Reseña: Cuentos Completos de H. G. Wells


H. G. Wells: Cuentos Completos

La Guerra de los Mundos, La Máquina del Tiempo, El Hombre Invisible, La Isla del Doctor Moreau, Los Primeros Hombres en la Luna, El Alimento de los Dioses…pocos son los autores que pueden listar tal cantidad de obras esenciales en el nacimiento de un género completo. Si bien, las raíces de la ciencia ficción se pueden rastrear a épocas muy anteriores a Mary Shelley con la utopía de Tomas Moro y por supuesto a los antiguos griegos con Talos, Medea, Hefesto, Prometeo y tantos otros mitos, no estaría fuera de lugar indicar que la formalización como tal de la moderna ciencia ficción descansa en el regazo de Julio Verne, H. G. Wells y del mucho menos conocido Gastón de Pawlowski.

Las novelas clásicas de Wells, no obstante, han ejercido una influencia tan gigantesca durante más de un siglo que inevitablemente el resto de su obra se ve eclipsado. Tanto sus novelas menos conocidas como sus cuentos cortos han sido relegados no al olvido, pero sí a un rincón bastante polvoriento de su bibliografía. Por ende, el volumen que la excelente editorial española Valdemar ha publicado como Cuentos Completos de H. G. Wells en su nueva colección Selecta no puede sino ser recibido con gran aprecio por los seguidores del escritor inglés y de la ciencia ficción. Al igual que el primer y segundo volumen de dicha colección – El Padre Brown al Completo del genial G. K. Chesterton y Los Mil y un Fantasmas de Alexandre Dumas –, éste es un volumen de largo aliento, 1264 páginas, que reúne todos los relatos cortos del escritor además de un apartado final donde se reúnen todas aquellas narraciones que jamás fueron incluidas por Wells en antología alguna.

A diferencia de los cuentos de Julio Verne, más científicos y centrados en la aventura, y los de Pawlowski, más centrados en la especulación filosófica, H. G. Wells se decantaba por un camino diferente y con una amplitud temática mucho más grande. Con el correr de las décadas, tal rango de intereses se vería replicado en los escritos de Ray bradbury y, en nuestros días, en los de Neil Gaiman y Christopher Priest, por nombrar a tres de los más famosos escritores que han bebido de los escritos del autor de La Guerra de los Mundos. Lo de Wells es la explosión de la imaginación en medio de situaciones mundanas. La invitación es a suspender la incredulidad, como postulara Samuel Taylor Coleridge, y a aceptar el desarrollo de eventos ominosos y fantásticos, su penetración en el tejido de la realidad y su ímpetu hacia consecuencias imprevistas.


De partida, la antología tiene dos grandes aciertos. Estos son la inclusión de dos novelas cortas. La primera, La Máquina del Tiempo, donde existen pasajes que anticipan las visiones más etéreas y extrañas que la ciencia ficción desarrollaría a futuro en los ingenuos eloi y otros pasajes que rivalizan con lo mejor de Lovecraft a medida que el viajero desciende a los túneles de los morlocks, aquellas criaturas de piel blanca enfermiza, alérgicas a la luz y de textura casi vampírica. Pero tan importante como las visiones futuristas es la conocida vena social y política del autor con una serie de punzantes reflexiones sobre las consecuencias de diferentes estructuras sociales. El segundo acierto es otra de sus novelas cortas, Una Historia de Tiempos Futuros, que reafirma la preocupación que Wells desarrollara a comienzos de siglo respecto de lo que ocurriría en las décadas siguientes. Ésta es una pequeña joya narrada en el siglo XXII – aunque se asemeja mucho más al final de la época Victoriana y el comienzo de la Revolución Industrial que Wells vivió – a través de una joven pareja; ella, de una familia acaudalada; él, de la clase baja. Tras la pasión abrasadora del romance inicial, ambos atraviesan un periplo que los lleva de regreso por poco tiempo a la vida campestre, ahora destruida, antes de volver a la ciudad industrial, fuertemente estratificada, donde no hacen sino caer hacia la miseria y la escasez. Además de sus personajes muy bien delineados y sus conflictos expuestos con la precisión de un cirujano, el autor llena las páginas con inquietantes disquisiciones sobre el vaivén social resultante del desarrollo tecnológico, ácidas observaciones sobre las clases sociales y el abandono de los antiguos sólidos valores en que solía cimentarse un intercambio humano más honesto y justo. En sus páginas es posible encontrar lo mejor de Wells dada su clarividencia y el cuidado que prodiga a sus personajes, e incluso una emotividad algo ausente en el resto de su obra.

En una vena diferente, el autor inglés es capaz de rescatar atmósferas y conceptos que tienen sus raíces en Edgar Allan Poe o en los albores del gótico. Hay parábolas religiosas o reflexiones sobre el viaje del alma después de la muerte, descubrimientos universales de nuestro lugar en el cosmos, una gran dosis de ironía y un absurdo casi kafkiano. Científicos descubren extrañas aves en continentes olvidados, esclavos negros adoran a máquinas nacidas de la Revolución Industrial como reemplazos de los dioses que dejaron atrás en su continente, científicos que mantienen resquemores entre sí, tesoros escondidos en bosques inexpugnables, se libran guerras contra extrañas hormigas gigantes dotadas de una particular inteligencia, hay reinterpretaciones de leyendas indias y cuerpos que cambian personalidades a través de un artilugio alquímico, hay un hombre que desaparece de la realidad para regresar con las partes de su cuerpo en el hemisferio opuesto y abismales criaturas marinas amenazan el reino de los vivos décadas antes que Lovecraft conjurara a sus Antiguos… Nada de esto, sin embargo, es simple escapismo. Wells volcó su veta de historiador y filósofo para arrancar algunos de nuestros miedos más primitivos de su época, plasmarlos en estas páginas, y contrastar la ignorancia humana, tema que lo preocupaba, con la inmensidad de los sucesos que nos rodean y de los que no somos conscientes.

Muchas de las narraciones cortas del volumen lidian con la visión sombría que Wells mantenía sobre la humanidad. Hay una serie de relatos donde el autor profundiza su percepción sobre la falibilidad y la corrupción del ser humano. A pesar del romanticismo de éstos, sus personajes se ven arrastrados por fuerzas que no pueden controlar. Recurren a sustancias alucinógenas que son el único medio para que un matrimonio pueda soportarse. Prodigan promesas vacías de amor que pronto cederán ante el engaño. La frialdad de la mente humana, incluso en medio de los eventos más trágicos, es capaz de ver en la muerte de familiares la oportunidad de saldar sus deudas monetarias. La ignorancia de los herederos de un mediocre escritor filántropo les impide ver la herencia intelectual y económica que éste les ha legado. Durante gran parte de su vida el escritor mantuvo una actitud ambivalente, incluso pesimista, sobre la libertad que los seres humanos creen poseer. Ésta incluso toma forma en algunos relatos precursores de la ciencia ficción más apocalíptica y que ubica a la humanidad en su justa e ínfima posición en el universo. Durante años Wells reflexionó, a menudo con angustia, sobre medios que permitieran mejorar al ser humano, educarlo a fin de que alcanzara su potencial intrínseco. Poco sabía que aquellas fuerzas irracionales que combatía terminarían por apresarlo también durante un viaje a Rusia donde se enamoraría perdidamente de una agente bajo las órdenes de Lenin, amorío que lo llevaría a la desesperación y a cuestionar su propia falibilidad. Como el filósofo John Gray agudamente indicara en su excelente La Comisión para la Inmortalización: La Ciencia y la Extraña Cruzada para Burlar a la Muerte, la vida de Wells tocaría fondo después de tal suceso y emergería profundamente cambiado, y mucho más pesimista aun, tras descubrir la verdad sobre su amor eslavo. Como Gray escribió, Joseph Conrad amaba a la humanidad, pero no deseaba cambiarla a pesar de reconocer su destino trágico y su debilidad ante fuerzas superiores que provenían tanto desde el exterior como de su interior. Por el contrario, Wells odiaba a la humanidad, y por eso anhelaba un cambio que la sacudiera y la cambiara. Gran parte de las historias de su producción breve dejaban entrever tal deseo, la angustia y la frustración que la humanidad provocaba en él. Sus sombras provenían de un núcleo interior que vislumbraba, pero que no pudo descifrar y que inconscientemente cristalizaría en estas narraciones.

A pesar del carácter sombrío de muchos de sus cuentos, la consideración de Rudyard Kipling como modelo y las recomendaciones estilísticas de Henry James ayudaron a que muchas de estas narraciones no se empantanaran en un pesimismo fangoso y pudieran llegar al lector como historias sin tan pesada gravedad, llenas de elementos mundanos, accesibles y entretenidas a partes iguales.

Es posible comprender por qué muchas de las historias de la última sección de la antología no fueron incluidas por Wells en colección alguna. Si bien existe un puñado de relatos de gran factura, un número considerable no aporta en demasía a los cuentos de las antologías oficiales. Pero esto es un detalle menor y que no empaña ni por un segundo este estupendo volumen. Es un lujo – como suele darnos la editorial Valdemar – al fin poder contar con todas las creaciones cortas de H .G. Wells en un único tomo que además cierra con una suerte de guion cinematográfico creado durante los albores del séptimo arte. Con sólo tres colecciones, Selecta ya se perfila como una de las mejores propuestas de la editorial junto a Gótica, Intempestivas, Frontera e Insomnia, y los seguidores de la buena literatura pueden esperar con ansías futuros volúmenes. La calidad está asegurada.

Isaac Civilo B.

H. G. Wells: Cuentos Completos
H. G. Wells
Valdemar
1264 páginas

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