Reseña: La Dama del Lago (The Witcher 7) de Andrzej Sapkowski


La Dama del Lago

Una de los rasgos más sobresalientes de la saga de Geralt de Rivia y de Andrzej Sapkowski, su autor, es la ambición. Ambición con la que ha enfrentado escribir una de las sagas fantásticas de mayor alcance de las últimas décadas, ambición al situarla en una tierra que se distancia de algunos de los tropos más convencionales del género, ambición al incorporar diversos elementos de la mitología y la cultura eslava y convertirlos en pilares de su mundo, ambición al intentar reformular varios tópicos fantásticos a través de un aire posmoderno. Y ambición al abrir el último volumen de la serie, La Dama del Lago, conectándola nada menos que con el Mito Artúrico. Desde su título mismo, la novela remite al que quizás es el mito anglosajón por excelencia, aquel que diera pie a J. R. R. Tolkien para crear una mitología coherente al fin y de autenticidad universal, en palabra de George Steiner, para toda Inglaterra, pero que además fue rescatada en obras tan soberbias como Los Idilios del Rey de Lord Alfred Tennyson, El Rey que Fue y Será de T. H. White o Los Hechos del Rey Arturo y sus Nobles Caballeros de John Steinbeck, entre muchos otros trabajos literarios, poéticos y cinematográficos.

El comienzo de La Dama del Lago se ubica siglos en el futuro con una Ciri que ya ha atravesado su camino completo y se transforma en la narradora del último tramo de la saga. Afortunadamente, y a diferencia de La Torre de la Golondrina, el volumen anterior y quizás el más débil de toda la serie al despotenciar algunos de sus mejores personajes, este comienzo en racconto es sólo una similitud superficial. Sapkowski recupera los elementos con los que había construido sus excelentes antologías y novelas anteriores para brindar un final en nota alta. La estructura vuelve a ser sólida, los elementos mitológicos escasos en el libro anterior regresan, el ritmo es dosificado casi a la perfección y, lo más importante, la obra nuevamente se establece como un relato coral donde cada uno de sus protagonistas se siente merecedor de una narración de grandes proporciones. En particular la hechicera Yennefer y el brujo Geralt recobran sus matices y profundidad, pero además la banda que acompaña a Geralt, el sanguinario cazarrecompensas Bonhart y el rey Emhyr, entre un gran grupo de personajes secundarios, complementan la acción. Para esto Sapkowski recurre a todo su arsenal y a una extensión cercana a las 500 páginas – el doble de otros volúmenes de la serie – con la intención de atar todos los cabos.

Por supuesto, Ciri es quien personifica las esperanzas de todo este mundo. Su papel es central no solamente en términos políticos donde hechiceros, hechiceras, reyes y estrategas se la disputan, sino también a un nivel mitológico donde los Elfos también guardan una carta bajo la manga que les permite recuperar su antiguo poderío a través de la princesa. Desde muy temprano, Sapkowski desata una serie de revelaciones sobre el pasado, el presente y el futuro del Continente, revelaciones que se enmarcan dentro de la tensión entre las razas de éste y el dominio humano venidero. Nuevamente existe una similitud con Tolkien, y nuevamente el autor polaco procesa dichas ideas a través de un aire postmoderno, resultando en pasajes más vistosos quizás, pero menos efectivos en cuanto a profundidad mitológica, poética e histórica. Yennefer, por fortuna, vuelve a erigirse como uno de los pilares de la narrativa aunque su senda para llegar a Ciri es muy dolorosa. Sus esfuerzos se tuercen una y otra vez, dejándola a merced del hechicero Vilgerforz, quien finalmente revela sus ambiciosos proyectos, y sus secuaces. Sin embargo, el personaje que parece recuperarse totalmente de la pobre (e inexplicable) caracterización de La Torre de la Golondrina, es justamente su protagonista Geralt de Rivia. Después de un largo periplo y con su banda algo disminuida, es capaz de reponerse a sus heridas y conflictos, brindando algunos de los mejores momentos de la saga.

En paralelo, La Gran Guerra contra Nilfgaard alcanza su cénit. Aquí Sapkowski intercala el viaje de sus tres protagonistas con conspiraciones políticas, pero especialmente con episodios de la guerra desde una perspectiva interna, pletórica de sangre, cuerpos, matanza y suciedad. Es un collage de retazos de gran dinamismo donde vuelve a mostrar la habilidad de su pluma para construir escenarios de gran detalle y realismo. Durante largos pasajes, el autor ubica al lector en el campo de batalla, junto a los soldados rasos, los peligros y la muerte. Son pasajes vívidos, pero que, durante muchas páginas, se alejan de la línea narrativa principal, perdiendo el foco de la historia. Sin embargo, cuando Sapkowski vuelve sobre ésta, lo hace con una serie de revelaciones que siguen al enfrentamiento final, como golpes que salen desde la nada para impactar al lector incauto. Más sorprendente es el hecho de que Geralt tenía conocimiento sobre éstas, sobre la forma en que envolvían a Ciri, a su descendencia y a los planes que abarcan todo el continente, urdidos hace décadas.

Sigue el período postguerra, donde muchos grandes planes se disuelven. Comienzan nuevas negociaciones. Los poderes sobrevivientes intentan alcanzar un nuevo equilibrio. Sapkowski retoma la narrativa episódica para abarcar tanto lo que sucede tras bambalinas, en los aposentos donde los poderosos toman sus decisiones, como en los poblados y las ciudades arrasadas donde los sobrevivientes deben lidiar con la escasez, el hambre y la lenta reconstrucción de sus vidas. Tanto durante la Guerra como después de ella, es notorio cuán importante es para el autor mostrar la realidad del conflicto y sus consecuencias, un elemento siempre presente en la saga y en muchos de sus otros trabajos.

Los seguidores de Sapkowski y de su saga se encuentran muy divididos cuando se trata de su final. Algunos lo consideran adecuado; otros, un desaire épico. Por supuesto, al igual que cualquier obra de fantasía épica, intenta capturar ese sentimiento rendentor y al mismo tiempo doloroso que Tolkien plasmara insuperablemente en Los Puertos Grises y el fin de la Tercera Edad de la Tierra Media: lo que se ha ganado, lo que se ha sacrificado, lo que se ha perdido, el fin de una era y el destino de sus protagonistas. Muchas críticas han sido apuntadas hacia la elección de Sapkowski y el destino de sus personajes, pero quizás la clave se encuentre justamente en la forma en que vuelve sobre el comienzo de este último volumen, enlazando una vez más con el Mito Artúrico y la legendaria Avalón.

Para toda su ambición, sin embargo, La Dama del Lago y la Saga de Geralt de Rivia no logran alcanzar tan excelsas alturas como las de dicho mito y los trabajos mencionados al comienzo. Quizás se deba a ese aire postmoderno y la tensión que provoca con los elementos más clásicos que Sapkowski también emplea, desmitificándolos y menoscabando en algo la nobleza y la grandeza que había logrado edificar. El resultado es un relato más terrenal, mundano, que parece querer abrazar el mito al mismo tiempo que desea alejarse de él. Por fortuna, la habilidad del autor polaco, su impecable prosa, sus personajes memorables y su muy amplia gama de recursos narrativos son capaces de prodigar una obra de alto nivel y gran calidad que no podría ubicarse a la par de los grandes clásicos de lo fantástico, pero que sin duda merece ser leída y disfrutada por cualquier amante del género.

Isaac Civilo B.

La Dama del Lago
Andrzej Sapkowski
Alamut
464 páginas

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