejército sin peligro: trabajar en el hospital, un puesto alejado del frente, pero él se resistió a jurar por Hitler. La historia de Franz Jägerstätter no se olvidó y al igual que muchas otras fue recordada, registrada e incluso su figura llegó a ser beatificada por Benedicto XVI el año 2007.


A diferencia de muchas otras películas que decantan por la glorificación o la victimización de sus protagonistas, A Hidden Life se erige como una obra totalmente consecuente con la visión de su director. Es decir, aquellos elementos forman parte del decorado. La mirada de Malick se centra en la dura vida de los campesinos, en los lazos familiares – especialmente el de Franz y su esposa Fani –, en el avance inexorable de las estaciones y la naturaleza. Y junto con ello, la reflexión metafísica, sacra, apoyada en el gran angular con la que el director transforma el imponente paisaje en mudo testigo de las tribulaciones, el ostracismo y el heroísmo silencioso del matrimonio. Los diálogos son mantenidos al mínimo. La cámara y el movimiento son suficientes para captar su sufrimiento.


Éste ha sido un tema recurrente en la filmografía del director, tal como en El Nuevo Mundo o El Árbol de la Vida cuyos protagonistas transitan estoicamente el único camino que les es posible, aquel que los lleva directo al sacrificio. Los convierte en narradores de un calvario que siempre toma lugar en aquellos parajes de una belleza inabarcable, capturada en el celuloide y proyectada al infinito. El cine de Malick es un cine de la trascendencia. Así también lo refleja una soberbia banda sonora que incluye a Bach, Händel, Beethoven, Dvorak, Gorecki y Arvo Part además de las hermosísimas composiciones de James Newton Howard.


Por supuesto, y de la misma forma que sus mejores obras, A Hidden Life emana un aire sagrado en el viaje de sus dos protagonistas y en la aceptación con la que reciben el dolor más profundo. Tanto Franz, golpeado y humillado en la cárcel, como Fani, aislada, sembrando y arando el campo en la aldea, no presentan aires de trascendentalismo alguno. Sus cartas y sus esperanzas se mantienen al nivel de este mundo, como muchos santos, con un mínimo atisbo de lo que podría llegar una vez su padecimiento acabe. Solamente la cámara de un maestro es capaz de internarse por tales sendas, proyectando los ínfimos detalles de tales vidas hasta que alcancen dimensiones divinas.


Y no hay que cometer errores aquí ya que, a diferencia de muchos recientes ganadores del Oscar, Malick sí pertenece a ese linaje de directores capaces de tales proezas. En cierto momento de sus carreras, algunos de estos se internaron por caminos similares: decidieron filmar el arquetipo de un calvario o una vida cristiana, o derechamente la de Cristo. Los cuestionamientos metafísicos del director, su aire sacro, su envidiable imaginería y sus inquietudes filosóficas lo ubican en el mismo sendero que explorara Carl Theodor Dreyer hace casi un siglo y cuya tradición llega hasta nuestros días en las huellas de Martin Scorsese o Béla Tarr, pasando por Bergman, Pasolini, Tarkovski y Sokurov, entre otros. Tal compañía no lo desmerece. A Hidden Life se despliega como uno de esos relatos universales, arquetípicos, cuya simpleza oculta un enigma colosal y un poder enorme. Y que nos recuerda que las grandes películas tienen su justificación en sí mismas, mucho más allá de su pretendida – y a menudo pretenciosa – relevancia política o social. Un cine inmenso, que traspasa la contingencia hacia la trascendencia.


Pues el bien creciente del mundo depende en parte de actos no históricos; y las cosas no son tan negativas para ti y para mí como habrían podido serlo, en parte a causa del número de personas que vivió fielmente una vida oculta, y descansa en tumbas que no son visitadas

George Eliot (1819 – 1880)

Isaac Civilo B.

A Hidden Life
Terrence Malick
Alemania, Estados Unidos
174 mins.







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