Altered Carbon: Segunda Temporada
Las novelas de Richard Morgan pertenecientes
a la serie Altered Carbon, y las que
forman parte de otras sagas como la trilogía Tierra de Héroes, son material perfecto para las adaptaciones
televisivas que inundan las pantallas hoy por hoy. Tienen una fuerte carga
política, son corales y sus estructuras deparan gran cantidad de sorpresas a
través de incesantes giros de tuerca. Todas características que pueden
funcionar muy bien en papel, dependiendo de la pericia del escritor, pero que
no siempre se traducen eficazmente a la pantalla.
La primera temporada de Altered Carbon sufría de este síndrome
(y muchos otros) con una narrativa que a ratos corría desbocada, privilegiando
forma sobre sustancia, complejidad sobre profundidad. Este fenómeno de
saturación no es nuevo. Ya la adaptación cinematográfica de ¿Sueñan los Androides con Ovejas Eléctricas?
de Philip K .Dick – uno de los principales referentes de Altered Carbon y su estética cyberpunk
– integraba una serie de elementos ajenos a las novelas del escritor con
universos sombríos, monótonos, cuya atracción visual era casi inexistente.
Hollywood ya agregaba luces de neón, tecnología de punta, hologramas y acción
donde nunca los hubo. Pero al menos Ridley Scott en 1982 y Denis Villeneuve con
su secuela Blade Runner 2049 conocen
el valor de la sutileza y la contención.
Si bien, gráficamente mucho más llamativas que la novela, mantienen
dichos elementos visuales como telón de fondo, decantando siempre por ideas de
corte más filosófico.

Sin embargo, y a pesar de que los
trabajos de Richard Morgan usualmente siguen una vena similar, aunque con menos
angustia existencial, la adaptación televisiva parece girar constantemente
sobre la idea del vértigo y la saturación. Es cierto, en esta segunda temporada
los engranajes de su trama están mucho mejor engrasados, su ritmo más pausado,
al menos después de los dos primeros episodios. Su personaje principal Takeshi
Kovacks – ahora interpretado por el muy poco carismático Anthony Mackie –
vuelve a ser el centro de una trama que se desenvuelve capa tras capa y que
crece con cada episodio: hay confusión, investigación detectivesca, una
guerrilla en marcha, una aparente tregua, conspiraciones planetarias y un virus
tecnológico que infecta las pilas de
los cuerpos y les impide la reencarnación en una nueva funda. La gran mayoría de la trama no existe en la novela mientras
que otros aspectos son sacados del tercer libro de la serie Woken Furies. Posiblemente esto explica
la tendencia de los guionistas a explotar cada elemento de la serie al máximo
como si más pudiese siempre ser más. La seguidilla de ocho episodios se siente
como una inmensa marea de fuertes tonalidades en los colores, movimientos de cámara
erráticos, un montaje rápido e intercambios que no dan pausa entre sus
personajes. Nuevamente, más forma que sustancia.
Como resultado, hay poco espacio para
sus protagonistas. A menudo, más que personajes, estos parecen arquetipos,
fuerzas de la naturaleza que arrasan con todo a su paso, pero que carecen del
desarrollo de conflictos apenas esbozados. Sus viajes se asemejan a torrentes
de acción que avanzan sin un destino claro, pero más importante, sin pausas que
nos dejen entrever qué es lo que sucede en su interior, cómo están cambiando
producto de las extremas circunstancias que atraviesan. Los pocos momentos
tales que existen durante los ocho episodios se diluyen rápidamente en medio de
ridículas escenas de acción, conflictos políticos simplistas, incesantes giros
de tuerca y un halo de violencia que parece permear la historia. Por supuesto,
en el último episodio, los guionistas incluyen una serie de momentos emotivos
para resarcir las carencias de los siete episodios anteriores. Si bien en sus
novelas, Morgan no rehúye la violencia e incluso parece querer enrostrársela al
lector, éste nunca se convierte en un ejercicio de autocomplacencia, de impacto
sin significado. En sus páginas siempre hay algo más esclarecedor, e incluso
trágico, que la violencia por la violencia.

Por momentos hay vislumbres de ideas
que podrían encumbrar la serie, conceptos de mayor hondura existencial y
especulación filosófica como la búsqueda de la identidad, la persistencia de la
memoria y la forma en que el cuerpo es capaz de mantener recuerdos que la
tecnología no puede preservar – temas que en las novelas funcionan muy bien
gracias al intrincado mecanismo de las fundas
para la reencarnación y la pérdida de algo esencialmente humano con cada una de
ellas –, pero son rápidamente abandonados en pos del vértigo y el impacto
superficial, y de la historia que finalmente termina engullendo lo poco de
interesante que podría surgir de tales disquisiciones, al igual que a sus
protagonistas.

¿Y la IA de Edgar Allan Poe? Como
homenaje a un genio, es bastante pobre y carece de la gravedad trágica y
existencial de su obra. Como ejercicio narrativo, está a años luz de lo que
escritores como Dan Simmons han logrado al incorporar referencias literarias clásicas a
sus propias obras de fantasía y ciencia ficción como en la monumental tetralogía Los Cantos de Hiperión - Hiperión, La Caída de Hiperión, Endymión, El Ascenso de Endymión - el díptico Ilión/Olympo e incluso en novelas de terror como Lo Abominable y El Terror.
No es mucho más lo que se puede decir
de esta segunda temporada. Hay una leve mejora en su estructura, pero tropieza
con los mismos obstáculos que la entrega inicial aunque a primera vista no sea
tan evidente. Quizás con la mezcla de las tramas de la segunda y la tercera
novela en una sola temporada, sus realizadores ya dan a entender que una futura
tanda de episodios es algo difícil. La renovación para estos ocho ya fue
vacilante y tomó mucho más tiempo del esperado. Después de su final, es claro
el porqué.
Isaac Civilo B.
Altered
Carbon: Temporada Dos
Netflix
350
Mins.
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