Reseña Cine: The Lighthouse


The Lighthouse

El 2015, La Bruja (The Witch) se convirtió rápidamente en uno de los mejores estrenos del cine reciente. El joven director Robert Eggers irrumpió en la escena del terror con una cinta para la que costó tanto encontrar financiamiento que estuvo cerca de nunca ver la luz del día, pero cuya simpleza y al mismo tiempo ambición la catapultaron hacia lo más alto del terror en este nuevo siglo. Cuatro años después, Eggers vuelve con su segunda cinta, la más difícil para cualquier debutante de éxito. Bajo el título The Lighthouse (El Faro), el proyecto fue estrenado en festivales con éxito apabullante y la promesa de otra cinta que puede adquirir la etiqueta de obra maestra con el correr de los años.

En honor a la verdad, el director ha decidido dar un paso más allá de The Witch, optando por un formato visual y narrativo diferente. En la historia de la familia puritana excomulgada en la Nueva Inglaterra del siglo XVII, el terror provenía del exterior. Todo lo que rodeaba a la familia era amenazante – animales, clima, bosque –. El acecho de lo sobrenatural y el horror que se tornaba progresivamente material era el peligro. The Lighthouse, por el contrario, sumerge al espectador en un relato de obsesión, una caída a la locura en una pequeña isla y su faro. Es una narración claustrofóbica, asfixiante, de recovecos y espacios cerrados, de escaleras y pequeños cuartos, y cuyo mar salvaje empuja a los protagonistas hacia su interior.


Por supuesto, existe una larga tradición aquí. Va mucho más allá de los tentáculos que podrían evocar algunos de los terrores marítimos de Lovecraft. Eggers se sirve de las narraciones de obsesión cósmica de Herman Melville y su Moby Dick, de Samuel Taylor Coleridge y La Oda del Viejo Marino, de los tritones y los dioses oceánicos griegos. Donde The Witch se nutría de registros históricos, testimonios y transcripciones de procesos judiciales, The Lighthouse lo hace de relatos marítimos reales, bitácoras, registros, novelas y poesía a fin de dar forma a la isla, sus personajes, su dialecto y aquella época tan clara en la memoria de los navegantes, pero tan imprecisa en su alcance.


Desde el comienzo, con aquel barco apenas esbozado que emerge desde la bruma y que regresa a ella después de dejar a sus protagonistas en la isla, Eggers sitúa la historia en un tiempo y en una geografía indefinida, salidas de la nada y que acentúa el cariz impreciso, interior, de su narrativa. El guardián del faro, Thomas Wake (Willem Dafoe) y su ayudante, el leñador Ephraim Winslow (Robert Pattinson) deben pasar cuatro semanas en la isla, arreglar desperfectos, mantener el faro y los servicios básicos. La primera parte de la cinta es un relato ambiguo, soterrado, de pocas palabras entre ambos, donde priman la contención y el equívoco. The Witch ya presentaba una narración similar que remitía a cintas tan memorables como Haxan (1922) de Benjamin Christensen, Day of Wrath (1947) de Carl Theodor Dreyer y Rosemary’s Baby (1968) de Roman Polanski. The Lighthouse refina esta apuesta con el clásico formato en blanco y negro 1.19:1, sugiriendo que el director ha rescatado esta obra perdida desde los albores del cine. Murnau, Lang y el mismo Dreyer vuelven a la memoria, especialmente la mítica Vampyr (1932) de este último. De esta forma, la luz, las sombras, las aves, la bruma, el clima y el faro mismo se unen como protagonistas a Wake y Winslow.


El espíritu de Coleridge encarnado en la muerte de un ave desata las fuerzas de la naturaleza. Durante la segunda parte de la cinta, cuando el barco debería haberlos recogido de la isla, pero no aparece debido a la tormenta que se acerca, el ritmo se acelera y la caída hacia la locura comienza a tomar forma. Algo parece esconderse en el faro mismo donde solamente Wake patrulla. Winslow vislumbra sirenas, un asesinato, un aparente hechizo sujeto a una pequeña efigie de madera. Hay augurios innombrables, la furia del océano nocturno, juramentos hacia deidades marinas. Durante casi una hora los límites comienzan a difuminarse a medida que la historia va tomando matices oníricos, pero que parecen obedecer más a las fuerzas de la naturaleza y a la obsesión cósmica que el mar ejerce sobre sus protagonistas. Las personalidades de ambos mutan poco a poco, adquieren rasgos del otro en una danza macabra que se vuelve más frenética con el paso de los minutos. Los espacios parecen comprimirse, oprimiendo a sus personajes contra las sombras. La misma banda sonora se entrelaza con la edición del sonido al punto de no ser distinguible cuando una se transforma en la otra a medida que la intensidad, muy bien graduada, no hace más que aumentar. Una caída libre que parece no detenerse incluso cuando la demencia se vuelve tangible.

Hacia el final de la cinta, Eggers libera aquello que ha sugerido durante casi todo el metraje. Al igual que Carl Theodor Dreyer, el tratamiento que el joven director da a la luz hace que ésta adquiera un significado metafísico. No es posible filmar de esta manera sin confiar en que la luz adquiera resonancias muy específicas, una conciencia propia, subyugante, incluso aunque Eggers se guarde una carta bajo la manga como cruel giro de tuerca final.

The Lighthouse no solamente cumple con creces su rol como una gran película que sigue a un notable debut. La historia de los guardianes del faro incluso supera a The Witch en el refinamiento de sus medios expresivos. El adecuado formato visual elegido por su director, su ritmo narrativo que transita desde lo oculto a lo caótico con una graduación envidiable, las soberbias actuaciones de Defoe y Pattinson se conjugan perfectamente con una historia que tiene la suficiente densidad folclórica, histórica y mitológica para elevarse por sobre aquella primera excelente obra. En cada aspecto, The Lighthouse es una apuesta, si cabe, incuso más pulcra y más ambiciosa que The Witch, y además es esa extraña película que puede existir en un universo propio, que cruza géneros sin problemas hasta adquirir una entidad propia como las leyendas y los monstruos de los mares primigenios.

Isaac Civilo B.

The Lighthouse
Robert Eggers
Cánada
109 Mins.

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