Reseña: Un Hombre Decente de John le Carré
Un hombre Decente
Además de ser considerado el escritor vivo más importante en cuanto a relatos geopolíticos, John le Carré es también un autor incansable. A sus casi 90 años mantiene un ritmo cercano a una novela anual y parece tan vigente como cuando comenzó a escribir aquellos trabajos de espionaje que parecían demasiado reales, hasta que el lector se enteraba de su amplia experiencia en el servicio secreto británico. Se ha ganado el título del mayor cronista de nuestros tiempos – su retrato de la Guerra Fría no tiene parangón – y década tras década sus trabajos han probado ser tanto o más lúcidos que los más exhaustivos volúmenes sobre la cambiante geopolítica mundial. Y mucho más directos.
La más reciente de sus novelas, Un Hombre Decente – traducción algo
desafortunada para el más evocador original Agent
Running in the Field – lo trajo de regreso en plena época del Brexit, de
Trump y Putin. Más actual, imposible. El protagonista Nat – hijo de un militar
escocés y una aristócrata rusa – es un agente que a sus 47 años parece haber
llegado al final de su carrera en el servicio secreto británico. Casado con una
antigua secretaria del mismo servicio y ahora exitosa abogada, Nat ha recorrido
Europa, reclutado agentes y llevado a cabo diversas misiones. Pero se encuentra
en una edad donde muchos de sus colegas son desechados. Está de vuelta en
Inglaterra con la perspectiva de pasar más tiempo con su familia, relajarse,
disfrutar del Bádminton, vivir. Su inquietud por el futuro, no obstante, no lo
abandona.
Entonces recibe una oferta que llega
de la nada. Es una propuesta para formar parte de El Refugio, una sección del servicio secreto algo dejada de lado y
que lidia con los asuntos rusos. Se
le considera la salida por la puerta trasera para agentes mediocres o con poco
futuro. Pero hay un detalle, Nat tiene la misión de recuperar la impronta de la
sección y ante el avance de la Rusia de Putin, El Refugio tiene algunas cartas escondidas bajo la manga a pesar de
sus añosos integrantes cuya excepción es la joven Florence, de fluido ruso, sentido
radical de la justicia y motor de la operación Rosebud sobre un oligarca ucraniano a quien considera un cáncer que
es su obligación extirpar del organismo de la humanidad.
En paralelo, en el club de Bádminton donde Nat es el campeón, un impulsivo joven llamado Ed se le acerca, empeñado en que acepte un partido. A pesar de ser mucho más joven, no consigue derrotar a Nat. Poco a poco surge una creciente amistad. Tras cada partido, beben algunas cervezas en la terraza del club. Ed da rienda suelta a sus opiniones políticas sobre lo que sucede en el Reino Unido, en Estados Unidos, en Rusia. Más que agudeza, el joven no vacila en demostrar su furia y resentimiento.
Y está el hogar de Nat con su muy
sólida esposa Prue. Comprensiva, pero fuerte e intuitiva, es la pareja ideal
para el agente, especialmente cuando éste debe lidiar con su insufrible hija progresista. En casa, los intercambios
son duros en algunas ocasiones, francos y minimalistas en otras, pero el lector
no tiene problemas para entender que es el hogar que Nat necesita, y éste se
esfuerza por mantener todo lo que ha conseguido en él.
Estas tres líneas se alternan
hábilmente una vez que el relato comienza a tomar velocidad tras la salida de
Florence de El Refugio por motivos
bastante oscuros y la revelación sobre la verdadera identidad del joven Ed
Shanon. Desde ese punto, el ritmo de la historia se acelera a través de su
prosa limpia y aquel excelente oído para los diálogos cortantes. Las
revelaciones son discretas, opacas, pero su peso se acumula para romper la
gravedad que sostiene la normalidad de la vida de Nat. Ésta se ve trastocada,
sus personajes descolocados, los hilos del espionaje se mueven al ritmo de
titiriteros invisibles.
En esto radica una de las grandes
virtudes de le Carré: ser uno de los más sólidos best-sellers, un orfebre que conoce su oficio y no desdeña la
simpleza como herramienta que encanta al lector desde la primera línea, algo
que las siguientes generaciones de autores no han logrado replicar. Esta
claridad es siempre bienvenida cuando se trata de lidiar con temas tan sombríos
como aquellos que experimentó siendo parte del servicio secreto. Es probable
que no haya otro escritor que pueda darse el lujo de diseccionar lo que ocurre
al interior de aquellas oficinas y pasillos de forma tan simple como él.
La caracterización es certera, sin palabras o adjetivos de más. No solamente Nat, cuya cercanía sentimos en un relato en primera persona, es uno de los más sólidos personajes de sus últimas novelas. Los secundarios también exhiben una solvencia a toda prueba. Nunca olvida su dimensión psicológica y las contradicciones que los hacen lo que son. Y a pesar de que en Un Hombre Decente carga las tintas como pocas veces lo ha hecho, usando a sus protagonistas como reflejo de sus propias opiniones políticas, le Carré deja suficiente espacio a la ambigüedad, elegantes sarcasmos mediante, para lograr una historia de gran sutileza.
La gran carga geopolítica y los temas
en boga nunca se sienten asfixiantes a pesar de la amargura de Nat. Esto se
debe a la predilección del autor por la tradición sobre la modernidad – idea
también presente en el relato –, a la elegancia y claridad de la prosa por
sobre la experimentación excesiva. Quizás Nat no cargue el mismo peso
existencial de su recordado George Smiley, pero es una adecuada actualización. Un Hombre Decente, una novela algo
menos dura y deprimente que sus mejores obras, y de un tono seguro más radical
probablemente debido a su edad, confirma la actualidad de su autor, tanto en su
orfebrería como en su incansable energía.
Isaac Civilo B.
Un
Hombre Decente
John
le Carré
Planeta
368
páginas
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