Reseña: Esta Tormenta de James Ellroy


Esta Tormenta

El Dostoievski norteamericano

Joyce Carol Oates

Cuatro años después del regreso magistral de James Ellroy a la literatura y su cuarteto original de Los Ángeles con Perfidia – volumen que abre el segundo cuarteto –, el llamado perro diabólico de las letras norteamericanas deja caer su segunda parte con el ominoso título de Esta Tormenta, tomado de un poema de W. H. Auden, y que como bien anticipa el título, es una tempestad del mejor noir, aquel que solamente él puede escribir. Por supuesto el género ha existido, existe y seguirá existiendo por largas décadas a través de grandes autores. Pero no hay que llamar a equívoco. James Ellroy escribe en una prosa tan personal y poderosa que es prácticamente su propio lenguaje, que empieza y termina con él.

Esta Tormenta inicia en las horas postreras del 31 de diciembre de 1941, es decir, pocos minutos después que Perfidia alcanzara su última página. En sí mismo, esto ya es una clara indicación de que Ellroy no dará respiro al lector. En su Primer Cuarteto de los Ángeles existía el espacio entre cada una de sus entregas y dentro de sí mismas habían lapsos para que el lector recuperara el aliento. No aquí. La urgencia que el autor le ha impreso a este segundo cuarteto es inédita incluso en su carrera y anticipa lo que vendrá: una sucesión de golpes sin piedad. 

El ataque a Pearl Harbor aún se siente y los japoneses todavía son perseguidos, pero las piezas se han comenzado a mover tras el desenlace del volumen anterior. Ellroy ajusta aún más la naturaleza coral de Esta Tormenta respecto de su predecesora. El irlandés Dudley Smith ahora ocupa un doble cargo en el Departamento de Policía de Los Ángeles y también como jefe del Servicio de Inteligencia en el Ejército de Estados Unidos cuyas operaciones se ejecutan en México. En ambos frentes recibe la asistencia de Hideo Ashida, químico forense y leal ayudante. Tanto en suelo americano como mexicano se tejen conspiraciones y nacen grandes oportunidades de beneficios obtenidos por vías ilegales, y el irlandés mete sus manos en más de algún negocio ilícito además de oscilar entre diferentes amantes. Al igual que en Perfidia, la acción se desenvuelve en torno a él y sus movimientos que ponen en relieve la complejidad de su carácter, su enfoque testamentario hacia aquellos que se ponen en su camino, su amor hacia aquellos que se ubican a este lado de sus beneficios.

Entra Joan Conville, alta, pelirroja, teniente de la armada, que por un inesperado accidente termina en la cárcel y es rescatada por el enemigo de Smith en el Departamento de Policía, el capitán William H. Parker, alcohólico, con una separación marital al hombro y ahora amante de la pelirroja. Conville pasa a formar parte del equipo forense junto a Ashida y poco a poco se acerca también a Smith como amante. Ella es una femme fatale trágica que arrastra la culpa y el dolor por el fallecimiento de su padre en un incendio forestal y que cambió sus estudios universitarios como ingeniera para avocarse a la química a fin de descubrir quién es el culpable de la muerte de su progenitor. Durante gran parte de la novela Joan oscila entre la atracción por sus amantes en el Departamento de Policía, su admiración por el trabajo que realizan, su ambigüedad respecto de la corrupción a su interior y su búsqueda personal por respuestas siendo su destino el detonante de la obra.

En el otro bando la ambiciosa pueblerina Kay Lake mueve los hilos tras bambalinas, atando cabos y descubriendo las motivaciones del cuerpo policial, aquel mundo al que se ha unido en alma, pero no en cuerpo, tras abandonar su patético pueblo natal. En sus cercanías se mueven Elmer Jackson, corrupto agente de la sección de Antivicios además de proxeneta, y el duro Buzz Meeks, pareja de policías que paralelamente a su investigación buscará eliminar a Dudley Smith.

Ellroy, como suele hacer, teje la complejísima trama de forma maestra. Es capaz de llevar al lector por diferentes callejones, oscuros y engañosos, solamente para golpearlo con potencia a la vuelta de la esquina a través de alguna revelación pasmosa o una inesperada vuelta de tuerca. No solamente la Gran Guerra está en curso sino también la amenaza del comunismo, el auge del populismo, un robo de oro hace una década que amarra a sus protagonistas al pasado al igual que el asesinato de dos policías, un violento incendio en un bar de homosexuales, orgías de la aristocracia enmascarada entre la que Orson Welles se mueve con su cámara. Todos estos elementos se alternan a lo largo de casi 700 páginas que Ellroy conduce con su tan característico estilo telegráfico, de frase corta, cortante, como un huracán que destroza todo a su paso hasta que en el puñado de páginas finales esta tormenta encaja todas las piezas casi por arte de magia, aunque sea una magia oscura, aquella que el autor utiliza para poner en relieve la naturaleza predadora que habita en el núcleo de todos nosotros.

Sobre este último punto, quizás el pilar fundamental de su obra, Ellroy agrega otro elemento pulcramente esbozado en sus otras obras, pero que aquí toma dimensiones dignas de las más grandes novelas rusas: la culpabilidad. Esta Tormenta llega a sentirse casi como un trabajo crepuscular dentro de la carrera del autor donde, durante muchos pasajes, la agresividad y la locura de las creaciones de Ellroy cede ante momentos reflexivos, sí, sombríos, pero no por ello menos hermosos: la caída icárea de Smith, la culpabilidad que amenaza con engullir a Joan Conville por la muerte de su padre, la desolación de Ashida, y la soledad que se cierne sobre los sobrevivientes una vez el polvo de la contienda ha desaparecido. Es una capa densa, pletórica de existencialismo y pesimismo que dota incluso de más densidad dramática a esta obra.

A esta altura, con 72 años, con dos volúmenes del presente cuarteto por delante y planes para una segunda trilogía Americana, es muy posible que James Ellroy ya haya superado a Philip Roth, Cormac McCarthy, Thomas Pynchon y tantos otros de sus compatriotas en pos de aquella mítica novela tan grande como la vida misma. Con cada nuevo trabajo, Ellroy se acerca más a Dickens, Tolstoi, Dostoievski, Balzac o Melville como aquellos que lograron dicho fin. Es posible que en el futuro, al mirar atrás a lo largo de las décadas, su nombre no desmerezca un logro similar.  

Isaac Civilo B.

Esta Tormenta
James Ellroy
Literatura Random House
688 páginas

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