Reseña TV: Dark Tercera Temporada
Dark
Tercera Temporada
Cuando Dark llegó a la
parrilla de Netflix hace tres años, fue evidente que el servicio de streaming tuvo ciertas dificultades para
lidiar con la primera propuesta alemana en un terreno televisivo masivamente
controlado por las producciones de habla inglesa. Esto surgió de la
sensibilidad europea de la serie – sombría y existencialista – en contraste con
aquellas concebidas en Estados Unidos o Inglaterra, casi siempre más optimistas
y livianas. Las tempranas comparaciones con el producto de moda, Stranger Things, obedecieron a la falta
de algún referente al que anclar la propuesta alemana, especialmente cuando
muchas de las series más emblemáticas ya perdían su filo, adaptándose a la
corrección política imperante y transformándose en productos de fácil
digestión, más obedientes a las expectativas del mercado y a sus seguidores que
a estímulos artísticos originales. Dark
marcó la diferencia rápidamente. Ahí donde los conflictos infantiles de Stranger Things se estancaban temporada
tras temporada en una mezcolanza de repetitivos clichés ochenteros, los
conflictos de los personajes de la producción germana se desplazaron con
velocidad a territorios existencialistas, rayanos, por momentos, en el
nihilismo.
Las referencias filosóficas, psicológicas y dramáticas brotaban en cada
episodio. Citas a Shakespeare, a Schopenhauer, el Eterno Retorno Nietzscheano y
muchas otras eran envueltas en una compleja trama donde el tiempo mismo se
diluía ante la indefensión de las familias del pueblo de Winden. Esta
estructura cuántica, no obstante, nunca fue el centro de la narrativa. Era el
inteligente andamiaje que sostenía un relato coral cuya dimensión crecía en
profundidad y complejidad con cada episodio, pero Dark siempre planteó una idea mucho más oscura: la verdadera jaula
del ser humano no eran las paradojas espacio-temporales que parecían aprisionar
a sus personajes – teóricamente resolubles, de las que es posible escapar –; lo
que realmente subyuga a la humanidad son las motivaciones y sentimientos
concebidos en su interior, y por ende, inescapables. Esta idea de implicaciones
freudianas es mucho más cinematográfica que televisiva, pero Dark se las arregló bien para sostenerla
con gran habilidad durante las primeras dos temporadas.
Sus herramientas dramáticas han funcionado consecuentemente con esta
noción. A diferencia de otras propuestas televisivas como Westworld, Altered Carbon
o la muy venida a menos Black Mirror,
cuyos mecanismos narrativos siempre han buscado impactar a sus audiencias, pero
posteriormente se revelan como faltos de sustancia, la superestructura
laberíntica de Dark siempre prodigó
el espacio suficiente para entender que el verdadero motor de su historia era
el peligro que venía desde el interior, eran las emociones de sus personajes,
independientemente de cuán sombrías u obsesivas éstas podían ser. Muy pocas son
las series de televisión que son concebidas de esta manera – la legendaria The Prisoner, Twin Peaks,
la primera temporada de True Detective,
The Leftovers –, más allá de las
centenares que se plantean simplemente como la resolución de algún misterio,
una lógica más superficial, más cercana al videojuego.
La tercera y última temporada de Dark
dobla las apuestas no solamente expandiendo las líneas temporales sino los
mundos donde se desarrolla la historia e incluso incorporando nuevos personajes
en capítulos de muy larga duración. No se podría acusar a sus creadores, Baran
bo Odar y Jantje Friese, de no tomar riesgos. Lo hacen empleando cada recurso
posible. El relato se sirve de las propiedades más teóricas de la física
cuántica; la paleta de colores y la imaginería visual es incluso más rica que
las temporadas anteriores, siempre inclinándose hacia la oscuridad en una
temporada abrumadoramente sombría; la habilidad del guion logra que las muchas
piezas encajen siempre dejando espacio a la ambigüedad; hay un torrente de
referencias religiosas, filosóficas, literarias y mitológicas (las Moiras aún caminan sobre la tierra,
incluso después de la catástrofe nuclear), y así por delante.
Las limitaciones que Dark
pueda tener, especialmente hacia su final, son más atribuibles al medio donde
se ha desarrollado – televisión, streaming
– que a la pericia de sus creadores y a la ejecución de su propuesta. La
tragedia cósmica y la amenaza, solamente esbozadas como fuerzas entrópicas en
las dos temporadas anteriores, ahora son definidas, explicadas, por lo que
pierden aquel aire informe de peligro insondable. Incluso en literatura, pocos
son los escritores que lograron erigir sus obras sin necesidad de dar forma a
sus misterios, manteniéndolos siempre como una energía que era imposible
desentrañar – Franz Kafka, Bruno Schulz, el genio polaco Stanislaw Lem, los
visionarios Hermanos Strugatski y Philip K. Dick forman parte de ese grupo –.
Por esto, la narrativa también pierde algo de potencia en la recta final donde
incluso algunos de los personajes que fueron pilares en las temporadas
anteriores tienden a desaparecer. Existe una tensión palpable entre mantener a
sus protagonistas como el corazón de la historia y evitar que ésta se
transforme en la mera resolución de un enigma.
El desenlace es reflejo de esta tensión. Cuando hay millones de dólares
involucrados en la producción, millones de televidentes que humanamente esperan
un final de matices optimistas y la filosofía de consumo del streaming, se hace muy difícil conseguir
una conclusión que se sumerja en los más oscuros, crueles abismos existenciales
(basta recordar la reacción de los seguidores de Juego de Tronos ante La Boja Roja). De haber estado en manos de
directores como David Cronenberg, Roman Polanski, el Denis Villeneuve de Incendies y Sicario o del ruso Andrey Zvyaginstev con sus portentosas El Regreso, The Banishment, Leviathan
y Loveless, por nombrar a algunos
pocos, el desenlace de Dark podría
haber marcado época como uno de los más sombríos de la televisión, la
disolución de todo un mundo en la nada. No son sus limitaciones, sino las
limitaciones del formato televisivo que obligan a atenuar el impulso de las
temporadas anteriores y entregar un final con un tratamiento más digerible para
millones de usuarios. Son las diferencias que perduran (perdurarán) entre el
cine de alto vuelo y las buenas propuestas de la pantalla chica.
Aun así, es un final adecuado que, al menos, no traiciona sus premisas
básicas. A pesar de una leve pérdida de gravedad trágica en su último tramo, Dark será recordada como una de las
mejores series de ciencia ficción en cualquier servicio de streaming, muy, muy por sobre sus competidoras y además como una
puerta de entrada para una variedad de producciones provenientes de países de
no habla inglesa. De seguro será imitada y muchas otras series intentarán
replicar sus premisas, pero difícilmente alcanzarán sus virtudes.
Isaac Civilo B.
Dark
Netflix
2020
500 mins.
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