Reseña: Cuentos de la Guerra Civil de Ambrose Bierce


Cuentos de la Guerra Civil

Periodista, escritor, poeta y veterano de la Guerra Civil, pocos son los escritores que hayan hecho alarde de tan alto calibre literario y tan amplia gama de recursos narrativos como Ambrose Bierce. Y también pocos son los escritores que hayan demostrado su desencantamiento con el mundo de una forma tan amarga, mordaz e irónica, a veces incluso derechamente violenta. Bitter Bierce (el amargo Bierce) es el más famoso de los muchos apodos que se le otorgaron en vida. Sus relatos de terror ¿Tales Cosas Pueden Suceder? – donde creó la famosa ciudad onírica de Carcosa que dio nacimiento a toda una mitología, usada además por Nic Pizzolatto en True Detective – y su monumental El Diccionario del Diablo – texto satírico considerado una obra maestra de la literatura estadounidense – son pruebas de la visión sombría y contradictoria del autor.

La altura de ambas obras, sin embargo, tiende a eclipsar el resto de los trabajos de Bierce que transitaban sin problemas entre la crónica, la poesía, lo sobrenatural, la sátira, el periodismo, la autobiografía e incluso la ciencia ficción. Tal facilidad para traspasar géneros hacía que cualquiera de sus escritos trascendiera tendencias y lectores por igual. Cuentos de la Guerra Civil - In the Midst of Life: Tales of Soldiers and Civilians – es perfecto ejemplo de esto. El autor participó en la Guerra Civil entre 1961 y 1964 cuando fue dado de alta tras resultar herido de gravedad en una de las tantas batallas donde participó. Quizás fue entonces cuando su percepción del mundo comenzó a sumergirse en las sombras, o quizás fue antes de aquello, pero sus experiencias durante esos años moldearon definitivamente su talante y sus escritos: descreídos, irónicos, fatalistas, pero con una extraña capa de nostalgia que parecía sobreponerse a todo tan lentamente como la niebla que cubre el campo.

Cuentos de la Guerra Civil rescata la primera parte de In the Midst of Life: Tales of Soldiers and Civilians (además de un par de agregados), titulada en inglés Soldiers. En este grupo de cuentos, como en el resto de su obra, hay una textura eminentemente visual. Más allá de su experiencia de primera mano, Bierce hace uso de una prosa de profunda belleza para reconstruir los espacios en los que estas narraciones se desarrollan. No es sencillo poder rescatar de la memoria tales parajes con dicha claridad, pintar un cuadro pletórico de matices ante los ojos del lector, ubicar a éste en medio de una geografía cambiante dadas las explosiones y los cuerpos sangrantes e hinchados que la alteraban en medio del movimiento constante de las tropas. La habilidad con la que el autor logra este cometido es notable. Domina tanto los detalles menores como la perspectiva amplia y todo lo que se desarrolla entre ellos. Bierce es de esos escasos escritores que presta sus ojos al lector.

De la misma forma que en los cuentos de su antología de terror ¿Tales Cosas Pueden Suceder? la cadencia de su prosa maneja los ritmos con una precisión quirúrgica. En gran parte de los relatos de Cuentos de la Guerra Civil el enemigo no es quien se encuentra tras los árboles que bordean el bosque o tras grandes rocas en las faldas de las colinas, sino que se ubican en las líneas propias o muy cerca. La perspectiva cambia constantemente: un soldado raso, un niño, un traidor, un espía, un coronel, un condenado a muerte. Todos exigen un ritmo diferente que a su vez está inmerso en el ritmo mismo de la guerra que a veces explota con violencia y una velocidad letal, que a veces se arrastra durante días como el paso cansino de sus soldados. Por ende, el ritmo irregular de estos cuentos obedece a una veta realista por excelencia y que se ubica en una larga tradición de narraciones bélicas.

Los diálogos, apartado donde Bierce siempre fue un maestro, no pierden un ápice de agudeza en estas narraciones. Los cuentos se desarrollan entre una veintena y una treintena de páginas, espacio acotado que, sin embargo, no es impedimento para que la vena irónica del autor emerja en los momentos más inesperados, codo a codo con una lucidez a toda prueba, con sus matices fatalistas y con pasajes de una hermosura extraña y conmovedora, como el último corto capítulo del relato que abre la antología Lo que Vi de Shiloh, dos simples párrafos de lo más bello escrito por el autor estadounidense.

Consecuente con su filosofía descreída y aguda, a Bierce ni siquiera le interesa emitir juicios sobre tal o cuál bando, dónde se encontraba la virtud y la rectitud (si es que las hubiese), o si alguno de sus participantes merecía un final diferente al que tuvo. La moralina no existe en estos cuentos. Lo suyo se parecía más al amplio campo del quehacer humano donde un cronista virtuoso, de mirada penetrante, armado con lápiz y papel, se dedicaba a inmortalizar nuestra contradictoria naturaleza con una honestidad que lo obligaba a seguir mirando el pozo más oscuro incluso cuando éste amenazaba con mirarlo de vuelta. Esa misma honestidad, descreída y aguda, fue la que lo condujo hacia México desde donde nunca más se supo de él, pero sin antes despedirse con un toque de su clásico humor amargo: “si escuchas que morí de pie, apoyado contra un muro de piedra mexicano, y baleado hasta quedar reducido a jirones, por favor sabed que pienso que es una muy buena manera de dejar esta vida. Es mejor que morir de viejo, enfermo o a causa de un resbalón en las escaleras del sótano. Ser un gringo en México, ¡ah, eso sí es eutanasia!”.

Isaac Civilo B.

Cuentos de la Guerra Civil
Ambrose Bierce
La Pollera
222 páginas

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