Reseña: Los Clanes de la Luna Alfana de Philip K. Dick


Chuck Ritterford está casado con una arpía. No solamente con una arpía, sino una arpía que es psicóloga y está insatisfecha por el escaso reconocimiento social y económico hacia la profesión de su esposo. Y que además desea el divorcio, la custodia completa de los hijos del matrimonio y quitarle hasta el último céntimo. Es dominante, intransigente y más que aspirar a enriquecerse, aspira a la venganza. Es necesario recordar que Philip K. Dick concibió esta obra con el fin de desahogarse durante uno de los períodos más difíciles de su tercer matrimonio, cuando de hecho logró internar a su esposa en un centro psiquiátrico antes que ésta lo internara a él.

La veta biográfica, sin embargo, no termina ahí. Ritterford trabaja para la CIA programando simulacros de robots que funcionan como humanos y pueden ser controlados a distancia para entregar propaganda americana en los países del bloque comunista. El protagonista, abrumado y cansado de la vida, vive al borde de la pobreza una vez que se ha separado de su esposa. El dolor lo obliga a elegir entre dos opciones: el suicidio o el asesinato de ésta. Se decide por la primera, pero es convencido de lo contrario por un hongo ganimediano parlante y telépata, quien también lo convence de tomar un segundo trabajo. Aquí ya hay muchos de los tropos que pueblan las novelas del autor de tantos clásicos de la ciencia ficción, y de su vida misma.



En paralelo, en la luna alfana, existe un asentamiento de pacientes mentales que no ha tenido contacto con la Tierra tras la guerra y ha debido organizarse por sí mismo – otro guiño a los amigos que Dick frecuentaba y que conoció en los centros en los que fue internado –. Hay maníacos, depresivos, paranoicos, esquizofrénicos y obsesivo-compulsivos entre muchos otros. Han logrado estructurar una sociedad algo inestable, pero con roles muy claros: los psicóticos son la clase gobernante; los esquizofrénicos, los artistas y líderes religiosos; los maniaco-depresivos, los filósofos. Éste es el tema central de la novela, la locura que emerge cuando los límites de la realidad han desaparecido, o en esta obra en particular, cuando los límites han sido modificados a tal extremo que las patologías se convierten en la medida de la normalidad e incluso la virtud. Exactamente como en nuestro 2020. La curiosa presciencia del escritor norteamericano no solamente se manifestaba en persecuciones por parte de la CIA y el FBI, o en replicantes.

Ritterford toma el segundo trabajo sugerido por el hongo parlante con Bunny Hentman, un cómico televisivo quien tiene un especial interés en los habitantes de la luna alfana. Chuck asume como guionista de una comedia de poca monta, pero donde se urde el asesinato de su esposa como pantalla para llevarlo a cabo en la vida real. Al mismo tiempo, la esposa de Ritterford, Mary, es enviada a la luna alfana ya que la CIA ha recuperado el interés por dicha sociedad y como psicóloga es la persona indicada para lidiar con las enfermedades mentales de sus habitantes. Hay mucho de novela negra en este trabajo, pero deformado de una manera muy graciosa debido al humor (muy negro también) y a las peripecias de sus protagonistas. En pocas novelas, Dick se mostró tan proclive a satirizar los temas que tratara de manera tan seria, e incluso metafísica, en el resto de su obra. Es como si su tercer matrimonio hubiese caído a tal nivel que la única reacción posible era la risa resignada de aquel loco visionario.

Ritterford, Bunny Hentman, el hongo telépata Lord Running Clam y Joan Triste, amante de Ritterford, llegan a la luna alfana poco después que Mary Ritterford y un simulacro construido por Ritterford mismo. Los habitantes del satélite reciben a unos y a otros de maneras diferentes y muy pronto todo desemboca en un embrollo de proporciones clínicas. Casi como un juego de espejos, las relaciones se trastocan, las lealtades se esfuman y la resolución llega de una manera inverosímil que, sin embargo, es totalmente consecuente con las enfermedades mentales a las que Philip K. Dick había estado haciendo referencia desde el comienzo.



Los Clanes de la Luna Alfana es un perfecto ejemplo de lo que escritores como Stanislaw Lem, el genio polaco autor de Solaris y tantos otros trabajos visionarios, percibiera en la obra de Philip K. Dick. Estructuralmente puede ser una novela endeble. Por instantes puede hacer agua por todos lados, pero la originalidad de su planteamiento, su ejecución fallida pero atractiva y su fuerza visionaria se encontraban mucho más cerca de lo que Lem, quien detestaba la ciencia ficción estadounidense, y otros artistas europeos concebían como verdadera innovación de las formas literarias, capaces de llevarse por delante cualquier pretensión científica o humanista de igual forma.

Así, hay mucho humor y comedia en Los Clanes de la Luna Alfana. Es un viaje tragicómico, bordeando lo metafísico, a través del espacio para llegar al corazón de toda enfermedad mental y descubrir que ésta se ha convertido en el estado recurrente del ser, abrumado por el dolor, la pérdida y el sinsentido. Y hay también, soterrada, una amargura profunda que se atisba a través de tanta psicopatía y alienación, acompañada por la comprensión de que la normalidad puede ser el estado más solitario de todos.


Isaac Civilo B.


Los Clanes de la Luna Alfana

Philip K. Dick

Minotauro

272 páginas

Comentarios

Entradas populares