Reseña: Flores para Algernon de Daniel Keyes


Flores para Algernon

Pocas obras de ciencia ficción han sido capaces de alcanzar el adjetivo de entrañable en lectores que no son seguidores del género. Hacia éste siempre se han esgrimido las mismas críticas – en algunos casos justificables – como la falta de profundidad en la caracterización, el extremo cientificismo, la predominancia de las ideas sobre la humanidad de sus personajes y un largo etcétera. La New Wave salvó varios de estos prejuicios al enfocarse en la parte más blanda del contenido, dejando un poco de lado el aspecto tecnológico y mejorando sus técnicas de escritura recuperando aquellas que crearon algunos de los clásicos literarios de comienzo del siglo pasado. Flores para Algernon de Daniel Keyes puede enmarcarse sin problemas entre éstas.

Su publicación en 1959 la ubica en los albores del nacimiento de la New Wave, también conocida como la New Thing, fenómeno que cristalizaría ocho años después con la publicación de la antología Visiones Peligrosas, editada por Harlan Ellison. Daniel Keyes había estudiado literatura y siempre se había desenvuelto en el ambiente de la edición y la escritura fantasma, para después convertirse en profesor de inglés y escritura creativa, y escritor profesional. Desde aquí es evidente que Keyes estaba muy lejos del modelo Asimov o Clarke, del científico cuya ciencia ficción hard dominara las décadas anteriores. Y es que la historia de Charlie Gordon discurre a través de una vena totalmente humanista. De 37 años y un coeficiente intelectual de 68, Charlie sufre un retraso mental que básicamente lo asemeja a un niño. Además, la historia de su infancia con una madre dominante y cruel, por un lado, y un padre sobreprotector, por otro, marcarían a fuego lo que sería el resto de su vida. Gordon, trabajador de una panadería, es elegido para un tratamiento experimental que podría triplicar su inteligencia. Su progreso corre a la par de un ratón llamado Algernon, de quien se transforma en amigo.

La novela está construida a modo de diario personal escrita por Charlie, uno de los aspectos más originales de la historia, y desde un comienzo, con sus faltas de ortografía, su dificultad para hilar pensamientos lógicos y su posterior mejora, dan cuenta de una detallada representación psicológica por parte de Daniel Keyes. Por supuesto, el experimento es un éxito. El coeficiente intelectual de Charlie se dispara, sus intereses cambian, sus ideas son profundas. Sin embargo, su percepción del mundo también cambia y la velocidad con la que se producen los cambios produce diversos problemas de adaptación como el enamoramiento de una de sus exprofesoras, Alice, y los recuerdos de su vida familiar que lo atormentan de manera creciente. La comprensión del abuso de su madre y de las burlas de sus compañeros de trabajo en la panadería son analizados bajo una luz diferente, más realista.

En Charlie Gordon, se materializa aquel concepto de alcanzar el mayor grado de realidad que un ser humano puede soportar. Más allá, inclusive, de la evidente disparidad entre su acelerado crecimiento intelectual y su lento crecimiento emocional, el protagonista siente con una intensidad física la distancia que ha establecido entre su persona y el mundo. Su inteligencia ha erigido enormes muros que no es posible salvar desde ninguno de los dos lados. Aquellas personas que intentan acercarse a Charlie son rechazadas ferozmente por la lógica implacable de éste, y cuando él intenta acercarse a otras personas, la torpeza y el desencanto en pocos segundos echan sus esfuerzos por tierra. Los recuerdos de su infancia se hacen más recurrentes y lo hunden más en un vacío existencial del que no ve escape. El punto de quiebre, sin embargo, es el cambio que aprecia en Algernon, su ratón. Estos le harán comprender lo que su futuro le depara y la necesidad de, al menos por sanidad mental, intentar construir aquellos vínculos dañados con su pasado e intentar demostrarle a su familia, en uno de los pasajes más emotivos de la novela, quién ha llegado a ser y cómo ellos pueden sentirse orgullosos de él tras años de menosprecio y decepción. El círculo está cerca de cerrarse para un hombre que traza un viaje que muy pocos han podido recorrer.

Más allá de los experimentos a los que Charlie se somete – experimentos que jamás toman preponderancia sobre el humanismo intrínseco de la obra –, Flores para Algernon se decanta por el alma de sus personajes, especialmente de su protagonista. Si éstas son almas luminosas u oscuras no viene al caso. Daniel Keyes concibió su obra con toda la belleza y la dureza de un relato que brilla por su honestidad y su sencillez, relato que, por ello, parece no haber envejecido un día. El mismo Isaac Asimov quedó pasmado ante el cuento corto de Keyes que ganó el Hugo y la posterior novela, ganadora del Nebula, por aquellos rasgos que muy pocas veces el creador de la Fundación pudo desarrollar en su propia obra:

Cuando entregué los Hugo en Pittsburgh, en 1960, uno de los ganadores fue FLORES PARA ALGERNON, de Daniel Keyes, que me había encantado. Es, sin duda, uno de los mejores relatos de ciencia ficción de todos los tiempos, y cuando anuncié el ganador fui muy elocuente respecto a su magnífica calidad. «¿Cómo lo ha hecho? – preguntaba a la audiencia –. ¿Cómo lo ha hecho?»

Sentí un tirón en mi chaqueta y allí estaba Daniel Keyes esperando su Hugo.

—Escucha, Isaac –me dijo-. Si averiguas cómo lo hice, dímelo. Me gustaría volver a hacerlo.

Isaac Civilo B.

Flores para Algernon
Daniel Keyes
Alamut
264 páginas

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